Mercedes Laura Aguiar (1872-1958). Escritora y educadora.

Por Miguel Collado

El mundo literario de Mercedes Laura Aguiar (1872-1958)

A Daisy Cocco De Filippis
por sus aportes en la difusión de la
literatura femenina dominicana.

PREÁMBULO

Educadora, escritora, gestora cultural, oradora y feminista. En cualquiera de esas cinco facetas Mercedes Laura Aguiar fue sobresaliente y alcanzó niveles de excelencia, lo cual no era muy común todavía en el sexo femenino  a finales del siglo XIX en la América hispánica, por lo que tiene ella ganado un lugar preponderante, ¡de pionería!, en la historia de la cultura dominicana y específicamente en el capítulo reservado en la historia de la lucha por los derechos de la mujer. Multifacética y valiente, de amplia cultura y poseedora de una precocidad intelectual demostrada en sus escritos iniciales dados a la luz pública en la prensa siendo muy joven. De profunda formación hostosiana, como su insigne maestra: Salomé Ureña de Henríquez.

Aquí resaltaré la segunda de sus facetas citadas —la de escritora—, ya que en torno a las demás bastante se ha escrito; especialmente sobre la primera de ellas por haber sido una de las seis primeras maestras normalistas graduadas, el 17 de abril de 1887, bajo el influjo del pensamiento pedagógico hostosiano y como discípulas de la insigne educadora Salomé Ureña de Henríquez. Todas egresadas del Instituto de Señoritas fundado por la eximia poetisa el 3 de noviembre de 1881 en la ciudad de Santo Domingo, todavía intramuros: Leonor Feltz, Luisa Ozema Pellerano, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou Arvelo fueron sus condiscípulas.

Aguiar supo armonizar su honda vocación de educadora con la de amante de las letras: publicó en revistas y periódicos de la época ensayos y artículos literarios. Algunos de esos medios con los que colaboró: en los periódicos El Eco de la Opinión y Listín Diario y en las revistas La Cuna de América, La Crónica, La Revista Literaria y Letras y Ciencias. Fue Socia de Honor de la Sociedad Cultural Alegría, de Venezuela, entidad de carácter feminista que editaba una revista: Flores y Letras (1891-1895). ¿Habrá sido Aguiar colaboradora de esa revista? Es posible.

Un escritor es, en gran medida, el resultado de sus vivencias, de sus experiencias existenciales, que aun inconscientemente se reflejan en su obra literaria. Parte importante  de esas vivencias son sus lecturas, las cuales influyen de un modo u otro, en el acto creador. ¿Y cuáles fueron las lecturas iniciales de Mercedes Aguiar antes de sobrepasar la etapa de la adolescencia? Henry W. Longfellow, William Shakespeare, Víctor Hugo, Henrik Ibsen, José Enrique Rodó, José Martí, Rubén Darío, entre otros autores clásicos. Nada sorprendente si recordamos que fue Salomé Ureña de Henríquez su guía formadora, a través de la cual recibió el influjo del pensamiento hostosiano.

MERCEDES, LA CREADORA

Era inevitable la influencia lírica de su maestra Salomé. La poesía se aposentó en el espíritu de Mercedes, haciendo germinar las evocaciones, las sublimes añoranzas, en su poema en prosa «Sursum corda», escrito en 1896 a la edad de 24 años:

SURSUM CORDA(1)

Venid a mí, dulcísimos recuerdos de la infancia, envolvedme con vuestro albo ropaje, y adormecedme la compás de vuestras suaves melodías.

Ensueños de ventura que halagasteis mi soñadora fantasía, purísimas imágenes que pasasteis por mi alma entre destellos de luz, volved a mí y traedme gratas reminiscencias de las dichas infantiles.

Risueñas alboradas de mi adorado cielo quisqueyano, iluminad mi frente juvenil con vuestros vívidos fulgores, ¡y bañadme con vuestras dulces claridades!

Besadme, blandamente, rumorosas brisas tropicales, y modulad en mis oídos los arpegios que traéis en vuestras ondas.

***

¡Levántate, alma mia! Sacude el letargo febril en que yaces, acaricia de nuevo ideales de gloria y porvenir, y saluda, alborozada, las plácidas horas de estas noches quisqueyanas.

