En honor a la verdad, ningún dominicano está ajeno a la realidad a la que fue empujado el país con el brote masivo de una enfermedad totalmente desconocida, en sus inicios, por los profesionales de la salud. A raíz de la llegada del COVID-19 a nuestra nación, todos los sectores que componen la República Dominicana han sufrido sus efectos negativos. Además del sector salud, que ha sido el más afectado, también ha presentado gran vulnerabilidad el sector económico, iniciando con el cierre casi total de las diferentes empresas, incluidas las hoteleras, entre otras; asimismo, el sector educativo se vio en la necesidad de recurrir a un plan de contingencia, que causó gran incertidumbre entre los diferentes actores que componen el sistema.

En medio de un año escolar en el que se promovió el uso y aplicación de las tecnologías más que en cualquier otro tiempo, se evidenció, ante el término de las clases presenciales, la casi nula preparación, tanto de los estudiantes, como del cuerpo docente, al momento de iniciar un proceso de enseñanza-aprendizaje virtual. A pesar del gran esfuerzo realizado por cada integrante del equipo magisterial, es imposible obviar que quedó al descubierto que la República Dominicana no está preparada para el inicio de un nuevo año escolar no presencial, porque aún falta que las plataformas creadas con fines educativos sea dominada por educandos y educadores.

No obstante, no es este el único factor que necesita de reforzamiento en el campo educativo. Existe una amplia lista de escenarios en los que se ha demostrado deficiencias en la implementación del currículo actual, que devela la carencia de una preparación efectiva por parte de las autoridades del Ministerio, a nivel regional y distrital, en lo concerniente a la planificación eficaz y continuidad de la misma. Ante esta realidad es preciso preguntar a nuestras autoridades educativas: El coronavirus, ¿será un obstáculo que retrasará aún más la educación dominicana,  o una oportunidad que abrirá paso a un sistema más organizado, que procure de manera coherente la calidad educativa que tanto precisamos?

Sin temor a equivocarme, puedo asegurar que el COVID-19 continúa siendo un enigma ante la ciencia. Es una enfermedad que ha cobrado la vida de padres, madres e hijos. Lejos de ser una fábula, es una de las más amargas realidades que hemos encarado como nación. Todavía se desconoce su comportamiento exacto. Es por esta razón que muchos temen al inicio de un año escolar semi presencial: nadie quiere ser el próximo en formar parte de una desafortunada estadística, ni ver a un hijo en esa posición. Es algo de vida o muerte, porque no sabemos cómo evolucionará esta terrible enfermedad.

Sin embargo, no por esta razón educación se debe detener. Existen múltiples formas de avanzar. Es necesario hacer frente a las debilidades evidenciadas a lo largo de los años en el Sistema, y aprovechar la oportunidad para sobreponernos a ellas. Un ejemplo de esto son los diferentes programas de capacitación llevados a cabo por nuestro Ministerio de Educación, que no ha sabido elegir el mejor de los momentos para el desarrollo de los mismos. Ante los nuevos retos que presenta cada año, es lógico conceder a los docentes las herramientas que les permita responder de manera óptima a las nuevas demandas del sistema, antes de recibir a sus estudiantes en las aulas de clases. También es imperioso dar continuidad a los programas de planificación, en la medida en que son presentados, y hacer leves reformas, acorde a las exigencias, en lugar de cambiarlos totalmente cada año.

Si bien es cierto que el coronavirus sigue siendo un misterio, también lo es que nuestro país carece de calidad educativa. Ante la disyuntiva de lo que se debe hacer este próximo mes de agosto en torno al inicio del nuevo año escolar por la crisis sanitaria que adolece la República Dominicana, de acuerdo a los referentes inmediatos de la carencia existente en la capacitación docente, sería prudente analizar un trabajo enfocado en adiestrar a los educadores a tiempo, para que, de este modo, se les pueda exigir calidad con justicia.

Fuente: Amalia M. Ortiz