Trabajadores del Centro Médico de la Universidad de Vermont hacen fila en ambos lados del pasillo para rendir homenaje a un paciente moribundo cuyos órganos serán donados a otras personas. Credit Centro Médico de la Universidad de Vermont.

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Las puertas dobles de la unidad de cuidados intensivos quirúrgicos se abrieron hacia un pasillo repleto de decenas de trabajadores del hospital. De ahí salió una camilla y todos nos quedamos en silencio.

La mayoría de las camillas que salen de la unidad de cuidados intensivos se dirigen apresuradas hacia radiología o hacia el quirófano, zumbando con los pitidos y las luces de los monitores y las apresuradas conversaciones de los atareados enfermeros.

Esta camilla era diferente. Se movía a paso lento y el equipo que la acompañaba también se comportaba distinto. Los enfermeros la dirigían, pero esta vez no hubo charla. Un anestesiólogo se inclinaba sobre la cabecera de la camilla para apretar el ambú de una máscara de oxígeno con la precisión de un reloj.

Detrás de la camilla un grupo de personas sin uniforme avanzaban sin saber hacia dónde mirar. Eran los padres de la mujer joven que estaba en la camilla, a quien todos habíamos venido a rendirle homenaje.

Era un “recorrido de homenaje” para una paciente agonizante que estaba a punto de donar sus órganos a otras personas.

No importa si se trata de IdahoTennessee u Oregón, hospitales en todo Estados Unidos están llevando a cabo recorridos de homenaje como una forma digna de honrar la última aportación de un paciente.

Con el permiso de sus seres queridos y el quirófano listo para realizar la donación de órganos, la directiva del hospital invita a todos los miembros de su personal a participar. En mi hospital, el Centro Médico de la Universidad de Vermont, los distintos uniformes de la multitud reflejaban las labores que cada quien había dejado en pausa para rendir el homenaje: había batas blancas y corbatas, ropa quirúrgica azul arrugada, gorros quirúrgicos abombados y costosos trajes a rayas. Un sacerdote que vestía una camisa hawaiana rosa neón sobre su alzacuellos levantó la mirada, vio hacia el fondo del pasillo y sonrió.

El recorrido de homenaje ocurre durante una extraña pausa entre la vida y la muerte, ya sea que se haya declarado la muerte cerebral de un donador cuyo corazón sigue latiendo o que el corazón del donante esté próximo a dejar de latir.

Miré a la mujer en la camilla. Sus ojos estaban cerrados. Su piel estaba amarillenta. Llevaba la clásica bata de hospital y un brazalete de identificación. Los tubos intravenosos y los cables de telemetría seguían serpenteando por la cama. Todo parecía sumamente superfluo ahí, en los últimos minutos de una vida cuyo fin ya estaba determinado.

Un recorrido de homenaje es un poderoso acto de comunidad. Hay algo solemne, incluso sagrado, que sucede en esos quince minutos en el pasillo. Esperamos y hablamos con personas de todas las profesiones y clases sociales. Juntos, honramos un gran sacrificio. Damos gracias. Esperamos ayudar a una familia afligida en un momento de pérdida insondable.

Jennifer DeMaroney es una coordinadora de donación de órganos que trajo los recorridos de homenaje a mi hospital de un modo muy poco convencional. En lugar de hacerlo mediante los comités bizantinos de la burocracia de un hospital multimillonario, DeMaroney afirma que irrumpió sin cita en la oficina de Eileen Whalen, presidenta del hospital, con una fotografía de un homenaje realizado en otro estado, preguntando si podríamos hacer lo mismo.

Whalen, que trabajó como enfermera de urgencias y fue presidenta del consejo directivo del Centro para la Donación y Trasplante de Nueva York y Vermont, aprobó nuestro primer recorrido de homenaje de inmediato.

Whalen mencionó que fue una decisión sencilla. Quería darles a las familias dolientes una especie de retribución y que todos ayudaran a esas familias a soportar su pérdida. Estuvo de acuerdo con DeMaroney respecto a que el recorrido de homenaje hace que las familias sepan que “pensamos que quienes donan sus órganos para salvar una vida son héroes”.

Necesitamos a esos héroes… desesperadamente. La Red Unida para Compartir Órganos calcula que más de 113.000 personas están a la espera de un trasplante. Cada año hay más personas que donan sus órganos; aun así, en 2017 fallecieron aproximadamente 6500 personas que se encontraban en lista de espera.

Hablé con Missy Holliday, directora de operaciones de órganos en LifeCenter en Cincinnati, donde un recorrido de homenaje recibió la atención de las redes sociales. Holliday afirmó que LifeCenter comenzó a realizar recorridos de homenaje en diciembre de 2017 en respuesta, en parte, al personal de enfermería de la unidad de cuidados intensivos, que querían homenajear a pacientes anteriores que habían donado sus órganos. El personal ha aprendido que es conveniente colocar una silla en el pasillo el día que se llevará a cabo un recorrido de homenaje en caso de que algún miembro de la familia necesite un momento para sentarse a llorar y recibir apoyo.

El ritual ya forma parte de la cultura popular: la semana pasada, un episodio de Grey’s Anatomy adaptó la ceremonia del pasillo para una escena poderosa sobre una víctima de agresión sexual.

De vuelta en mi hospital, mientras observábamos cómo se alejaba la camilla de la mujer, sabíamos que pronto comenzaría un ritual privado. De alguna manera, sus padres le darían el último adiós. Luego, en un quirófano iluminado con luces brillantes y con todas las herramientas de alta tecnología de la cirugía moderna listas, un cirujano con tapabocas posaría sus manos sobre el cuerpo aún tibio de una joven mujer para convertir la devastadora pérdida de una familia en una nueva esperanza para innumerables extraños.