Caminando por la literatura dominicana (12)
Apuntes bio-bibliográficos sobre Salomé Ureña de Henríquez 

1. PERSPECTIVA BIOGRAFICA

Salomé Ureña Díaz nació en la ciudad de Santo Domingo el viernes 21 de octubre de 1850, a las 6 de la mañana, en el barrio de Santa Bárbara, antiguo solar de buenas familias, en la casa de su abuela materna, hoy número 84 de la calle Isabel la Católica, junto a la casa de Juan Pablo Duarte.1 Era hija de Nicolás Ureña de Mendoza (1822-1875) y Gregoria Díaz de León (1819-1914), quienes se unieron en matrimonio el 25 de diciembre de 1847, instalando su hogar en la calle Mercedes No. 37 de la citada ciudad. Por ambas familias, su origen era humilde. 

Su padre ―figura de mucho prestigio en la sociedad dominicana de la época, poseedor de múltiples talentos: poeta, educador, abogado, político y periodista― ejer­ció fuerte influencia en su formación cultural y en su pasión por la literatura. A temprana edad Salomé había leído los clásicos españoles y publicaba poemas antes de cumplir los 20 años de edad, utilizando el seudónimo de «Herminia» de 1867 a 1874.

El 11 de febrero de 1880 contrajo matrimonio con el educador Francisco Henríquez y Carvajal. La boda se celebró en la ciudad de Santo Domingo en la casa donde residía Salomé, situada en la calle San José No. 13  (hoy 19 de Marzo No. 254) esquina calle De la Cruz (hoy Salomé Ureña). Los padrinos fueron Noel Henríquez, su suegro, y Gregoria Díaz Vda. Ureña, su madre; y testigos fueron cuatro hermanos de Francisco: Manuel, Federico, José y Salvador Henríquez y Carvajal. Presentes estaban Alejandro Wons y Gil y el educador y poeta Emilio Prud’homme.

La primera casa en la que residió la pareja formada por Francisco y Salomé, inmediatamente después de la boda, fue en la ubicada en calle Del Estudio No. 25 (hoy Hostos). Aquí vivieron algo más de un año, pasando a residir luego en la casa materna de Salomé, es decir, en la San José No. 13. Fue aquí donde comenzó a funcionar el Instituto de Señoritas fundado por ella en 1881 y donde también habría de nacer, el 3 de diciembre de 1882, su primogénito Francisco Noel, sobre el cual publicamos un estudio biográfico en el año 2016: Francisco Noel, el primogénito de Salomé Ureña de Henríquez. Casi toda su vida transcurriría en la isla de Cuba, donde fue un connotado hombre de leyes, experto en materia de seguros. Su nacimiento fue motivo para Salomé escribir su poema En el nacimiento de mi primogénito:

j Oh, sí! Limpiar de abrojos
la senda preparada al sér que nace,
al bien y a la virtud abrir sus ojos.
y el peligro desviar que le amenace. 

Y así, como entre flores,
ajeno a la maldad, al vicio ajeno.
verle a lo grande tributar honores
y el alto aprecio merecer del bueno. 

[…]

j Doblemos el aliento!
Vamos al porvenir, la fe en el alma,
para él a. conquistar con ardimiento
de ciencia, de virtud, de bien la palma.  

                           (Fragmento)

En diciembre de 1883 la familia Henríquez Ureña pasa a vivir en la calle De la Esperanza (hoy General Luperón) esquina calle De los Mártires (hoy Duarte), en una casa de dos plantas, situada en la zona colonial de la misma ciudad. Allí se instala también el Instituto de Señoritas, que permanece en ella ocho años, tiempo durante el cual se graduó el primer grupo de maestras normales y también el segundo. En esa casa nacieron sus hijos Pedro —el 29 de junio de 1884— y Max el 16 de noviembre de 1885. Ambos, con el tiempo, serían reconocidos hombres de letras en toda Latinoamérica. Emblemático es su poema escrito a su Pedro:

Mi Pedro

Mi Pedro no es soldado; no ambiciona
de César ni Alejandro los laureles;
si a sus sienes aguarda una corona,
la hallará del estudio en los vergeles.

j Si lo vierais jugar! Tienen sus juegos
algo de serio que a pensar inclina.
Nunca la guerra le inspiró sus fuegos:
la fuerza del progreso lo domina. 

Hijo del siglo, para el bien creado,
la fiebre de la vida lo sacude;
busca la luz, como el insecto alado,
y en sus fulgores a inundarse acude.

