Me da consuelo, fortaleza y esperanza escuchar de Jesucristo que el Reino de Dios no viene aparatosamente, ni que está en un sitio exclusivo mucho menos tan lejos que haya que ir hasta allá para recibir la gracia de Dios.
Está en medio de nosotros, es el Emmanuel hasta el final de la historia. Y que Misterio, un hombre tan indigno como yo puede hacer presente a Jesús en la Eucaristía en cualquier lugar y hora. Y ustedes más aún, doquiera estén y a quién sea hacerlo presente traduciendo el mandamiento del amor en obras de misericordia.
¡No habrá milagro más grande!
Y un día el Hijo del Hombre vendrá en su día de manera definitiva a buscarnos a cada uno de nosotros.
Apelamos a su clemencia, porque queremos estar con los nuestros nueva vez y para siempre.
La fe esperanzada nos lleva a imaginar y aspirar a reencontrarnos con aquellos que no pudimos congeniar en esta vida y en el cielo podremos intercambiar con ellos el perdón, la concordia y la paz eterna.
Ofrezcamos ahora, a ejemplo de Jesucristo, nuestro sufrimiento y tribulaciones. La finalidad de ellos es que alcancemos la salvación.
¡Venga a nosotros tu Reino!

