Algo que nos urge asimilar para nuestro sano equilibrio es que el tiempo presente siempre se conjuga de manera imperfecta. Sin embargo, si ponemos alma, vida y corazón, en el futuro, Dios se encargará de que las cosas sean mejores para quienes buscan la voluntad de Dios.
Estar vigilantes. Se acaba el año litúrgico y el civil dentro de poco. Estamos tan acelerados que todo el mundo nos dice: ¡Ya se fué este año!
Parte de la vigilancia a la que se nos llama hoy es a no abandonar la acción de gracias, a toda hora y lugar. Reconozcamos que somos propensos a ello.
Segundo, tenemos que luchar contra la mala hierba que invade nuestro interior. Cuando nos damos cuenta de lo que ha pasado, no nos reconocemos a nosotros mismos.
Nuestro proceder está marcado por ataques de irá, rencores porque los demás no actuaron conforme a lo que queríamos obstinadamente, propósitos de venganza con quiénes no fueron sinceros y poco nobles con nosotros, y el dejarnos envolver por los mandos de los bajos instintos sin buscar purificarlos.
El trabajo por mantener la paz, la salud y la libertad del alma y del espíritu nunca debe tener receso.
¿Me agobio en extremo cuando veo que las cosas no se desenvuelven conforme al esfuerzo y dedicación con que me empleo?
¿Confío en que si doy lo mejor de mi, en el futuro y según la voluntad de Dios, todo acontecerá para bien de los que aman su voluntad
¿Cuáles actitudes, sentimientos y reacciones propias debo temperar, modificar y suprimir para mí salud integral?
Ahora vendrá el Señor con su Cuerpo y con su Sangre. Y nuestra alma sabe, por la fé, que un día volverá a buscarnos definitivamente. Benditos quienes esperan con ansias y dando lo mejor de sí su gloriosa venida.