Propia es la Parábola que describe la misión de la misericordia Divina hecha Carne: al Hijo de Dios, a quien llama el Prefacio Común VIII con el que rezamos hoy, Cristo, El Buen Samaritano.

La Iglesia Católica enseña en su Doctrina Social que la respuesta a este Evangelio es la solidaridad, es decir, todo lo contrario a la indiferencia ante las condiciones infrahumanas de vida, a la ignorancia frente a los deberes y derechos culturales, sociales y religiosos de cada uno de los habitantes de una nación, a la complicidad con los antivalores que propician sectores que solo buscan el disfrute superficial. Los religiosos no fueron solidarios con el hombre que sufrió la desgracia del asalto que lo dejó casi muerto.

Si no hubiese sido por el pronto auxilio del Samaritano, el peregrino que volvía de adorar a Dios hubiese muerto.

La violencia bajo todas sus formas provoca el mayor de los sufrimientos a todos los hijos de Dios. ¿Cómo educarnos en erradicar las palabras hirientes, las miradas que matan, las acciones traicioneras, el repudio a los necesitados, el acaparamiento de los bienes, el desprecio a los discapacitados y el desinterés por los desfavorecidos y abandonados al infortunio?

Son tantas las maneras de ser buenos samaritanos. No solo por un tiempo, sino que la Iglesia Católica nos llama a la promoción de todos los hombres de buena voluntad.