Embarazada de Camila, en enero de 1893 la familia Henríquez Ureña se traslada a la casa de dos plantas ubicadas en la calle Santo Tomás No. 1 (hoy Arzobispo Nouel No. 7) en la misma zona colonial. En la segunda planta quedaron instalados el hogar y el instituto. Aquí, en un estado de salud  verdaderamente delicado, da a luz Salomé el 9 de abril del citado año: nace Camila, quien se convertiría en una de las intelectuales de mayor prestigio de la América hispánica. Motivada por el trance por el que atravesó al dar a luz a su hija, corriendo el riesgo de morir, Salomé escribió su breve poema Umbra-Resurrexit:

Brota la luz en deslumbrantes ondas,
el aire al pecho afluye,
el espíritu absorto se reanima,
y cunde y se dilata en las arterias
el ritmo palpitante de la vida.

Y bajo el ala cándida que extiende
sobre el hogar en gozo
ángel nuevo de paz que el cielo brinda,
surgiendo victorioso de las sombras
el cuadro de mi amor esplende al día.

Salomé falleció, en la misma ciudad en la que vio la luz del mundo por primera vez, a la una de la tarde del día 6 de marzo de 1897. Sus restos mortales reposan, en la misma cripta junto a los de su hijo Pedro Henríquez Ureña, en el Panteón de la Patria. En este solemne templo también reposan los de su maestro Eugenio María de Hostos, quien, al saber de su muerte, residiendo en Chile, resaltando su grandeza literaria, escribiría: 

Cuando se conozcan en América los cantos patrióticos de Salomé Ureña de Henríquez, no habrá nadie que les niegue la superioridad que tienen entre cualesquiera otros de la misma es­pecie en nuestra América.2

____________
1 En: Silveria R. de Rodríquez Demorizi. Salomé Ureña de Henríquez (Buenos Aires, Argentina: Microforma, 1944), p.  6.

2 Ver: «Salomé Ureña de Henríquez», en su Meditando (París, Francia: Sociedad de Ediciones Literarias y Artística, Librería Paul Ollendorff, 1909), pp. 228-229. 

2. PERSPECTIVA LITERARIA 

2.1. Salomé, primera dominicana en publicar un libro de poesía 

Si Sor Leonor de Ovando es, según Marcelino Menéndez y Pelayo, la primera poetisa de que hay noticia en la historia literaria de América,1 Salomé Ureña de Henríquez es la primera autora dominicana que publica un libro de poesía. No conocemos ninguna poeta nativa de República Dominicana que haya publicado un libro, dentro del género del inmenso Franklin Mieses Burgos, anterior al de ella: Poesías de Salomé Ureña de Henríquez (Santo Domingo: Sociedad Literaria Amigos del País, 1880, XV-214P.). Tiene prólogo de Mons. Fernando Arturo de Meriño y una biografía de la autora escrita por José Lamarche.

Ese hecho convierte a la madre del más prominente humanista dominicano de todos los tiempos  en una pionera desde el punto de vista histórico-bibliográfico, y específicamente en el ámbito de la creación literaria. En este aspecto, le seguiría Josefa A. Perdomo (1834-1896), quien publica, en 1885, con prólogo de José Joaquín Pérez, su libro Poesías de la señorita Josefa A. Perdomo, impreso, como el de Salomé, en los talleres de la imprenta de García Hermanos, en la ciudad de Santo Domingo.

El libro de la fundadora del Instituto de Señoritas hace su aparición seis años después de haber sido publicada la primera antología literaria dominicana: Lira de Quisqueya (1874),2 del puertoplateño José Castellanos, quien incluye en dicha obra siete poemas de la insigne poeta: «La gloria del progreso», «Recuerdos a un proscripto», «Melancolía», «Contestación», «A mi patria», «Gratitud» y «Un himno y una lágrima».

La obra de Salomé Ureña ha sido re-editada varias veces, aunque excluyéndose de una edición poemas que luego son incluidos en otra. Acerca de su producción poética existen numerosos e interesantes estudios, aunque en opinión de la crítica Daisy Cocco de Filippis «conviene señalar que los críticos no han sabido juzgar su obra».3 En esta misma línea de pensamiento Diógenes Céspedes afirma:

quienes han abordado el estudio de la obra poética de Salomé Ureña …han incurrido en el error de juzgar sus poemas fuera del contexto situación en que fueron enunciados en la lengua-cultura dominicana de 1870 a 1896.4

En ese sentido, exhortamos a todos los dominicanos oficiantes de la literatura, estudiantes, profesionales, etc.; a profundizar en el análisis de la obra de la eminente educadora y ya clásica poeta dominicana, volviendo sobre dichos estudios críticos a fin de revalorizarla. Sería esta una manera muy justa de contribuir a mantener viva la memoria de esa ejemplar mujer que fue Salomé Ureña de Henríquez, a quien el maestro Eugenio María de Hostos definiera como «una sacerdotisa en el aula, una pitonisa en el arte, [y] un mentor en el hogar».

