Domingo del Señor dedicado al agradecimiento, incluso en la enfermedad, en situaciones en que estamos incapaces de superar y al no encontrar tregua en la desgastante tregua social.
Como el leproso Samaritano, después de pedir al Cristo que tenga piedad, volver a los pies del Altar Santo a agradecerle con el alma y todo el ser. Luego, sin esperar nada a cambio de las personas, ir a obrar con igual calibre de misericordia y caridad recibido.
Confianza en que nuestro clamor desesperado a Jesús, recibirá respuesta.
Tener fe en la salvación de Jesús para cada uno de los miembros del pueblo de Dios y para todos los hombres de buena voluntad.
Pero hay que seguir caminando con Cristo Jesús. Nuestra meta es la suya, la Jerusalén Celestial. Los lugares que transitamos son de paso. Busquemos see acompañados en cada etapa de la vida por personas que tengan esta misma meta. ¡Quien no la tiene se irá! ¡Una pena que no sigan el sendero de la Fe que indica la Iglesia Católica.
En la Santísima Comunión descubrimos al Dios que desecha para nosotros un destino fatal, que elimina los condicionamientos que asfixian y no nos dejan progresar y mejorar.
¡Vamos a reencontrarnos con el Dios que nos acompaña en todo momento en el esfuerzo que hacemos por conseguir el Pan de cada día, cuando nos esforzamos por compartirlo con los demás!