Por Miguel Collado.-
Miembro-fundador de la Liga Hostosiana Rep Dom.

En torno al poeta Héctor Incháustegui Cabral: un enfoque bioliterario

Fue durante el desarrollo de una conversación sostenida en la Librería La Trinitaria con la legendaria librera dominicana Virtudes Uribe que el ilustre narrador Juan Bosch dijo: «Héctor Incháustegui Cabral fue un regalo que los dioses le hicieron a la República Dominicana». La señora Uribe, propietaria de dicha librería, nos contó la anécdota años después. Y con ese clásico de la poesía dominicana iniciaremos esta segunda parte de nuestra caminata por el siglo XX de la literatura dominicana.

Incháustegui Cabral —nacido el 25 de julio de 1912 en la común de Baní y fallecido el 5 de septiembre de 1979 en la ciudad de Santo Domingo— entró al mundo de la literatura, siendo un adolescente aún, o por influencia o por herencia familiar. Él mismo nos da la señal orientadora:

«Quizás el ambiente de la casa: mi padre era escritor. Tenía libros. Editaba un periódico. Lo visitaban los escritores que venían a mi pueblo, a Baní. Conocí entonces a Vigil Díaz, a Moreno Jimenes, a Peña Batlle, tres personas que ahora sé que representaron mucho para mí. 

Mi tía abuela, Ramona Billini, nos leía, todas las noches, romances de un libraco enorme, durante meses y meses. Se habla de una educación del oído, pero yo creo que hubo algo más: educación de la expresión. Cuando vine a darme cuenta podía componer, en octosílabos, casi sin parar, cuando apenas sabía leer y eso que aprendí muy
temprano.» (1)

(Aunque a cada uno de ellos habremos de dedicarle una entrega sabatina de esta sección, procede que adelantemos —para aquellos no conocedores de la historia literaria dominicana— que Otilio Vigil Díaz, Domingo Moreno Jimenes y Manuel Arturo Peña Batlle son tres figuras connotadas de las letras dominicanas: innovadores poetas los dos primeros y brillante ensayista el tercero. El padre de Incháustegui Cabral fue el escritor y periodista banilejo Joaquín Sergio Incháustegui Andújar, autor de la obra Reseña histórica de Baní (1930) y fundador del primer periódico banilejo: Ecos del Valle en 1916.)

Intelectual de múltiples facetas, Incháustegui Cabral dejó a su patria amada un valioso legado cultural en varios géneros literarios, pues fue sobresaliente poeta, dramaturgo, ensayista y crítico literario. También fue narrador, educador y diplomático. Realizó estudios superiores en la Universidad de Santo Domingo (hoy Autónoma), donde obtuvo una Licenciatura en Filosofía y Letras.

Hagamos un recorrido, así sea breve, por los diversos géneros literarios en los que se movió, con brillantez, la pluma de ese prominente escritor que fue Héctor Incháustegui Cabral:

EL POETA

Es considerado por la crítica especializada uno de los máximos exponentes de la poesía dominicana; su preocupación ante los problemas sociales y políticos de la patria que le vio nacer ha quedado registrada en lo mejor de su poesía épica: Diario de la guerra y Los dioses ametrallados (1967). Desde sus inicios, con la publicación en 1940 de su opera prima, Poemas de una sola angustia, esa sensibilidad social nunca dejó de atravesar toda su obra poética. Ni aun en su poesía de temática amatoria, metafísica o religiosa.

Si el poeta petromacorisano Federico Bermúdez es el precursor de la poesía de honda preocupación social en la literatura dominicana con su clásico poemario Los humildes (1916), entonces es Incháustegui Cabral su continuador más auténtico, compartiendo —cabe decirlo— ese tipo de poesía en la lírica nacional con otros excelentes poetas que brillan, de manera independientes, en los años 40 con textos fundamentales: Tomás Hernández Franco (Yelidá, 1942), Francisco Domínguez Charro (América en genitura épica, 1942), Manuel del Cabral (Compadre Mon, 1943) y Pedro Mir (Hay un país en el mundo, 1949).

