Para pasar por la puerta estrecha hay que recibir apretujones, pisadas, hacer fila, esperar mucho y bajo las inclemencias del tiempo. No es sencillo, ni fácil. Semejante a los dolores de parto y a los periodistas de gran tribulación.
Hay que esforzarse. No podemos ser blanditos. Participar de la Mesa del Señor no nos da la total garantía del Reino de Dios si nos descuidamos.
Estamos en el camino angosto de la Iglesia Católica, y con muchos, no por el terror espeluznante de la condenación, pero tampoco podemos llevar una vida impenitente de desórdenes morales, fraudes monetarios y maltrato a los demás aparándonos en la Misericordia Divina, en el rezo de incontables Ave Marías y en dádivas caritativas con reconocimiento público y facturas fiscales.
No podemos sentirnos seguros del todo por lo alcanzado. Cuando presumimos de nuestros logros que son dádivas exclusivas de lo alto y sin mérito propio despreciamos a los demás, creemos que somos los cristianos perfectos y no damos paso a las que vienen atrás.
Los más sencillos, los más simples, los más libres, los más generosos, los que tienen como lema: YO SOLO SÉ QUE NO SÉ NADA, Y POR ESO LA IGLESIA ES MADRE Y MAESTRA
Llamado a la conversación, a integrarnos al Pueblo de Dios de oriente, occidente, del norte y del sur.
¡De inmensa magnitud es, desborda nuestras capacidades… Ser eternos peregrinos y constantes aprendices, y a la vez convocar a otros para que caminemos juntos y atravesemos la Puerta Santa!
Pero antes digamos:
Perdóname Señor, perdonemme ustedes, mi familia, comunidad y prójimos… Porque me he comportado como el PUBLICANO con el dinero, como los FARISEOS con la religión y como las PROSTITUTAS con el amor.