A ti, Teresa, debo la esperanza que despertaste en mi cuando por fin tomaba la decisión de entrar al Seminario. Una vez en el pre-filosofado en Yamasa, al encontrar un viejo libro que narraba tu conversión, tus combates y lo que alcanzaste, encontraba fuerzas de seguir adelante.
Aquel 15 de octubre del año 2000, domingo, en el que iba con varios compañeros seminaristas a dar un retiro a Bonao, choqué catastroficamente el vehículo que me dieron mis padres, un mazda 323.
Teresa salvaste mi vida y la de mis compañeros.
No fue hasta sacerdote, y hacer el primer intento de estudio del Doctorado en Teología que elegí, con motivos de tu aniversario #500, estudiar someramente tu Magisterio del Espíritu reconocido universalmente gracias a San Pablo VI.
Varios de tus discípulos son venerados por mí. Teresita, Isabel, Benedicta, Juan de la Cruz y Teresa de los Andes.
Confieso hoy públicamente, que desconozco las profundidades de tus escritos de reconocimiento mundial, igual que los de mis santos amores carmelitas. Igual me pasa con San Ignacio de Loyola y sus ejercicios espirituales, y con tantos tantos Santos Maestros Espirituales.
Estoy en la superficie y en la periferia. Antes de morir pido hoy la gracia de abandonar el conocimiento de este mundo artificial y poder saborear y disfrutar junto a otros los mares de tu Vida, transitar por las Moradas del Castillo Interior, caminar en la Perfección de caridad y servir en las Fundaciones de la Iglesia de hoy.
Al comulgar, te pedimos experimentar el corazón atravesado por su amor.