La crítica de su patria y la extranjera han coincidido al situarlo en lugar prominente entre los poetas más representativos de la literatura dominicana de todos los tiempos. En el especializado Diccionario Enciclopédico de las letras de América Latina (2) la obra del poeta
dominicano es valorada así:

«Su obra poética está emparentada a la corriente de cierta poesía social norteamericana al modo de Carl Sandburg, por su rigor crítico y vanguardista no exento de un desenfado, cuya ironía contestaría describe los paisajes patrios y se suma a la confraternización del hombre. Desde esa perspectiva su canto alcanza momentos que rebasan la intencionalidad lírica hasta obtener un instante épico en temas como “Canto triste a la Patria bien amada”, “invitación a los de arriba”, entre otros, que reafirman la protesta del poeta hacia injusticia social, ajustándose a una conciencia libertaria, más cerca del desencanto hacia el mundo imperante. Así aparece su primer libro Poemas de una sola angustia (1940), donde Incháustegui Cabral trata de captar las voces rudas, desentonantes del medio, el lenguaje duro de la calle, para cifrarlo a su visión estética y a sus resoluciones técnicas.»

Pragmático y observador la obra de Héctor Incháustegui Cabral se nutre de la realidad, siempre está presente algún referente objetivo en ella. Es por eso que, al hacer alusión a su poesía social en un momento de la entrevista concedida en 1975 al escritor Guillermo Piña-Contreras, confiesa: «Viendo lo feo, lo desagradable, reaccioné en esa forma, que para mí era absolutamente natural, tanto que me resulta difícil separar obra y realidad.» Y luego agrega: «Siempre he padecido la falta de justicia, la miseria, el abuso y eso se reflejó en lo que escribía, pero no lo hacía para llenar un programa. Lo que me molestaba o me parecía malo o desagradable lo daba a conocer en verso, iba a parar a los versos. Influidos por el ambiente de mi tierra, seca, pobre, angustiada.»

Sobre su modo de asumir el oficio de escritor podríamos decir que ese oficio andaba con él hacia todas partes: escribía en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia; escribir, para él, era consustancial al acto de vivir. De su propia confesión se deduce: «Puedo escribir en cualquier momento. Interrumpiendo el trabajo, en un café, mientras avanza el vehículo en que voy, sin fichas, sin notas.» Que no se vaya a interpretar su confesión como la de un escritor improvisador y desordenado, porque Incháustegui Cabral era todo lo contrario: además de altamente culto, era disciplinado, mesurado y estratégico en la manera de abordar cada uno de los variados temas que atraviesan su vasta obra literaria: «El periodismo a mí me fue muy útil. Me disciplinó, Me enseñó a atenerme a los datos, a ser conciso…», dice él.

Plumas connotadas de la crítica dominicana han escrito y justipreciado la obra poética de Incháustegui Cabral: Antonio Fernández Spencer, Manuel Rueda, Marcio Veloz Maggiolo, Diógenes Céspedes, José Alcántara Almánzar, Bruno Rosario Candelier, Guillermo Piña-Contreras y José Enrique García, entre otros. Extenso resultaría el opinario en torno a ese célebre banilejo de reunir todas las miradas críticas a su obra. Fernández Spencer, por ejemplo, considera que un poeta de la calidad de Héctor Incháustegui Cabral «quisieran [tenerlo] muchos países en América de más larga y fecunda vida literaria que el nuestro.» 3)

Incháustegui Cabral fue coherente en su visión poética, fiel a su sensibilidad inicial como creador. Su identificación con la guerra patria de Abril de 1965 es una evidencia: Diario de la guerra y Los dioses ametrallados, dos poemarios emblemáticos en su obra, se levantan como dos columnas fuertes de su imponente edificio literario. Ambos, en un sólo volumen, vieron la luz pública en 1967. «Realizó una obra de trascendente contenido social que se ha continuado en sus últimas publicaciones», (4) diría Veloz Maggiolo cinco años después de la aparición de esos dos textos fundamentales en la obra poética de Inchásutegui Cabral.

Además de las ya citadas, otras obras en verso publicadas por Héctor Incháustegui Cabral son: Rumbo a la otra vigilia (1942), En soledad de amor herido (1943), De vida temporal (1944), Soplo que se va y que no vuelve (1946), Muerte en El Edén (1951, novela en verso), Versos 1940-1950 (1951), Rebelión vegetal y otros poemas menos amargos (1956), Por Copacabana buscando (1964) y Poemas de una sola angustia: obra poética completa (1978).

