El equilibrio entre el perdón que Jesús nos ofrece sin límites, incondicional, de borrón y cuenta nueva, y el arrepentimiento y la reparación del mal cometido se conjugan en el Sacramento de la Reconciliación y la Penitencia.

Para llegar a esta gracia y disciplina sacramental, La Iglesia recorrió un arduo y difícil camino en los primeros siglos de su peregrinar en medio de las persecuciones del Imperio Romano.

Mientras la Iglesia del norte de África mantenía una postura rigorista para los caídos que negaban a Jesús en las persecuciones, Roma constatando los debidos actos de enmiendas de las faltas cometidas, después de un prolongado tiempo de penitencia, confería la absolución a los que claudicaron por miedo a perder sus bienes, familiares y la propia vida tras las torturas y sufrimientos por el nombre de Cristo.

El Papa Cornelio sometió a la Iglesia africana con la excomunión, a lo que su cabeza, el Obispo Cipriano de Cartago, quien sufrió la persecución del exterior y al interior de su Comunidad, mantuvo la norma de la Unidad de la Iglesia en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Tanto el Papa como San Cipriano serán apresados y martirizados. Su sacrificio servirá para consolidar el vínculo de la Paz y la Unidad, así como el triunfo de la postura romana del perdón sacramental para el pecador arrepentido.

Estamos en una época en que necesitamos concientizar y fomentar la asistencia al Sacramento de la Confesión. Gran vacío pastoral en este tiempo.