Por Rafael Pineda*

MONTEVIDEO, Uruguay- La Editorial Santuario ha incluido en su catálogo poético del 2107 a Salvador Santana, lanzando al mercado la primera edición de El humano esplendor.

El título del libro está relacionado a un extenso poema con ese mismo nombre en el que el poeta espabila los más íntimos resortes del submundo donde ha abrazado la riqueza de sus cualidades creativas.

Aunque se inició como poeta siendo un muchacho, el funcionamiento de sus formas estéticas y por efecto de su inclinación psíquica, sacando a la luz los niveles de una dura experiencia prematura, cotidiana en los compañeros de su generación, y tras haber acumulado más de 10 años de silencio, viene a revelar al esplendor de un nuevo tiempo, lo inhumano de la época. Pero sobre todas las cartas, nos revela lo intemporal de amargura que pasa frente a lo divino y a lo humano.

Pongamos las cartas sobre la mesa. Desarrollemos respuestas a la afortunada o desventurada intención de Salvador Santana de introducirnos en el submundo de las cosas. No hurga en la superficie de nuestro universo, no le gusta lo cómodo, lo fácil.

No, porque para interpretar a este poeta hay que resolver lo inescrutable y hay que descifrar los hipotéticos escollos que representan los grupos que luchan, aquí y ahora, contra unos demonios invisibles.

En un reciente escrito, una reflexión de arte poética, Salvador Santana dice, con sabiduría de escritor diestro, que «Cada poeta lucha inexorablemente con lo real, pero solamente sobreviven los poemas que vuelan sobre las preocupaciones del momento.»

Aunque yo no lo comparta y mi mente se retrotraiga a los tiempos de Homero y de Cervantes, admiro en su testamento la presencia de un pensador sereno y sabio.

En ese sentido, si les seguimos el rastro desde Las trompetas del mal humor (1982), su primer libro, hasta Parrhisian (1985), segundo libro, en El humano esplendor hallamos una ansiosa búsqueda de lo intemporal.  él, como creador de palabras que muestran o ratifican la íntima realidad de las ausencias desde que el mundo es mundo, en lo que yo digo que es su poética cavila cónsonamente con su modo de pensar: …« los poemas que sobreviven son los que tienen lo intemporal consigo.»

En la página 20 se sitúa el poema que le da título al libro, y empieza con estos seis versos que son el aullido de una piedra boca arriba:

Y yo, antiguo bailarín
de las tarimas sórdidas
en la flagelación
de los perros dementes
oigo el eco inhumano/de la histérica luna.

Habría que preguntar a Salvador Santana (también llamado Tom) dónde están los perros dementes, cómo son, cómo es la luna cuando se pone histérica.  Pero como lo escrito, escrito está y la poesía se defiende sola, al lector le otorgamos los poderes de la interpretación. Para conocer mejor el espíritu de las leyes contenidas en El Humano esplendor, vamos, nosotros los lectores, a recorrer como “gatos malhumorados” las turbias callejuelas que él muy bien conoce porque en su época de mayor esplendor las recorrió palmo a palmo formando parte del contingente de “extranjeros” en Santo Domingo.

No es casual que El Humano esplendor esté dedicado a Fredy Gatòn Arce (San Pedro de Macorís, 1920-1994), extraordinario poeta de la generación de La Poesía Sorprendida, periodista, director de El Nacional de Ahora, creador de la primera página cultural de ese mismo diario. Tom fue su amigo y bebió de los conocimientos de ese inmenso creador dominicano.

Bien se ha dicho que Salvador es el poeta de la ciudad. Lo mismo se decía de René del Risco Bermúdez, pero éste veía la ciudad desde otro ámbito, desde el perímetro de la nostalgia, desde la agonía de ver trunca la revolución por la que había luchado, desde la frustración de la clase media derrotada.

Salvador Santana canta a la ciudad desde la visión del poeta maldito que la recorre de noche, y en sus caminados ve que

Con gesto platónico
un mendigo hace pis
y la ciudad sacude
sus harapos infinitos
con blasfemo esplendor.

él la conoce tanto como don Bernardo de Meneses y Bracamonte, Conde de Peñalva y capitán general de la colonia, en cuyo homenaje se nombró la calle El Conde.

El autor de El humano esplendor compartió historias de nunca olvidar con muchos de los grandes poetas dominicanos que hacían vida literaria y bohemia en los años 80, algunos fueron sus grandes amigos, como el creador del Pluralismo, Manuel Rueda (Montecristi, 1921-1999), y el atormentado poeta “signado por la belleza de los cuerpos”, autor de Canto a Proserpina, Luis Alfredo Torres (Barahona, 1935-1992).

Con esa mancuerna de genios se le veía por los barrios explorando la vida bohemia, de ellos y de los que procuraban recuperar un motivo para que el submundo de la pobreza fuese aceptado en un espacio que aparentaba (y ha sido) inmortal.

El submundo que exploró muy bien Luis Días y que el cantor reflejó en muchas de sus canciones al ritmo de bachata como “La vellonera”, “Andresito Reyna”, y que Tom ve ahora con “blasfemo esplendor”, como concubina intratable que se puede amar y odiar, según el estado de ánimo.

Si había poetas y artistas surgiendo en los años 80 cuando Salvador Santana se hizo un obstinado de la ciudad de Santo Domingo después de que se viera perseguido políticamente  y arrojado de San Juan, su ciudad natal, por el cruento régimen de Joaquín Balaguer,  también habían `poetas bohemios, y lo que el poeta sanjuanero hizo no  fue descubrir la bohemia ochentista, sino integrarse  a lo ya descubierto, de la mano de los mejores maestros de una élite que se quería declarar en estado de insubordinación contra los cánones admitidos.