EL DRAMATURGO

Varias de las piezas dramáticas de Incháustegui Cabral aparecen en diversas antologías formando parte del teatro clásico dominicano: en 1964, en Buenos Aires, da a la luz pública el volumen Miedo en un puñado de polvo, que contiene tres obras emblemáticas dentro del teatro nacional: «Prometeo», «Filoctetes» e «Hipólito». En las tres es visible la influencia de la tragedia griega: de Esquilo en la primera y de Eurípides en las dos últimas.

La obra Prometeo fue representada en 1959 y plantea, de manera simbólica, la problemática política de la sociedad dominicana durante el régimen trujillista en ese momento. Filoctetes es llevada al escenario en 1963 e Hipólito, años después.

Veloz Maggiolo, al mismo tiempo que destaca que Inchástegui Cabral «domina con facilidad los recursos técnicos del teatro en verso», señala: «El símbolo de Prometeo es el del hombre encadenado por las circunstancias, dispuesto a rebelarse contra su destino, pero incapaz de salir del medio ambiente que lo asfixia y le hace la vida imposible.» Y luego agrega: «es un serio intento de hacer tragedia en el teatro nacional.» (5)

EL NARRADOR

Incháustegui Cabral escribió dos novelas: una en verso —Muerte en el Edén (1951)— y otra en prosa: La sombra del tamarindo (1984), la cual había permanecido inédita muchos años. Dejó inédita una colección de cuentos, según nos informa Max Henríquez Ureña, quien incluye su cuento «El camino» en la antología Veinte cuentos de autores dominicanos, preparada en Cuba en 1938 y publicada, póstumamente, en Santo Domingo en 1995. Hay una segunda edición de 2006 bajo el sello editorial de CEDIBIL.

En la entrevista citada el célebre poeta confiesa: «Un poco más tarde escribí “romances infantiles” que no para niños. Cuentos y sucedidos versificados. Cuando tuve cierto uso de razón me parecieron muy malos y los destruí. Ahora lo lamento.»

Max dice en su antología: «Incháustegui Cabral es una de las figuras que mejor se destacan en la nueva generación literaria dominicana. Tiene listo para la prensa un libro de cuentos: Bayahonda.»

Otros cuentistas antologados por el tercer hijo de Salomé Ureña de Henríquez son: Federico Henríquez y Carvajal, César Nicolás Penson, Fabio Fiallo, Virginia Elena Ortea, Américo Lugo, Tulio M. Cestero, Sócrates Nolasco, Pedro Henríquez Ureña, Tomás R. Hernández Franco, Juan Bosch, Ramón Marrero Aristy y José Rijo. Eso nos da una idea del nivel del prestigio literario alcanzado por Incháustegui Cabral a temprana edad. Era el más joven de todos los seleccionados por Max Henríquez Ureña: en 1938 contaba con 26 años
de edad.

EL ENSAYISTA: CRÍTICO LITERARIO E HISTORIADOR

Siguiendo los pasos de su padre, Incháustegui Cabral incursionó en campo de la historia: en 1955, en colaboración con su hermano Joaquín Marino, publicó la obra Historia dominicana: 1844-1953.

Pero es en el ensayo literario donde su prosa luce su mayor esplendor: De literatura dominicana siglo veinte (1969) es su obra más importante dentro de su ensayística. Al referirse a ella el poeta y crítico dominicano Manuel Rueda expresa lo siguiente: «Se destaca también como crítico literario, habiendo estudiado a nuestros poetas contemporáneos a la luz del sicoanálisis, según puede verse en su gran libro de ensayos titulado De literatura dominicana siglo XX, en el que se acomenten valoraciones de los poetas de una nueva generación…, todos vistos a través de las teorías del trauma de nacimiento sustentadas por Otto Rang.» (6)

Otras obras suyas en prosa discursiva que merecen ser mencionadas aquí: Casi de ayer (1952), El pozo muerto (1960) y Escritores y artistas dominicanos (1978).