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1 Marcelino Meléndez y Pelayo. Historia de la poesía hispano-americana (Madrid: Real Academia Española, 1911-1913. Tomo I), p. 291.

2 José Castellanos. Lira de Quisqueya (Poesías dominicanas escogidas y coleccionadas por…) (Santo Domingo: Imprenta de García Hermanos, 1874).

3 Daisy Cocco De Filippis. Sin otro profeta que su canto: Antología de poesía escrita por dominicanas (Santo Domingo: Editora Taller, 1988), p. 20.

4 Diógenes Céspedes. «Salomé Ureña o la interpretación de una ideología: El positivismo». En: Salomé Ureña de Henríquez. Poesías completas [Santo Domingo: Fundación Corripio, Inc., 1989. (Colección “Biblioteca de Clásicos Dominicanos”)], p. 8.

5 Citado por Silveria Rodríguez-Demorizi. Op. cit.

2.2. Reediciones de su obra poética

A la primera edición de Poesías completas  le continuarán varias reediciones, excluyéndose de una edición poemas que luego son incluidos en otra. Pero es relevante señalar lo siguiente: hasta 1880 los libros de poesía más importantes publicados por autores dominicanos son: Misce­lánea poética (La Habana, 1823, 301 p.), de Esteban Pichardo y Tapia1; Ensayos poéticos (Cuba, 1843), de Francisco Xavier Angulo Guridi; El triunfo liberal (Caracas, 1849, II-51 p.), de Alejandro Angulo Guridi; Fantasías indígenas  (Santo Domingo, 1877, 253 p.), de José Joaquín Pérez; y Poe­sías (Madrid, 1880, 197 p.), de Francisco Muñoz del Monte.

Pérez le dedica su obra a Salomé en homenaje a la profunda amistad que existe entre ellos y en respuesta a ese generoso gesto, agradecida, la poetisa le expresa su complacencia dedicándole su poema «Impresiones», cuyas segunda y décima estrofas transcribimos:

¿Quién, recorriendo tus Fantasías
hijas del trópico abrasador,
vibrar no siente las armonías
de aquella raza que en otros días
poblar sus selvas Quisqueya vio?
 

[…] 

Pues de una fama ya merecida
Tus Fantasías vuelan en pos,
Mientras acepto, reconocida,
De esos cantares llenos de vida
Con noble orgullo la ofrenda yo.2

A continuación describimos, en forma cronológica, las más im­portantes de las reediciones de la ya clásica obra poética de Salomé dadas a la luz pública, en República Dominicana,  entre 1920 y 1997:

Segunda edición: Poesías. Madrid: Tipografía Europa, 1920. XV-142 p.

Editada por Pedro Henríquez Ureña, quien escribe la introduc­ción y las notas. De los 34 textos contenidos en la primera edición (1880) se omiten 10 ―incluyendo la leyenda en verso Anacaona―, pe­ro se agregan a la colección 22 nuevos poemas. Esta edición tie­ne, por tanto, un carácter antoló­gico. De Anacaona Publicacio­nes América, S.A. hizo una edi­ción aparte, en 1971, dentro de su Colección Parnaso Dominicano y bajo el cuidado del fenecido librero Pedro Bisonó.

Tercera edición: Poesías completas. Ciudad Trujillo: Se­cretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, 1950. 351 p. (Colección Biblioteca Dominica­na; Vol. IV Serie I).

