Celebración del nacimiento al Cielo de la Virgen Madre.
Nuestros hermanos orientales hablan de la Dormición de la Virgen María. Nosotros le llamamos su Asunción.
Hay una luz al final del atravesar este valle de sombras y vía de la muerte. María Santísima la ha recibido como un privilegio, participar de forma anticipada en la resurrección del Señor, en la vida eterna de su Hijo.
Tenemos esta esperanza que nos ha de impulsar a desechar el desánimo, de abandonar la idea de que la felicidad y la alegría no es posible en está vida, y borrar la noción del fracaso.
Cuerpo y alma de los débiles y frágiles pueden ser redimidos sí clamamos a aquella que está en el cielo para que nuestro, cada vez más breve, tránsito por esta existencia se transforme en espacio de proveer y ensalzar a los hambrientos, desvalidos e insatisfechos.
Poder participar en esta tierra del Pan de los Ángeles, caminar en el mismo Altar de Dios y acceder a las Cosas Santas, no hay privilegio, diversión o actividad que se le equipare.
Es la plenitud misma, comulgar del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, único nacido de María, siempre Inmaculada.
Por nada, ni por nadie, y más, en las grandes solemnidades de nuestra Fé Católica, como estas Vísperas de la Asunción, cambiamos este privilegio de saborear anticipadamente el Cielo.
Allá estar pedimos, al final de nuestros días, con los nuestros que ya partieron.