EL HOMBRE PÚBLICO RECONOCIDO

Tuvo una vida pública muy activa. Ejerció el periodismo, llegando a ser jefe de redacción de los periódicos Listín Diario y La Nación, director del diario La Opinión y co- director de la revista Cuadernos Dominicanos de Cultura, conjuntamente con los poetas Pedro René Contín Aybar, Tomás Hernández Franco y Rafael Díaz Niese.

Hizo carrera diplomática (fue embajador en Cuba, México, Venezuela, Ecuador, El Salvador y Brasil) y desempeñó importantes puestos de dirección tanto en el sector gubernamental como en el privado, en su país y en el extranjero:

 Subsecretario de Estado de Relaciones Exteriores y de Educación, Bellas Artes y Cultos.
 Director de Santo Domingo Televisión y de Radio Caribe.
 Presidente de la Sociedad Nacional de Escritores.
 Vicepresidente de la Sociedad de Autores y Compositores Dramáticos de la República Dominicana.
 Presidente del Instituto de Cultura Hispánica.
 Miembro del Comité Interamericano de Cultura de la Organización de Estados Americanos (OEA).
 Miembro del Ateneo de México y del Ateneo de Bellas Artes de Río de Janeiro (Brasil).
 Director del Comité de Publicaciones y escritor residente de la Universidad Católica Madre y Maestra (hoy Pontificia).

Por sus méritos intelectuales y literarios fue objeto de reconocimiento dentro y fuera de la República Dominicana:

 Designado miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua.
 Galardonado en 1952 con el Premio Nacional de Poesía por su obra Las ínsulas extrañas (1952).
 Designado Profesor Emérito y Escritor Residente de la Universidad Católica Madre y Maestra (hoy Pontificia).
 Designado Miembro de la Legión de Honor de México.
 Premio Caonabo de Oro otorgado por la Sociedad Dominicana de Escritores Dominicanos en 1979.

4 POEMAS DE HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL

Canto triste a la patria bien amada*

Patria…
y en la amplia bandeja del recuerdo,
dos o tres casi ciudades,
luego,
un paisaje movedizo,
visto desde un auto veloz:
empalizadas bajas y altos matorrales,
las casas agobiadas por el peso de los años y la miseria,
la triste sonrisa de las flores
que salpican de vivos carmesíes
las diminutas sendas.

Una mujer que va arrastrando su fecundidad tremenda,
un hombre que exprime paciente su inutilidad,
los asnos y los mulos,
miserable coloquio del hueso y el pellejo;
las aves del corral son pluma y canto apenas,

el sembrado sombra, lo demás es ruina…

Patria,
en mi corazón un acerico
en donde el recuerdo va dejando
lanzas de bien agudas puntas
que una vez clavadas temblorosas quedarán
por los siglos de los siglos.

Patria,
sin ríos,
los treinta mil que vio Las Casas
están naciendo en mi corazón…

Patria,
jaula de bambúes
para un pájaro mudo que no tiene alas,
Patria,
palabra hueca y torpe
para mí, mientras los hombres
miren con desprecio las pies sucios y arrugados,
y maldigan las proles largas,
y en cada cruce de caminos claven una bandera
para lucir sus colores nada más…

Mientras el hombre tenga que arrastrar
enfermedades y hambre,
y sus hijos se esparzan por el mundo
como insectos dañinos,
y rueden por montañas y sabanas,
extraños en su tierra,
no deberá haber sosiego,
ni deberá haber paz,
ni es sagrado el ocio,
y que sea la hartura castigada…

Mientras haya promiscuidad en el triste aposento campesino
y sólo se coma por las noches,
a todo buen dominicano hay que cortarle los párpados
y llevarle por extraviadas sendas,
por los ranchos,
por las cuevas infectas
y por las fiestas malditas de los hombres…

Patria,
y en la amplia bandeja del recuerdo,
dos o tres casi ciudades, luego,
un paisaje movedizo,
visto desde un auto veloz:
empalizadas bajas y altos matorrales…
_____________
*En su libro Poemas de una sola angustia (1940).  Dar un click más abajo al poema «Canto triste para mi patria bien amada» musicalizado por Víctor Víctor y Jorge Taveras e interpretado por la legendaria cantante dominicana Sonia Silvestre (1952-2014).