Y desde aquí, donde tantas veces, envuelta en perfumes de flores y en ondas de gloriosa admiración, resonaron los ecos de su lira inmortal, lleva hasta ella la dulcísima cantora del Ozama tiernos suspiros del alma.

¡Allí la encontrarás!

Y cuando, adormecida por las ondas de ese mar que la cautiva, contemple la altiva cumbre que se envuelve en alba túnica de nubes; cuando, arrobada en éxtasis de maternal amor, sueñe en su nativo suelo, imprime en su pálida frente dulcísimo beso de inefable ternura.

¡Que al rumor de ese beso bullan en su mente recuerdos de indecible afecto! ¡Que en las ondas del mar, en los rayos de la luz, en las alas de la brisa, lleguen hasta mí los purísimos efluvios de su alma inmaculada!

En su texto preciosista «A Luz», publicado en septiembre de 1897, hay elementos propios del modernismo literario y del post-romanticismo: el intimismo al expresar la autora sus sentimientos más profundos, su trasfondo humano, expresado con ternura; su belleza lírica y el cuidado en el uso del lenguaje, de evidente riqueza lexical, y esa libertad poética no sujeta a norma métrica alguna. Es un escrito con características propias del ensayo y del poema en prosa. Transcribimos un fragmento a continuación:

A LUZ(2)

En sus quince años

Dulces reminiscencias, recuerdos de simpático afecto agolpan a mi memoria.

¿Recuerdas?…. «Lucía abril, y lucía galas la estación primaveral», y en este hogar, albergue de ternuras y efusivas alegrías, en este hogar, donde el ángel tutelar derramaba dulcísimo aroma de simpatía, hubo expansiones de júbilo, numerosos ecos de alegre satisfacción, y todo era luz y contento, placer y felicidad.

Y en esa noche de bendición, lucía el cielo del materno hogar sereno y limpio, como luce el cielo de tu alma angelical; navegabas en tranquilo mar, rizado por suave brisa y solo el placer empujaba el dichoso bajel de tu existencia.

¿Lo recuerdas…..?

Entonces, en tu infancia, más dichosa que hoy mirabas sonreída la bendecida fiesta del hogar, que presidía tu madre y rebosabas alegría guiada por su dulce fraternal afecto.

Después… se desató la borrasca; el límpido cielo se tornó en cielo de tempestad; la blanda brisa en furibundo aquilón y la nave de tu vida zozobró desviada por el terrible golpe.

La reina del hogar ascendió a los cielos y el negro manto de la orfandad te envolvió, dulce amiga mia, y al bullicioso enjambre de este «grupo de amor y de inocencia» sucedieron lamentos de infinita tristeza…..

Pero… ¡bendita una y mil veces tú! Bendita tu candorosa existencia que en medio de la ruda tempestad, en aquel horrible naufragio, iluminado por los rayos ardientes de infinito amor, bañado por la intensa luz del santo e inmenso amor de tu padre….

La muerte de Salomé —su mentora,  su modelo pedagógico, su maternal amiga— hiere profundamente  su ser interior, produciendo en ella un estremecimiento emocional tal que la impulsa a escribir una de sus piezas literarias de mayor significación lírica: «Meseniana».(3) Este canto elegíaco —en el que Aguiar, con hilos de dolor, a la vez que va expresando su hondo pesar, nos ofrece un retrato de la eximia poetisa: «¡Educadora, redentora y madre! ¡Dulce y augusta trinidad, que eleva y dignifica!»— fue publicado meses después del fallecimiento de la que tantos honores póstumos recibió del pueblo dominicano que la admiraba.

Es conmovedora —tanto, que estremece el alma— la forma en que Aguiar pasa de la tercera a la segunda persona gramatical para dialogar con esa Salomé que ya se ha ido para significar el grado de doloroso vacío espiritual que ella ha dejado entre sus discípulas con su partida física: «Ellas necesitaban aún del suave calor de tu mirada, de tus consejos nutridos de la más alta moral, de tu cariño inefable…».