Con esta edición, basada en la anterior, se conmemora el primer centenario del natalicio de Salo­mé Ureña de Henríquez; trae prólogo de Joa­quín Balaguer y una Adverten­cia” del poeta Manuel Emilio Suncar Chevalier, quien vigiló la edición. Además de ser incluidos los 10 poemas omitidos en la se­gunda edición (1920), se incluye en esta tercera el poema «Cari­dad» (1883), dos discursos pro­nunciados por la poeta como di­rectora del Instituto de Señoritas y la carta que ella enviara, el 3 de noviembre de 1893, al presidente de la Junta Central Directiva del Proyecto de Estatua a Duarte:

La escuela, que es el laboratorio de las ideas de verdad y de bien que en el porvenir han de difundirse y convertirse en actos, así en el hogar como en la patria, no debe quedarse fuera del universal concierto de voluntades reflexivas que en todo el país, y aun en el exterior, se disponen a contribuir con su óbolo de justicia y de reconocimiento a la erección del monumento representativo del egregio Fundador de la República”, dice en el segundo párrafo de su misiva la eximia poetisa.

Cuarta edición: Poesías escogidas. Ciudad Trujillo: Librería Dominicana, 1960. 188 p. (Colec­ción “Pensamiento Dominicano”; 19).

Esta edición es una selección de las mejores poesías de Salomé Ureña, por lo que tiene un carác­ter antológico. Director de la Di­rección: Julio Postigo, creador de la Colección Pensamiento Dominicano.

Quinta edición: Poesías com­pletas. Santo Domingo: Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, 1975. 351 p.

Es una edición facsimilar con respecto a la tercera edición (1950), es decir no tiene carácter antológico, sino didáctico, de orientación. Trae de nuevo el prólogo escrito por Joaquín Balaguer para la tercera edición y una nota de advertencia escrita por Jorge Tena Reyes. Fue impreso en Editora Taller.

Sexta edición: Poesías com­pletas. Santo Domingo: Publica­ciones ONAP, 1985. 350 p. (Colec­ción Feria del Libro; 2).

Es, más bien, una re-impresión de la anterior, pero con un prólo­go adicional de Jaime A. Viñas Román, rector de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Fue editada con motivo de la XIII Feria Nacional del Libro «Vetilio Alfau Durán».

Séptima edición: Poesías completas. Santo Domingo: Pu­blicaciones ONAP, 1988. 351 p. Colección Feria del Libro).

Igual a la anterior, pero con otro prólogo adicional escrito por Margarita Vallejo de Paredes. Fue editada con motivo de la XVI Fe­ria Nacional del Libro «Manuel Arturo Peña Batle».

Octava edición: Poesías com­pletas. Santo Domingo: Funda­ción Corripio, Inc., 1989. 299 p. (Colección Biblioteca de Clási­cos Dominicanos; VII).

Hermosa edición, prologada por el crítico Diógenes Céspedes y que incluye el prólogo original de la obra escrito por Mons. Fernando Arturo Arturo de Meriño: «¡Fiat lux!»

Novena edición: Poesías completas. Santo Domingo: Publicaciones ONAP, 1992. 351 p.

Se publica en ocasión de celebrarse la Feria Iberoamericana del Libro «Pedro Henríquez Ureña» 1992 (XX versión de la Feria Nacional del Libro). Es fiel a la edición de 1988.

Décima edición: Poesías Completas. Santo Domingo: Comisión Permanente de la Feria del Libro, abril de 1997. 305 p. [Impreso en Editora de Colores]

Edición Especial de la XXIV Feria Nacional del Libro «Salomé Ureña de Henríquez», con motivo del centenario del deceso de Salomé ocurrido el 6 de marzo de 1897. Está basada en la edición de 1988. Contiene una presentación de José Rafael Lantigua. Aparece como edición novena, aunque es la décima, al parecer porque consigna en nota aparte que la edición de las Poesías completas hecha  por la Fundación Corripio no señala el número de edición. Dicha edición tiene dos sellos particulares: se hizo conjuntamente on una separata que contenía una biografía crítica de Salomé Ureña, escrita por Chiqui Vicioso, y fueron impresos veinte mil ejemplares para distribución gratuita una parte y otra para venta a bajo precio.

Entre las piezas poéticas más celebradas de Salomé citamos: «Ruinas», «La llegada del invierno», «El ave y el nido», «Melancolías», «Mi ofrenda a la patria», «Mi Pedro», «Páginas íntimas», «La fe en el porvenir», «La gloria del progreso».

Finalmente, citando a los críticos que mayor atención han puesto en la obra de la eximia poetisa ―Joaquín  Balaguer, José Alcántara Almánzar, Marcelino Menéndez y Pelayo, Mariano Lebrón Saviñón y Vicente Llorens―, podemos encadenar los siguientes juicios valorativos sobre Salome: la primera que tuvo en Santo Domingo el sentimiento de la gran poesía3 y la primera poetisa importante que dedicó gran parte de su obra a cantar a la patria.4

Salomé sostiene con firmeza en sus brazos femeniles la lira de Quintana y de Gallego, arrancando de ella robustos sones en loor de la patria6  y se ha convertido, por encima de su significación literaria, en un alto símbolo de espiritualidad y en un ejemplo perdurable de patriotismo7.