Escuchar Poema de Héctor Incháustegui Cabral

Invitación a los de arriba*

Sí, a vosotros yo os invito;
si queréis bajar,
podéis hacerlo.

¿Qué no tenéis cuerdas,
ni escaleras de mano,
ni los deseos ni los impulsos necesarios?

Tanto peor para vosotros,
para vosotros que vivís
nada más que para la blanca superficie:
o mantel o sábana o pañuelo,
el fino pañuelo de hilo perfumado
con la mentida artificial fragancia de los azahares.
Me diréis que tengo cara de ahorcado,
dedos de mecanografista y un gesto,
bastante subrayado,
de viajante de comercio que no ha echado todavía
el pie a una mala bicicleta.

Lo veis, moscas, lo veis
os conformáis con el perímetro,
el perfume y la apariencia;
os invito a bajar al centro de mi sangre
y por miopes os prestaré
lentes racionalistas
y ese sencillo y claro estado de alma
del pobre que compra,
pasado medio día,
el desayuno de los hijos hambrientos.
Si no habéis sufrido hambre todavía
y puede que sí, por culpa, es natural,
de la científica dietética
yo os daré la clave para llegar a mi corazón:
y cuando lleguéis, gratamente asustados,
en voz muy baja, que tendrá temblores
propios de la alcoba y del jardín diréis:

Comenzaré por descreerlo todo,
por negar cuanto me dijeron que era grande;
desde la pluma del militar gorrión
hasta la pluma del escritor pagado
de sí mismo y con oros ensangrentados e inicuos.

Creeré en la mansa igualdad de los hombres
y en la sencilla complejidad de las cosas pequeñas,
en el apretón de manos del amigo,
y en el cigarrillo y los fósforos prestos
a ser dados,
en el minúsculo miedo a las voladoras cucarachas,
y en ese sagrado temor a las mujeres
que no hablan casi y miran mucho,
enlutadas tras un silencio,
como emboscadas y tremendamente alertas,
esperando el momento propicio para saltar
[diciendo:
porque me compadeces eres mío…

Ya sé que he hablado de más,
pero soy de esos a quienes satisface mejor
el pago hecho en sonrisas
que en flamantes billetes de banco.
No bajaréis, no, os quedaréis
en vuestro mundo,
con el corazón seco y amarillo,
sí, os quedaréis, vosotros
los de la astucia amanerada,
y no será porque os faltan los dos pies,
que indican que estáis más cerca
del ridículo mono
que el caballero chivato
cuyas barbas pecadoras no tenéis derecho ni a
[besar.

Os invité de buena fe,
¿y qué le vamos a hacer?…
Pero creedme, sufro mucho con los animales
[pequeños
cuando están heridos o enfermos,
el mulo con su pata partida

me parte el corazón;
la avaricia y la incomprensión
también me hacen derramar lágrimas amargas,
unas lágrimas que tengo reservadas
para esa patética hora
en que la mujer nos pide
o un poquito de llanto
o un tanto así de recitación…
Pero tanto mejor, quedaos arriba,
con vuestros entorchados y vuestras libretas
cuyas cuentas están cargadas de sudores ajenos,
los de abajo tenemos algo que crece y fructifica,
algo que nace sin que sepamos cómo
y que no muere nunca: el odio y el desprecio…

Además, contamos con vuestro apego a la vida,
y por ello somos camorristas,
y debajo de la americana llevamos
periódicos doblados en tal forma
que os hacen ver que hasta los dientes
vamos armados.
Inventamos las intoxicaciones
y las huelgas,
los ladrones y los asesinos que no dejan huella,
las prostitutas vestidas de negro,
que cobran su virginidad en cada día;
los duendes, las quiebras, los fantasmas,
las locuras, las paranoias,
los ciclones, las vitaminas
todo para vuestro susto,
lo hemos inventado nosotros los de abajo,
los del indiscreto microscopio,
los de la gacetilla larga
los de la escoba,
los de la paciencia,
los del telescopio y los del asador.
______________
*En su libro Poemas de una sola angustia (Obra poética completa 1940-1976) (1978).

