Para poder vivir en paz con los demás hay una doble dinámica: Reconocer que no podemos vivir aislados. Esto atrofia todas las facultades: lo motriz, lo mental y el ánimo.
Segundo es comprender que la vida de comunión con los demás es una planta. Todos los días hay que cuidarla. Pero aun así, hemos de entender que en el entrenado de las relaciones humanas hay vínculos que se secan como las hojas. Son por temporada y muy condicionadas
Otras son como las ramas que ante los golpes, vientos y plagas se quiebran y no permanecen.
Y por último, aquellas que tienen profundas raíces y de gran grosor. No importa lo jelido del invierno, lo gris de las tempestades el verano encandescente o el verdor de los buenos tiempos, serán personas que siempre estarán en las buenas y en las malas.
Solo hay que pedir la reconciliación familiar, la primera Iglesia en Cristo Jesús.
Urge evangelizar a las familias, no solo en la práctica religiosa de nuestros ritos sagrados y actividades pastorales. Infundirles los valores del Reino de Dios, más raros de encontrarse y de pulirse que las piedras preciosas.
Familias santas y regeneradas en la virtud del buen obrar y del servicio a los lastimados y abandonados por sus familias.