Nadie ha descrito, como Mercedes Aguiar, ese dramático momento en que —doblegada su voluntad por la enfermedad que la aquejaba— Salomé yacía en la cama en la que esperaba, serena y resignada, la parca a la que había cantado en su poesía cada vez que la vida de alguno de sus seres queridos corría peligro:

Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897). Poetisa y educadora. Maestra de Mercedes Aguiar.

Y ya en el lecho de muerte, donde se iban agotando tus fuerzas materiales, y abatiendo el gigantesco vuelo de tu espíritu, aún se alzaba tu voz edificante, y vibraban los ecos de tu alma. […]  ¡oh, Dios!… aún nos parece verte postrada en el lecho del dolor, rodeada de tu amante esposo, de tus hijos, de tus más caras afecciones, reclinada la noble cabeza pensadora, alta siempre la pálida frente, de donde brotó a torrentes la luz; trémulos aquellos labios que siempre se abrieran para dar paso a la verdad…..!

Transcribimos otros fragmentos de «Meseniana»:

Ayer, ¡cuánto júbilo! ¡Qué alegre el canto del ruiseñor! ¡Cuánto alborozo! ¡Qué olor de rosas, lirios y jazmines! ¡Cuánta dulce fruición! Las almas entonaban cánticos de alegría. El cielo, el sol, la brisa, ¡todo convidaba a la fiesta del espíritu!

Era el 17 de abril de 1887…

[…]

Pero… ¿quién osaba llevarlas a aquel sagrado recinto? ¿Quién hollaba el pavimento de aquel templo, inaccesible hasta entonces a la mujer dominicana? Las llevaba una mujer… Y aquella mujer sacerdotisa, iba a ofrendar en aras de la Patria de su amor, el fruto primero de sus afanes y desvelos: iba a ofrecer en holocausto —con aquellas seis adolescentes de blanca vestidura— todas las fuerzas de sus espíritu abnegado, toda la ternura de su alma, todo el caudal de su inagotable, infinito amor a la perla del mar Caribe, ¡su Quisqueya idolatrada!

[…]

Educadora y madre a la vez, ¡con qué nobleza de alma!, ¡con cuánto heroico sacrificio ejerciste el sagrado ministerio! ¡Con cuánto esmero!, ¡con qué tierna solicitud templaste aquellos corazones y levantaste aquellas inteligencias que, dormidas aún, esperaban una mano amiga y cariñosa que las despertara dulcemente!

Y tú, la egregia poetisa, penetraste también los arcanos de la ciencia, investigaste los secretos de la Naturaleza, consagraste las fuerzas todas de tu alma a la cultura de la mujer dominicana y acogiste tiernamente en tu hogar, de esposa y madre amorosísima, a aquel grupo de niñas que, sedientas de luz bebieron en los límpidos raudales de tu corazón, y se bañaron en las dulces claridades que irradiaba tu conciencia inmaculada…!

Aún palpitan en mis oídos, en mi alma, en el alma de mis tiernas amigas de la infancia, mis amadas compañeras, los ecos de una voz edificante, los efluvios de ese espíritu infatigable que, cerniéndose por encima de todo lo terrestre, dejando atrás vallas y salvando abismos con abnegación sublime, educaba y redimía…

[…]

¡Cayó el robusto tronco! La encina corpulenta sucumbió a impulsos de violenta sacudida y las plantas que crecían bajo su benéfica sombra, en vano buscan las ramas protectoras del árbol caído…!

[…]

Reunidas en torno tuyo, cual mariposas que revolotean en derredor de un foco de vivísima luz, pendiente el alma de tus labios, arrobado el espíritu con las fragantes emanaciones de tu superior espíritu, agrupadas y enlazadas con el vínculo sagrado de tu afecto, bajo la poderosa influencia que en ellas ejercía el dulce acento de tu palabra divina, ¡qué gratas eran aquellas horas de solaz! ¡Qué tiernamente latían aquellos corazones, que de tu alma recibían la hostia cándida del deber, y la verdad y el bien, en el santuario de los íntimos afectos…!