Diario de la guerra*

CATORCE

Pobre pobre, hermano mío,
soy más culpable que tú
porque estoy calzado y pienso,
porque te dejé solo
y en vez de visitarte
fui al mar y hablé con el mar,
y hablé con la sirena y el delfín,
con el alcatraz de sucia pluma
y con las gordas yerbas saladas que se dan
[entre las rocas.
Mis crímenes son más grandes que tus torpes
[crímenes pequeños
mi crimen se cubre con la capa amarilla de la
[indiferencia.
con el bienestar y con la salud,
con el lujo y el ocio que abren de par en par el
[mundo,
con el ocio que se llena de música y color.
Cambié de ciudad bajo un sombrero de fieltro
y fumé apacible bajo un sombrero de las
[palmas del Ecuador famosas,
me quité el traje pesado y me puse el traje ligero
y caminé descalzo bajo los cocoteros
con un vaso en la mano,
el hielo contra las paredes chocando,
y no te recordé, hermano equivocado,
que no sabes pedir lo justo,
capaz de exigir lo injusto saltando por encima
[de las tapias
en la hora inmóvil de la madrugada.

Este abismo que abrí entre los dos
llenémoslo de muertos,
con nuestros pobres muertos olvidados.

Si sembráramos en cada sepultura
un árbol
podríamos aguardar frutas y bosques.
Si pudiéramos represar la sangre derramada
y hacerla correr entre los surcos,
cuánta espiga doblada,
cuánto tubérculo gigante,
cuánta flor cantarina con abeja,
cuánta sonrisa iluminada en la cocina,
qué cómo dormir la noche entera
sobre el santo suelo pelado.

Si pudiéramos sembrar siquiera un brazo
de esos que ruedan por ahí desperdigados
en cada pecho pesimista,
o una de esas manos que se seca al sol,
cuánta canción para el hijo que busca el sueño
[en el regazo,
cuánto apretón de manos jubiloso,
cuántos brazos vivos, prendidos del tronco,
[con sangre
y con calor,
sobre los hombros amigos reposando,
pobre pobre, hermano mío.
___________
*En su libro Diario de la guerra. Los dioses ametrallados (1967).

Los dioses ametrallados*

NUEVE

Es una isla llena de gritos
apagados
y montañas,
ríos lentos
y el mosquito picando,
valles erizados de palmeras,
el mangle junto al mar,
tristes niños inocentes con halos de luz
y ágiles insectos zumbadores,
perdida en silencio la mirada.
Media isla sin caminos,
la mujer siempre preñada,
el cigarro apagado entre los dientes,
mientras pasa ruidoso, indiferente, pagado de
[sí mismo,
cruz metálica
entre nubes de nácar de allá arriba
y un revuelo ordenado de garzas de papel
aquí debajo,
el solemne avión de pasajeros.
Es una isla, media isla nada más,
de sucia tristeza aletargada,
los harapos colgando de las ramas
y los hombros,
con una parda paciencia fabricada

en cuatro siglos de lágrima y bostezo,
cuatro siglos inciertos:
de la lanza y el caballo,
—el macho—
al machete y al fusil;
de la arenga radial plena de gritos,
—los dos: el hombre y la mujer—
al torvo cañón sin retroceso;
del avance con títulos enormes
del diario que suda sus razones,
a la radio, al papel, a la sorda consigna;
de los tanques que duermen a la sombra
al alimento repartido,
envuelto en celofán,
por las esquinas;
de la barba de pelito enroscado
a la barba de trigo,
al insolente bigote manchado;
de la bandada de sueños espantados
a la sangre corriendo en la cuneta
que puja y repta y se para cansada,
con sus rosas de pena,
sus claveles de seda,
y la vida ganando la parada a la muerte,
y el rebaño del sueño redoblando la prisa,
el ángel bueno con espada
—las mejillas con carmín,
la falda bien planchada—
y las vírgenes cerrando
con los labios cerrados
las hondas heridas abiertas.
Media isla con mulos en lo seco,
vacas pastando en donde el valle humea,
la cabra entre la espina,
bajo las hojas de la palma secas
el hogar con su cajón,
con su piso de tierra,
su perfume picante de montura sudada,
el humo en el ojo cerrado,
las manos suspendidas en el humo
y la luz que desde fuera irrumpe
sin saludar, sin detenerse,
los pájaros callados en el techo,
y el gallo y las gallinas acezando
y el amor presente porque pone la gallina
y se sientan en rueda los niños en el suelo

