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Por Liza Collado

Los malos gobiernos con frecuencia utilizan su ardid gobernativo para atraer a los ciudadanos y tenerlos bajo su control, con propagandas mediáticas o subsidios sociales. Es una costumbre muy antigua, dicen atender las necesidades de la gente pero en realidad solo se benefician quienes ostentan el poder.

En el año 50 antes de Cristo, Roma vivió las Leyes de Sempronio y Claudio, permitiendo la distribución de grano a un número importante de personas, consiguiendo de esta forma que se trasladaran a la capital y así fortalecer su poder.  El reparto de los granos y la construcción de circos fueron muy costosos, pero su función respecto de  la utilidad del poder logró que su gestión se estabilizara al aplicar esas medidas.

Roma creció hasta lograr el millón de habitantes, cuando Julio César dejó de repartir el cereal y detuvo la inmigración.

El poder corrupto desfalca a los ciudadanos, malversa los recursos de sus impuestos y convierte el presupuesto nacional en una caja chica para pagar a miles de afiliados, que hacen “política”, pero que no cumplen con ninguna función dentro del Estado. Las redes clientelares de la corrupción se fortalecen en las democracias débiles.

Según las estadísticas de las entidades recaudadoras, la República Dominicana en los últimos ocho años recaudó más que todos los gobiernos juntos, desde el año 1844 hasta el 2004 y es sorprendente que produciendo tantos recursos, termináramos atrapados en un aterrador endeudamiento público, pagando intereses de préstamos viejos.

De nada nos sirve presumir de una economía en constante crecimiento, cambios relevantes en la infraestructura del sistema educativo (aunque saquemos las peores calificaciones) o una mayor extensión de la red hospitalaria, si esos logros llevan el lastre de la corrupción.

La impunidad ante los delitos, la falta de transparencia en las acciones que ejecutó el gobierno que hoy termina, le negó al nuevo liderazgo político la oportunidad de hacer la oposición constructiva que nos favorece a todos.

Lo ocurrido estos últimos años, curiosamente guarda cierta similitud con el relato del libro “With a Little Help from My Friends, Planning Corrupcion in Ireland”. Su autor Paul Cullen, describe con maestría cómo el tigre celta generaba sobornos a la par que Dublín crecía en términos poblacionales.

La destreza de ejercer el poder sin oposición real es seductora pero muy peligrosa, y más aún cuando sus acciones tiene endoso en el sector privado. Ojalá que las nuevas autoridades lo tengan presente pues se mantendrán por cuatro años, bajo el escrutinio de una ciudadanía que aspira a que se respeten sus derechos.

La sociedad los despidió, se van, con el mayor descrédito a pesar de haber tenido algunas luces. Los dominicanos merecemos mejor suerte, necesitamos una gestión pública distinta, libre de abusos, corrupción o despilfarros. Es esencial para el desarrollo lograr oxigenar el Estado.