Un acontecimiento de significativa relevancia en la trayectoria intelectual de Mercedes Aguiar es el de su disertación magistral Labor educadora de Salomé Ureña de Henríquez con ocasión de celebrarse el primer centenario del natalicio de la insigne mujer de letras y ejemplar educadora. Fue el 18 de octubre de 1950, en la Escuela Normal de Señoritas «Salomé Ureña», cuya directora, Urania Montás, dijo unas elogiosas palabras al presentar a Mercedes:

Es Mercedes Laura Aguiar un verdadero símbolo para el magisterio y la intelectualidad. […]  No ha limitado sus actividades a la noble tarea del magisterio. No, las vibraciones de su lira literaria han recorrido por todos los ámbitos y el aplauso ha premiado siempre los magníficos frutos de su mente privilegiada.(4)

Con tres razones justificó Mercedes su identificación con ese homenaje póstumo a Salomé: «Por gratitud, por amor y por deber». Y con detalles y gracia narra ella una infinidad de momentos memorables en los que la figura luminosa es Salomé: 

Leía admirablemente, con naturalidad… Con su pronunciación impecable y clara, hacía suyos los sentimientos del autor, de tal manera que, oírla, nos llenaba de embeleso y de emoción. Nos hizo conocer nuestros poetas y a nuestras poetisas…

[…]

Las lecciones de Moral dadas por ella nos cautivaban. “¡Hijas de mi alma!”, nos dijo más de una vez, con ternura maternal, al señalarnos los peligros y prepararnos con voz de alerta, contra la maldad humana, mientras nos daba de verdad rica simiente. […] Jamás, ni con los años que ya sobre nosotras pesan, hemos olvidado esas lecciones.(5)

Párrafos atravesados por la nostalgia triste dedica Mercedes, en la parte final de su conferencia, a las honras fúnebres de las que fue objeto la inmortal Salomé:

En la casa de la calle Duarte No. 14 exhaló su último suspiro, al amparo de la fe cristiana, rodeada de seres queridos; con el amor de su madre, anciana, del esposo desolado, de sus tiernos hijos, de la hermana cariñosa, y de sus discípulas amadas. La juventud de la Ciudad Primada, en un arranque de dolor y de admiración póstuma, echó sobre sus hombros el féretro que encerraba aquel frágil vaso, que contuvo un alma fuerte y nombre, irisada con la luz esplendente del numen que en ella fulguró; y así, disputándose la preciosa carga, la llevó con amor, a la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes…[…] Los jardines de su ciudad amada se despojaron de sus flores, el mirto y el laurel se desgajaron, y manos de artistas a porfía hicieron con ellos maravillas para aquella imponente y grandiosa ofrenda floral.(6)

MERCEDES Y H. W. LONGFELLOW

En la revista literaria Letras y Ciencias  —de circulación quincenal, editada en la ciudad de Santo Domingo y fundada por los ilustres hermanos Federico y Francisco Henríquez y Carvajal en 1892— publicó, el 31 de julio del citado año, su  artículo crítico «Evangelina»,  sobre el poema épico Evangeline: A Tale of Acadie, del afamado poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882), considerado por Pedro Henríquez Ureña uno de los mejores escritores de la literatura de los Estados Unidos de América. Mercedes tenía 20 años de edad. Ese hecho merece la atención del crítico literario Max Henríquez Ureña, quien afirma: «El espíritu sensible y delicado de Mercedes Laura Aguiar se revela en sus apreciaciones sobre la Evangelina de Longfellow y en su sentida “Meseniana” a la memoria de Salomé Ureña de Henríquez».(7) Aguiar introduce su bien valorado artículo del siguiente modo:

Es el simpático nombre de un poema, de un idilio de ternura infinita, escrito en verso por el célebre poeta Longfellow y donosamente traducido en prosa al castellano por el literato y poeta cubano Don Rafael M. Merchán.

¡Con qué exquisito gusto literario, con qué delicado pincel han sido dibujados y poéticamente destacados los rasgos sublimes del amor patrio en el sencillo labrador y los del amor infinito en la cándida niña del Grand-Pré!(8)

Portada de la obra poética «Evangelina», de H. W. Longfellow, traducida en 1882 por el escritor mexicano Joaquín Demetrio Casasús (1858-1916), quien le obsequió un ejemplar al humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), colaborador de Las Novedades (New York, 1916) en ese momento: «Agradecemos al eminente escritor y poeta mexicano el obsequio de su hermosa traducción del célebre poema Evangelina, de Longfellow», publicaría Pedro.
Henry Wadsworth Longfellow (1807-82), American Poet and Educator, Portrait, circa 1882. (Photo by: Universal History Archive/Universal Images Group via Getty Images)

