Nos ha traído el Padre a comulgar del Pan que resucita a los muertos.

¡No es una Misa más!. Como en cada Celebración Eucarística venimos a aprender a ser los Discípulos del Pan de Vida.

Es la mayor gloria y bien que podemos alcanzar. Nunca maestros ni señores, sino eternos aprendices.

Nunca cerremos los ojos delante del Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¡Nuestros ojos fijos en el Santísimo en las manos de su Sacerdote!

Son tantas las ocasiones en que sentimos desfallecer, morir de hambre, la sed no la sacía nada, problemas, enfermos y todo va en aumento en la vez, un verdadero desierto.

Los sentimientos van y vienen. ¡Jamás confíes en ellos! Las dudas y cuestionantes nos golpean. La gente siempre se va.

La única certeza que tenemos es Jesucristo es el Pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.

Pan que es su Carne que nos ha dado por la vida del mundo.

¡Este si es el Resucitado!.

¡Dale Virgen María un Santo Padre a la Iglesia!