Veamos su poema «Los Bohemios» (página 29), dice:

Oh pulmones/calados por el cieno
bàtense los bohemios
chupadores de luna
flotando como testas
entre espantados perros.

En la página 34 está el poema «Prisionero», donde se puede identificar la vida cotidiana, se denuncia al anima de laboratorio y la intoxicación de la vida, los secretos de los callejones y la fuerza del viento donde se arrastran las ratas del mercado: «y los ladridos/que se ahorcan tras la ventana»

El barrio, las calles por donde retornan las cloacas y los mercados donde se alquilaban las corbatas, corrían los pataduras, los carretilleros, la convivencia de los expertos y los novatos, el gusto, el disgusto, y las putas por unas monedas patas arriba.

El mundo que nos describe el poeta en sus versos es el que hace su aparición cuando por 5 centavos las velloneras tocaban con aguja las melodías de Cuco Valoy o Daniel Santos. Se trabajaba en la prehistoria de la bachata, de los ritmos del trópico que andaban como reyes por el submundo donde las señoritas de pulpería se paraban con tacones altos, vestidos rojos, pantalones más ajustados que una etiqueta de botella, para lucir con la mejor gala y diferenciar lo nuevo de lo viejo.

El Humano esplendor expresa en sus versos el valor representativo de una idea del mundo, el desenvolvimiento de un arte y de una realidad del íntimo ser; nos habla de todo eso. En la página 49 hay un poema titulado «Madre»:

Madre,
un ciego con un muñón
amenaza la luna
yo, tu invidente
cachorro de asesino
de afilada nariz
cual un hacha.

La de Tom Santana es una poesía simbolista; llena de imágenes misteriosas, algunas se levantan debajo de la tierra y otras se hacen expresiones peligrosas; pero inspecciona tramos, revisa fondos y se llena de intenciones que se mueven como un remolino que ilumina las zonas donde yace el lúgubre lodo de los laberintos.

Acercándose al final del siglo XlX el poeta francés Paul Verlaine dio a conocer un ensayo con una lista de seis poetas malditos. Eran:  Tristán Corbiere, Arthur Rimbaud, Stephane Mallarmè, Marcilene Desborde Valmore y Auguste Villiers y el mismo proponente que, utilizando un anagrama, se hacía llamar Pobre Lelian.

En más de una ocasión el autor de El humano esplendor se ha declarado admirador de Charles Baudelaire (autor de la obra cumbre del malditismo); de Arthur Rimbaud, y un sediento seguidor de Tristán Corbiere (Francia, 1845-1875), a quien le reconoce haberlo influido.

Afortunadamente la poesía maldita tiene en America Latina y en España muchos exponentes; probablemente el mayor de ellos fuera Federico García Lorca y también contamos a uno que no es poeta (el malditismo incluye pintores y narradores): el uruguayo Juan Carlos Onetti; la argentina Alejandra Pizarnik y el dramaturgo de la pobreza Antonin Artaud.

En dominicana el malditismo, que habla “sobre la decadencia de la naturaleza humana, de los lados no estéticos del arte y de la vida”, alcanzaría su expresión en el propio Rueda y en Luis Alfredo Torres.  Recordemos a un poeta de San Juan, de los años 60, un extraordinario poeta, uno de esos poetas grandes que mueren sin que llegaran a publicar sus obras.  Me refiero a Rafael Ernesto Herrera (alias Yaque), quien se consideraba a sí mismo poeta maldito, y su poema emblemático es un bellísimo poema ignorado por no haber sido publicado, se llama “El maldito”:

Maldito yo
maldita la naturaleza
maldita la vida
por brindarme cosas posibles
que se hacen imposibles
maldito tú
y maldito ellos
malditos todos los que me critican
odian y censuran
por dolor, despecho, falsía o veneno
maldito seas ¡oh! tú, tiempo
único y eterno.

La poesía de Salvador Santana no entra en esa desesperación terrible que también fue despertada por la folclorista chilena Violeta Parra en su canción “Maldigo del alto cielo”, pero su confesada lucha con lo inexorablemente real y al mismo tiempo negado, lo sitúan en un plano donde florecen el alma de Platón y el espíritu de Charles Baudelaire.

Esto él mismo lo sugiere en sus reflexiones sobre la poesía, donde habla de la fuerza, de esa que tuvo Dios, a quien la religión atribuye ser el fundador del mundo, cuando mandó a Job a matar a su propio hijo: Creo que el artista debe tener dentro el germen de la locura, pero no la locura patológica del demente, sino la locura divina de los antiguos griegos.

Salvador Santana aborda en este nuevo producto una cuestión de experiencia y de factores racionales e irracionales. El humano esplendor se sitúa, dentro o fuera del subjetivismo, dentro o fuera del malditismo, en el lugar de un buen libro de poemas.

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*Rafael Pineda. Poeta, narrador, teatrista, locutor y periodista dominicano, nacido en la provincia sureña de San Juan en 1950. Actualmente es Ministro Consejero de la Embajada Dominicana en Uruguay. Fundador de las revistas culturales Barriga verde (1972) y San Juan 2000 (1992), ha publicado las siguientes obras literarias: Corazones golpeados Historia del amor como forma de salvar la vida, Diario de una prisión en Chile, Las mariposas de San Juan, Con la boca llena de hormigas y No siempre el café está caliente. Su próxima obra es una colección de cuentos: Preguntas de un estudiante que lee.