Nuestra vida necesita de la música de Dios. Todos los aspectos del transcurrir de nuestros días han de ser un clamor armonioso a nuestro creador y redentor.
Así se condujo Santa Cecilia, quien se reservó toda ella a la gracia de Dios.
Quiso desposarse únicamente con Cristo. No aceptó ninguna coacción ni presión de nadie. Con profunda fe creyó en la resurrección de los muertos.
En el mundo futuro no habrá apetencias ni deficiencias. Las contiendas y los desvaríos no nos atormentarán. Seremos como los ángeles, y aún más, plenos hijos de Dios en Cristo.
Y nuestro encuentro definitivo con el Señor será infinitamente más grande que aquel que Moisés vivió ante la zarza ardiente, y más pleno que aquel que tuvieron Abrahán. Isaac y Jacob.
El Dios de los vivos, Cristo Jesús, reinará en nosotros para siempre.

