Antes de celebrar la cumbre o binomio final de la Pascua: La Ascención de Cristo y Pentecostés, recogemos el fruto de la Paz del Señor, el ánimo que nos insufla estar ante la presencia misma de su Cuerpo y de su Sangre, y la recepción de su Espíritu Divino en la Cena Pascual de su Iglesia.

Así lo ha expresado el Papa León XIV:

«Es el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia, y continúa a reavivarla en la esperanza, a través del amor que «ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5). A nosotros nos toca ser dóciles oyentes de su voz y ministros fieles de sus designios de salvación, recordando que Dios ama comunicarse, más que en el fragor del trueno o del terremoto, en «el rumor de una brisa suave» (1 R 19,12) o, como lo traducen algunos, en una “sutil voz de silencio”. Este es el encuentro importante, que no hay que perder, y hacia el cual hay que educar y acompañar a todo el santo Pueblo de Dios que nos ha sido confiado».

La Iglesia en marcha nos dispone a asistir a la Vigilia de Pentecostés el próximo 7 de junio en espera, presididos por San Pedro y los Sucesores de los Apóstoles, en unión con María Santísima, para la renovación en el poder el Espíritu del Sacramento de la Confirmación que un día recibimos para realizar la misión de parte del Señor Glorificado que hemos de realizar en el tiempo que nos quede de vida.