Construir el bien del Reino de Dios y su justicia es lo que nos corresponde a los Dominicanos. Hagámoslo por aquellos que viven en barriadas de asinamiento, callejones peligrosos, infrahumanas condiciones sanitarias.
No perdamos el norte. La República Dominicana no es una guarida de lo mal hecho. Nuestra constitución nos enseña la ruta y la meta que hemos de alcanzar como sociedad humana.
Hemos de trabajar, educarnos y formarnos continuamente y colaborar para mejorar las condiciones de vida y los comportamientos erráticos e insociables de los que han sido relegados desde su nacimiento por su condición económica, por su color de piel y procedencia, por su localización de vivienda y las opciones de vida que han asumido.
La Fe de la Iglesia Católica nos llama a asumir todo compromiso civil que favorezca la misión cristiana. Y la Constitución de la República Dominicana es la clara muestra de ello. Las palabras del Papa León XIV, en el penúltimo párrafo de la Dilexit Nos clarifican el sentido de esta fiesta civil de la Carta Magna de la nación que nos vio nacer y vivir:
El amor cristiano supera cualquier barrera, acerca a los lejanos, reúne a los extraños, familiariza a los enemigos, atraviesa abismos humanamente insuperables, penetra en los rincones más ocultos de la sociedad. Por su naturaleza, el amor cristiano es profético, hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible. El amor es ante todo un modo de concebir la vida, un modo de vivirla. Pues bien, una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino sólo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy . (DN 120).