Salomé Ureña de Henríquez es considerada la figura femenina de mayor trascendencia en la historia de la cultura dominicana.

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1. Ver: “Esteban Pichardo y Tapia: primer dominicano en publicar un libro de poesía”. En nuestra obra: Apuntes bibliográficos sobre literatura dominicana. Santo Domingo: Biblioteca Nacional, 1993. Vol. 1, pp.31-12.

  1. En: Salomé Ureña de Henríquez. Poesías completas. Santo Domingo : Fundación Corripio, Inc., 1989. pp. 125-127. (Colección “Biblioteca de Clásicos Dominicanos”; VII).
  1. Joaquín Balaguer. “Prólogo”. En: Poesías completas. 5 ed. Santo Domingo: Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos. 1975. P.11.
  1. José Alcántara Almánzar. Estudios de poesía dominicana. Santo Domingo : Editora Alfa & Omega, 1979. P.53.
  1. Marcelino Menéndez y Pelayo. op. cit., tomo H, p. 306.

6. Mariano Lebrón Saviñón. Historia de la cultura dominicana. Santo Domingo: UNPHU 1981. Tomo II. P. 201. 

Vicente Llorens. Antología de a poesía dominicana 1844-1944. 2 ed. Santo Domingo : Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1984. P. 147.

2.3. Salomé, pionera de la poesía infantil dominicana

De singular importancia histórica para la literatura femenina dominicana es el hecho de que haya sido Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897) nuestra primera poetisa en escribir pensando en los niños: «El ave y el nido», poema fechado en 1875, es un digno ejemplo de ello. A continuación lo transcribimos:

El ave y el nido
¿Por qué te asustas, ave sencilla?
¿Por qué tus ojos fijas en mí?
Yo no pretendo, pobre avecilla,
Llevar tu nido lejos de aquí. 

Aquí, en el hueco de piedra dura,
Tranquila y sola te vi al pasar,
y traigo flores de la llanura
para que adornes tu libre hogar.

Pero me miras y te estremeces,
y el ala bates con inquietud,
y te adelantas, resuelta, a veces,
con amorosa solicitud.

Porque no sabes hasta qué grado
yo la inocencia sé respetar,
que es, para el alma tierna, sagrado
de tus amores el libre hogar.

¡Pobre avecilla! Vuelve a tu nido
mientras del prado me alejo yo,
en él mi mano lecho mullido
de hojas y flores te preparó. 

Mas si tu tierna prole futura
en duro lecho miro al pasar,
con flores y hojas de la llanura
deja que adorne tu libre hogar.

Ese poema aparece en la primera edición de la obra citada, un hecho altamente significativo que merece ser destacado: eso convierta en la pionera de la poesía infantil dominicana.

3. PERSPECTIVA EDUCATIVA
 
3.1. Salomé y el Instituto de Señoritas

Como educadora, Salomé Ureña de Henríquez dejó profundas e imborrables huellas en la historia de la educación do­minicana. Fue una gran colaboradora y amiga del apóstol antillano Eugenio María de Hostos. Bajo su mentoría pedagógica el 3 de noviembre de 1881 fundó el Instituto de Señoritas, el primer centro femenino de enseñanza superior, inician­do de ese modo una de las empresas de mayor tras­cendencia en República Dominicana en el campo de la educación: la valorización de la mujer, respondiendo, así, a la visión hostosiana sobre la educación científica de la mujer.

Las primeras maestras graduadas en este centro de enseñanza formador de mujeres fueron: Leonor Feltz, Luisa Ozema Pellerano, Mercedes Aguiar, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou. El acto de investidura tuvo lugar el 17 de abril de 1887 y en el mismo Hostos pronunció un histórico discurso. Sus palabras de exhortación dirigidas a las graduandas fueron estas:

Sois las primeras representantes de vuestro sexo que venís en vuestra patria a reclamar de la sociedad el derecho de serle útil fuera del hogar y venís preparadas por esfuerzos de la razón hacia lo verdadero, por esfuerzos de la sensibilidad hacia lo bello, por esfuerzos de la voluntad hacia lo bueno, por esfuerzos de la conciencia hacia lo justo. […] Nunca tengáis miedo a la verdad: si la veis, declaradla; si otro la ve por vosotras, acatadla. Por aviesa, por repulsiva, por aterradora que sea la verdad, siempre es un bien, Cuando menos, es el bien diametralmente opuesto al mal de error.1