Rafael María Merchán (1844-1905) fue un poeta, crítico, educador y periodista cubano, cuyas ideas independentistas le costaron el destierro. Tradujo al castellano, en 1882, ese poema, escrito por Longfellow en versos hexámetros y dado a la luz pública en 1847. Merchán hizo la traducción en prosa, que fue la versión analizada por la joven educadora y precoz intelectual dominicana. Como en el traductor cubano, ardía en el espíritu de Mercedes Laura Aguiar la llama libertaria, la valentía desafiante, y en plena tiranía lilisista ella escribe en ese artículo, al recoger la desgarradora historia que animó a  Longfellow, lo siguiente: 

Desastrosos efectos trae consigo la tiranía. ¡Cuántos hogares llenos de paz y de abundancia se ven angustiados y sumidos en la pobreza por disposiciones arbitrarias de indignos mandatarios!(9)

MERCEDES, HOSTOS Y MARTI

Siendo alumna de Salomé Ureña y estando vinculada a la ilustre familia Henríquez Ureña no debe sorprender la admiración de Aguiar hacia los apóstoles antillanos Eugenio María de Hostos y José Martí, a los cuales conoció personalmente. Sobre todo hacia Hostos, quien pronunció un discurso memorable en el acto de su graduación de Maestra Normal y que, tres años después, le da trato de amiga en carta colectiva que escribe desde Santiago de Chile el 17 de abril de 1890, dirigida a ella y a varias personalidades del mundo de la educación dominicana: Salomé Ureña de Henríquez, Federico Henríquez y Carvajal, Luisa Ozema Pellerano y Leonor Feltz.(10)

Retrato de Eugenio María de Hostos (1839-1903), realizado en 2012 por Rainer Collado Polanco (1993-), artista visual dominicano. Amigo de Mercedes Aguiar.

Al prócer puertorriqueño —con ocasión de su fallecimiento, acaecido el 11 de agosto de 1903— le rinde tributo al escribir su texto elegíaco «Salve»,  emotiva pieza literaria con la que expresó su gratitud al Gran Maestro de América:

SALVE(11)

Aún resuena en mis oídos su inolvidable ‘¡Hasta mañana!’ Aún repercuten en mi cerebro y en mi espíritu los últimos acentos de su palabra edificante.

Partió el Maestro amado, empujado por la adversidad, mientras de cada pecho se levanta una protesta de cariño, y una ola de indignación.

Luego…tras largos años de empeñada lucha, fatigada por el peso abrumador de sus desdichas, exhaustas las fuerzas, decaído su vigor intelectual, la pobre Patria mia tiende sus brazos y reclama de nuevo su cariño desinteresado, su mirada de amor y su palabra de bien.

Lo llamaba la Patria de sus hijos, la Patria de sus anhelos, la que él supo levantar dándole vigoroso empuje con la fuerza de su verbo redentor, con la convicción de sus ideas.

Y acudiendo a tu reclamo, vuelve a tu regazo, acaricia tu frente sudorosa, se embriaga con los aires de tus lomas, se adormece el murmullo de tus ríos, se adormece con el canto de tus aves, con los tintes de tu cielo, y animado por grandes ideales, forja esperanzas que tornaría en la ansiada realidad, y descorriendo el manto de las sombras hará lucir de nuevo para ti, Patria infortunada, la esplendente luz que baña con limpios arreboles los espacios infinitos de la razón y la conciencia.

Torna a tu regazo, y empuñando el bordón del peregrino, se lanza con esfuerzo denodado a la batalla del pensamiento, recorre valles y ciudades; investiga, lucha y trabaja con celo ardiente, con el amor del hijo amante; cual si hubiera mecido su cuna la brisa que susurra en las palmas quisqueyanas.

Ya se agitará en tus arterias y correrá con impulso vigoroso nueva savia vivificadora; ya se ostentará del uno al otro confín la enseña triunfadora del progreso que eleva y dignifica, ya tienes en tus brazos al batallador, cuyas fuerzas no rinden el trabajo y la fatiga.

