Dios mismo, en Cristo Jesús, es quien nos ha llamado. Nadie puede despreciarnos, relegarnos o condicionarnos en la siembra del trigo en los campos de esta existencia.

Necesita el Señor de la cosecha nuestras manos, sabiduría y entrega para alimentar a tantos y tantos que tienen hambre y sed de lo más básico y de lo que no se pudre en el almacenaje inhumano incapaz de perpetuar la existencia humana.

Los demonios tienen las funciobrs de excluir, segregar, acaparar, sobrecargar, atacar y aplastar a unos pocos con las labores más pesadas y desgastantes.

Los espíritus inmundos no mueven un dedo. Pagan para que otros hagan los trabajos que ellos no quieren hacer. No sudan. No sé gastan la vida por el bien de los otros. Solo buscan ser servidos y honrados.

En cambio, Cristo tiene sus manos encallecidas, los pies polvorientos de tantos caminar y su faz enrojecida por el sol calcinante que bien conocen los más dedicados y esforzados.

Necesita la Iglesia obreros que sirvan desinteresadamente por doquier hay sequía y carencia de todo.

Sirvientes con la vista cansada, dificultosa y desvelada de tanto saborear la Palabra de Dios y agotados de tanto donar el Pan del Cielo que rechazan los satisfechos de este mundo.