Con palabras cinceladas con la sabiduría que le era característica, Hostos valoró la dimensión de Salomé –en junio de 1897, diez años después de aquel evento memorable, residiendo en Chile― del siguiente modo:

Salomé Ureña de Henríquez no se contentó con ser poetisa y patriota de palabra, sino que puso en práctica su entusiasmo poético y su devoción patriótica, consagrándose en cuerpo y alma a la más triste y penosa de las funciones sociales, pero también a la más trascendental: se dedicó al magisterio.2

Un dato interesante: el Instituto de Señoritas, en cuya administración jugó un papel muy importante Francisco Henríquez y Carvajal, comenzó a funcionar en la casa número 13 de la calle San José, que en la actualidad es la número 254 de la calle 19 de Marzo, en la ciudad de Santo Domingo.

3.2. Hostos sugiere designar con el nombre de Salomé Ureña el Instituto de Señoritas

Es el prócer puertorriqueño Eugenio María de Hostos quien, en 1897, sugiere a los dominicanos la designación del Instituto de Señoritas con el nombre de Salomé Ureña.

Al recibir, en Santiago de Chile, la infausta noticia de la muerte de Salomé Ureña de Henríquez, en carta de pésame que le enviara a la familia Henríquez Ureña el Gran Maestro antillano, vía su entrañable amigo Federico Henríquez y Carvajal, propone:

El primer homenaje, para la educadora: una suscripción nacional para un Instituto «Salomé Ureña»; el segundo homenaje, la publicación de todas sus poesías; el tercer homenaje, una patria como la que soñaba ella.

Esa carta está fechada en la capital chilena el 30 de mayo de 1897, es decir, dos meses y 24 días después de la partida definitiva de la eximia poetisa y ejemplar educadora. Fue publicada el 16 de agosto de 1897 en el número 127 de la revista Letras y Ciencias, de circulación quincenal y editada en la ciudad de Santo Domingo por los hermanos Federico y Francisco Henríquez y Carvajal.

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1 «Discurso en la primera investidura de alumnas del Instituto de Señoritas», en Eugenio María de Hostos. Páginas dominicanas. Compilador: Emilio Rodríguez Demorizi. (Santo Domingo: Editorial Librería Dominicana, 1963), pp. 221-222.

 2 Idem: p. 246.

4. FRANCISCO HENRÍQUEZ Y CARVAJAL PROPONE HOMENAJE PARA SALOMÉ

Cuenta el escritor Max Henríquez Ureña que el 22 de diciembre de 1878 La sociedad de Amigos del País galardona a la poetisa Salomé Ureña con una medalla de oro que lleva esta inscripción: «La Patria a Salomé Ureña». Lo dice en la página 9 su obra Mi padre. Perfil biográfico de Francisco Henríquez y Carvajal, editada póstumamente, en 1988, por la Comisión Permanente de la Feria Nacional del Libro.

 Esa medalla de oro le fue otorgada a Salomé por iniciativa de Francisco Henríquez y Carvajal. Sus nietos Hernán y Leonardo Henríquez Lora, hijos de Max, la donarían después al Museo Nacional de Historia y Geografía, en la ciudad de Santo Domingo.

El ilustre patriota Henríquez y Carvajal, a propósito de ese homenaje a la ejemplar educadora, escribe su texto «Salomé Ureña ante la patria», publicado el día 24 de mayo de 1878 en el periódico El Pueblo (Santo Domingo).1 Todavía Francisco y Salomé no habían contraído matrimonio, lo cual harían dos años después, específicamente el día 11 de febrero de 1880.

Ese escrito aparece en el libro asimismo titulado por nosotros,2 el cual compilamos y editamos en 2005 por encargo de la Secretaría de Estado de Educación y Cultura. En ese volumen recogemos varios textos de Henríquez y Carvajal sobre Salomé dados a la luz pública entre 1878 y 1900.

El libro Salomé Ureña ante la patria, agotado ya,  constituye un emotivo y valioso testimonio del amor que Henríquez y Carvajal sintió por Salomé. En el mismo también se evidencia la gran admiración que la ejemplar educadora le inspiró a Francisco desde el momento en que éste la conoció, destacando sus valores como mujer y como intelectual. El ilustre educador ―gran amigo y colaborador del humanista Eugenio María de Hostos y a quien el apóstol cubano José Martí consideró un pensador― pone de manifiesto el gran vacío que dejó en su vida la muerte de Salomé.

