A los 55 años muere en el año 387 DC la responsable de la conversación de San Agustín, su madre Santa Mónica. En las Confesiones nos narró el Doctor de la Gracia lo acontecido durante el funeral de su madre:

Entonces sentí ganas de llorar en tu presencia sobre ella y por ella, sobre mí y por mí. Y di rienda suelta a mis lágrimas reprimidas para que corriesen a placer, poniéndolas como un lecho a disposición del corazón. Este halló descanso en las lágrimas. Porque allí estabas tú para escuchar, no un hombre cualquiera que habría interpretado desconsideradamente mi llanto.

Ahora, Señor, te confieso todo esto en estas páginas. Que las lea el que quiera y que las interprete como quiera. Y si estima pecado el que yo haya llorado durante una hora escasa a mi madre de cuerpo presente, mientras ella me había llorado durante tantos años para que yo viviese ante tus ojos, que no se ría. Al contrario, si tiene una gran caridad, que llore también él por mis pecados en presencia tuya, Padre de todos los hermanos de tu Cristo […].

Descanse, pues, en paz con su marido, antes del cual y después del cual no tuvo otro. A él sirvió ofreciéndote el fruto de su paciencia, a fin de conquistarle para ti. Inspira, Señor y Dios mío, inspira a tus siervos, mis hermanos; a tus hijos, mis amos, a quienes sirvo con el corazón, la palabra y los escritos, de modo que todos cuantos lean estas palabras se acuerden ante tu altar de Mónica, tu sierva, y de Patricio, en otro tiempo su marido, mediante cuya carne me introdujiste en esta vida no sé cómo» (Conf. 9, 12, 33. 13, 37).

El Papa San Pablo VI, de profunda raigambre agustina en su teología, devoto de Santa Mónica, personalmente se ocupó de preservar en el calendario romano su memoria durante la reforma litúrgica postconciliar, trasladándola del 4 de mayo al día previo a la memoria de San Agustín.

Veneremos las lágrimas de la Santa Madre del Obispo de Hipona, la discípula de San Ambrosio de Milán. La que supo junto a su hijo pasar de la angustia por los desvaríos mundanales de su hijo al éxtasis fruto de la contemplación anticipada de la gloria de Dios frente al mar en la localidad de Ostia Antica por parte de ambos.

¡Qué no consigue una madre para los suyos en la tierra, de modo especial, luego desde el cielo! Dígabmelo a mí. Eso hace mi madre desde el Cielo.