mirándose callados,
en un silencio adulto y respetado,
mirándose
con mirada de viejos muy cansados
y canta el gallo, ladra el perro
y el pilón echado en el rincón no canta,
ni canta sobre el fuego el agua al hervir
y no hay sal en el papel que el viento toma
y se lleva por entre las patas secas de las yerbas
[secas
y marido y mujer se multiplican en los hijos
sin besarse
y el amor no borra el surco en la frente dibujado
y los deja esperando la esperanza.
En nombre de ese amor sin sal,
de esos amores que son más que el amor
porque no tienen palabras que los pierdan
[y extravíen,
crecen los muchachos azules
de los barrios perdidos,
sin cabos los cuchillos pobres,
buscando amor en la violencia
que es la forma primera del amor,
amor de la mujer que diciendo que no
es “destrózame la entraña”,
y amor por las arengas
que profiere la doctrina:
el “tendrás lo que arrebates”
contra el “púdrete ahí si no porfías”.
Trotando sin preocupación
la rata por el callejón,
y la basura que humea
y otra vez los sueños en bandadas locas
y la cocina vacía,
lejos del agua,
lejos el canto que ha de venir de alguna parte,
que parece una insolencia
en este silencio que amortaja
no el sollozo o los quejidos,
no la maldición ni la palabra sucia,
no, lo que cubre a su muerto con banderas
es ese chocar del hueso contra el hueso
y el crujido de los dientes apretados
y el mundo tan plácido y tranquilo
hoy que es día domingo,
junto a la holgazana, alta, distante, chimenea
clavada en la mitad del orden,

en el pecho con flores y caminos de arena,
en la sombra del que tira encendida
elegante
seca, la colilla grande,
demasiado grande la colilla rubia,
y taconea rítmico su baile,
señor de las aceras y muchachas de alquiler.
Media isla con arrugas hacia arriba,
tan poblada y sin siembras,
media isla donde de repente
los árboles echaron ramos negros
a la orilla del río,
a la orilla del camino
que adivinan los pies
cuando cae la coche
y queda en el aire temblando
el que empuja su ganado de sombras,
lo que nos queda de la última experiencia
manchado con la tinta de imprenta
del libro que pasó de mano en mano,
manchado con la sangre caída
que pasó de la ira al mordisco,
de la ira al descubrimiento de la propia
[condición,
del saber que se puede,
del saber que el temor aconseja
y abre la mano del que sujeta duro
y contiene el puño que golpea
y la piedra que florece en sonrisa
cuando el hombre se asusta
y se pregunta el porqué de este cambio
si Dios después de ver reunida su creación
que todo estaba bien
y puso a Adán en el Edén
y le entregó por compañera a la mujer
y la paz y la inocencia.
______________
* En su libro Diario de la guerra. Los dioses ametrallados (1967)

NOTAS:

(1) En entrevista concedida en 1975 al escritor dominicano Guillermo Piña-Contreras, quien la incluye en su libro 12 en la literatura dominicana: del postumismo al pluralismo (2. a ed. Santo Domingo, Rep. Dom.: Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 2015), pp. 219-220.

(2) Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina (Caracas, Venezuela: Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1996. Vol. II: F-N.), p. 2434.

(3) En su: Caminando por la literatura hispánica 1948-1964 (Santo Domingo, Rep. Dom.: Editora Montalvo, 1964. Colección «Arquero»; No. XI), p. 246.

(4) En su: Cultura, teatro y relatos en Santo Domingo (Santiago de los Caballeros, Rep. Dom.: UCMM, 1972. Colección «Contemporáneos»), p. 39.

(5) Idem: pp. 188 y 236.

(6) En: Antología mayor de la literatura dominicana (siglos XIX-XX). Poesía II (Selección, prólogo y notas: Manuel Rueda. Santo Domingo, Rep. Dom.: Fundación Corripio, 2006), p. 118.