La reunión de varios textos de Francisco Henríquez y Carvajal sobre la eximia poetisa ofrece al lector la oportunidad de revalorizar, desde el punto de vista espiritual, lo que fue la relación de los esposos Francisco y Salomé, distorsionada y manipulada morbosamente por una corriente feminista fanatizada. Sin lugar a dudas, y a pesar de las odiosas tergiversaciones, ambos se amaron profundamente.

He aquí un fragmento de «Salomé Ureña ante la patria», el artículo de Francisco Henríquez y Carvajal:

La «Sociedad Literaria Amigos del País» acaba de hacer un llamamiento general a todos los patriotas, a todos los que aman la virtud, a todos los que rinden tributos de admiración al genio, a todos los que se enorgullecen con las glorias de la Nación, para que acudan solícitos a dar una prueba evidente de tan honrosas cualidades contribuyendo gustosos al homenaje  que en nombre de la Patria ha dispuesto tributar a la eminente poetisa dominicana, la señorita Salome Ureña.

En duda nadie pondrá los altos méritos de tan digna joven.3 Convencidos estamos de que tales honores le son debidos, y un pueblo que siempre ha tenido justo orgullo por todo lo que le honra, imposible es que mire con indiferencia hoy lo que atañe a su grandeza.

 […]

Es necesario que ya pensemos en elevar el rango que les corresponde a cuantos han hecho y hacen preclaro el nombre de la patria, con el lustre de sus propios nombres. Es necesario que la virtud sea alabada, que el valor luzca sus galardones y que el saber y el genio sean coronados con los laureles que en el campo de las letras han llegado a conquistar.

 […]

La Sociedad Amigos del País ha dispuesto dedicar una medalla de honor a la señorita Salomé Ureña en nombre de la Patria, como prueba de admiración, como prenda de gratitud, como gaje de simpatías, y para comunicar así un impulso más al progreso de la literatura, que por desgracia tan poco se cultiva en este suelo.

¡Oh Patria! ¡Oh Quisqueya! Escucha conmovida los acentos con que esa voz llena de encantos a ti te habla, e inclinarás la frente ante la nobleza del genio que llora tus desgracias, que canta tus victorias, y que abriga tan risueñas esperanzas por tu bienestar y engrandecimiento. ¿Quién jamás, en tan corta edad, levantó el acento a tan grande altura?

 […]

Que sus producciones poéticas sean releídas por los que tuvieren alguna duda. Ahí tienen todos la «Ruinas», que llega a la cumbre de la verdadera inspiración, que conmueve una por una todas las fibras del corazón que ama lo sublime, versos que no son sino un grito del alma enternecida ante los majestuosos escombros de nuestras

«Memorias venerandas de otros días».

Ahí tienen todos la «Oda al Progreso», en que habla a su pueblo con el acento varonil que le ha valido con justicia el título de poeta. Ahí tienen «La llegada del invierno», en que la fluidez, lo sencillo, lo elegante, unido todo a la inspiración, también deja conmovidos a los que leen. Y otras tantas más.

[…]

Por desgracia aquí no se celebran certámenes literarios, que tan convenientes serían. Pero la señorita Ureña ha luchado en un terreno aún más vasto y más escabroso. Porque su acento ha subido más alto que estruendo de las armas agitadas por la discordia civil, y más alto que el grito sordo de los rencores y las pasiones, y más alto que el escándalo del despotismo; y todos lo hemos escuchado lleno de la misma elevación en los momentos en que tenía mudos todos los libros la tiranía. Así, resulta que no es favor, sino justicia, lo que la Sociedad Amigos del País quiere tributarle en nombre de todos.

Pero no basta la medalla, o mejor dicho, podría gastarse poco con ella, y con lo demás, que se publicaran sus poesías en una colección sería lo más conveniente,4 y mayor prueba de las consideraciones que se le deben. Sólo que las contribuciones han de crecer para ese objeto, y ser más numerosas.

