Precisamente en un jueves eucarístico asistimos a la Cena del Señor en casa de Simón, el fariseo. Una asistente inesperada se presenta clamando a la misericordia divina.
No basta la presidencia del fariseo lleno de conocimiento, de carismas y liderazgo. Simón despliega lo carente de acogida, comprensión y perdón.
Esa mujer es la Iglesia Santa y Pecadora a la vez. No solo necesitada de sus estructuras, ritos y tradiciones, sino receptora de la gracia del arrepentimiento de sus miembros y el perdón del mismo Cristo en las fuentes vivas de los Sacramentos de la Fé Católica.
Mientras más se experimenta el perdón de Jesús en la Confesión que se desborda en la Mesa Santa de su Cuerpo y Sangre sacrificado por cada uno de nosotros, más nos moverá el Espíritu Santo a la caridad.
Son tantos los que necesitan de nuestra compasión y generosidad. Mientras más graves sean nuestros pecados, más caritativos hemos de proceder con los rechazados y maltratados por esta sociedad y nosotros.
Ellos nos están esperando…