Concurran, pues, todos los que aman las letras, todos los que saben cuán dificultoso es, y por esta razón, laudable, llegarse a distinguir en Santo Domingo en ese sentido; concurran todos los que aman el progreso, así material como intelectual de la Nación; concurran todos los que, muy lejos de los dominios del egoísmo, saben honrar el talento, admirar el genio y venerar la virtud, y satisfacen su espíritu cuando hallan la ocasión de patentizar lo anterior; concurran todos los patriotas, y así será posible darla a conocer al mundo entero, para honra de todos, publicando sus composiciones ya aplaudidas,4 las que tenga inéditas, y quizás si algún poema tratando de los acontecimientos de Quisqueya cuando la conquista, que tenemos el gusto de indicar.

Cierto es que los honores muchas veces son perjudiciales para aquellos a quienes se han dedicado. Pero no resultará así en este caso. Porque conocemos personalmente a la señorita Ureña, y apelamos al juicio imparcial de los que también así la conocen. Es de aquellas almas humildes por naturaleza y humildes por convicción; y cuando sus ojos desprecian los objetos que están delante o modestamente se fijan en alguno, su pensamiento está recorriendo las esferas de las grandes concepciones.

Leamos a continuación «La fé en el porvenir», escrito por Salomé en 1878: 

La fé en el porvenir

A la Sociedad «Amigos del País»
Cual gladiador valiente
que al circo peligroso se abalanza
y lidia tenazmente,
trémulo de valor y de esperanza,
y sólo cesa en la tremenda lucha
cuando aclamarse vencedor escucha;
tal, de entusiasmo llena,
se lanza audaz la juventud fogosa
con pecho firme en la vital arena.
El alma generosa,
de impaciencia y ardor estremecida,
rasgar intenta del futuro el velo,
penetrar los misterios de la vida,
salvar los mundos, escalar el cielo.

Eterna soñadora
de triunfos y grandezas inmortales,
con viva luz sus horizontes dora.
Decidle que ideales
son los portentos que su mente crea,
que es vana la esperanza que la agita:
triunfante el orbe mostrará su idea
si le infunde valor la fe bendita.

¡Ah, no la detengáis! Dejad que ardiente
de su noble ambición el rumbo siga;
dejadla al cielo levantar la frente;
dejad que un rayo de esa lumbre amiga
su corazón encienda,
y la veréis inquebrantable, osada,
por el honor y la virtud llevada,
lauros segar en su espinosa senda.

Si el arte peregrino
con sus prodigios mágicos la alienta,
dejadla proseguir en su camino;
que allá a lo lejos brilladora palma
un futuro de gloria le presenta,
y a conquistarla volará su alma.

Si al campo de la ciencia
con entusiasta admiración la guía
ansiosa de saber su inteligencia,
espacio dadle, y triunfadora un día
veréis cuál se levanta,
leyes dictando a la creación entera,
la tierra a sujetar bajo su planta
y a medir de los astros la carrera.

Dejadla proseguir. ¡Ay del que nunca
sintió inflamarse en entusiasmo santo,
y de la Patria la esperanza trunca!
Miserable existir, inútil vida
la que se aduerme en el error, en tanto
que en lucha activa se estremece el mundo,
siguiendo tras la luz apetecida
de gloria y bienestar germen fecundo.

Avanza ¡oh juventud! lucha, conquista
del bien supremo la eminente cumbre,
tiende al futuro la impaciente vista,
y a la fulgente lumbre
que allá te muestra tu inmortal anhelo,
con la virtud por guía,
sigue inspirada de tu mente el vuelo
y llévete do quieras tu osadía.

Atleta infatigable,
del bien y el mal en la contienda ruda,
te alzarás invencible, formidable,
si el entusiasmo, si la fe te escuda.
Que atraviese tu voz el aire vago
las almas convocando a la victoria:
tuya es la lucha del presente aciago,
tuya será del porvenir la gloria.

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1 Tomamos ese texto no del periódico citado sino de la siguiente fuente cubana: Homenaje de Cuba al preclaro dominicano don Francisco Henríquez y Carvajal en el centenario de su nacimiento (La Habana: Oficina del Historiador de la Ciudad, 1959), pp. 181-186.

2 Francisco Henríquez y Carvajal. Salomé Ureña ante la Patria. Compilación, prefacio y notas de Miguel Collado (Santo Domingo: Secretaría de Estado de Educación, 2005).

3 Salomé Ureña recién había cumplido los 28 años de edad.

4 Por esas sugerencias de Francisco Henríquez y Carvajal es que, dos años después (en 1880), es editado el muy conocido volumen Poesías de la Señorita Salomé Ureña bajo el auspicio de «Sociedad Amigos del País», entidad cultural de la que Henríquez y Carvajal era uno de sus miembros directivos.