En torno al prócer cubano —y a raíz de su muerte, ocurrida el 19 de mayo de 1895—, como homenaje póstumo ella escribe su elegíaco artículo «A Martí», que evidencia su elevado y avanzado modo de pensar: 

A MARTI(12) 

Tú vives todavía. Tú espíritu inmaculado se cierne en la atmósfera que envuelve a los abnegados patriotas que continúan la magna obra redentora.

Las almas nobles cual la tuya, los corazones viriles, el verbo inmaculado, esos no mueren.

Cuba, tu hermosa patria, adormecida por las arrulladoras ondas del mar Caribe, acariciada por la brisa perfumada de los trópicos, elevaba al cielo sus tristes ojos de virgen prisionera, y pensaba en ti, mientras tú, huésped ilustre de mi patria, alado pensamiento que se remonta con el vuelo del águila, torrente prodigioso que se desborda y se torna en cascadas de flores y de perlas, dulce poeta de alma inmaculada, orador eximio de excelsos pensamientos, abnegado patriota de heroica resolución, revolvías en tu agitada mente la idea de su gloriosa redención.

El amor de la hermosa virgen encadenada llenaba tu alma de patriota y volaste, guiado por irresistible atracción, a combatir por la patria esclavizada. Los campos de esa patria pregonan tu victoria, las ondas de ese mar murmuran tu heroísmo, la aurora de ese cielo bendice tu memoria.

Envuelto en blanco cendal e iluminado por los vivos resplandores del combate, te arrebató el ángel de la muerte. Moriste como héroe, con el santo heroísmo de los mártires, combatiendo por tu patria, acariciando el bello ideal de la Libertad.

Cuba será libre, y tu alma regocijada sonreirá desde los cielos. Tú vives todavía, y vivirás eternamente en el corazón del patriota. Las almas nobles, los grandes corazones, el verbo inmaculado, esos no mueren. ¡Bendito seas!

Retrato de José Martí (1853-1895), realizado en 1951 por Esteban Valdemarra (1892-1964), pintor cubano.

MERCEDES Y CAMILA HENRIQUEZ URENA

En sus discursos y conferencias —con su palabra de encendido vuelo y su claridad de pensamiento, de convicciones profundas— Mercedes Laura Aybar se nos presenta como la oradora culta. Sobre todo —y, repito, es el punto a resaltar en este trabajo— como la escritora en pleno dominio del buen decir, de la impecable oralidad. La literatura está en ella cuando escribe y cuando habla.

Luego de concluida la disertación magistral de Camila Henríquez Ureña en el Club Nosotras, en la ciudad de Santo Domingo, Mercedes Laura Aguiar tuvo a su cargo pronunciar las palabras de agradecimiento a la distinguida invitada, demostrando ser dueña de una oratoria elegante, impresionante y de indudable calidad literaria.

Camila Henríquez Ureña (1894-1973). Ensayista, poetisa y educadora. Amiga de Mercedes Aguiar.

Camila visitaba por segunda vez su patria natal desde que a los 10 años de edad, en agosto de 1904, había partido hacia Santiago de Cuba de la mano de su ilustre padre: Francisco Henríquez y Carvajal. Es decir, en 1933 contaba con 39 años de edad y al referirse a ella Aguiar la define como una ilustrada conferencista:

[…] la palabra de esa joven que enaltece a su Patria y a quien deseaba ver, oír y conocer la culta sociedad dominicana con las mismas ansias que ella, la ilustrada conferencista, siempre enamorada de la tierra que la vio nacer, anhelaba pisar de nuevo la arena de sus playas, respirar la brisa de su mar, contemplar el purísimo azul de su cielo y unir su corazón al corazón de sus conciudadanos, en estrecho abrazo de confraternidad, y de santo amor de patria… (13)

Con hermosas palabras, cinceladas con el mejor lenguaje poético, Aguiar describe la ciudad de San Pedro de Macorís así:

[…] desde el día que en busca de salud y de reposo, me refugié en el regazo de la sultana que besa amoroso el mar, y que embalsama la brisa de esa montaña que, cual esmeralda de precio incalculable, colocó la mano del mismo Dios, en la ciudad que es, cual hermosa joya de brillante plata.(14)

Pienso que así como en la ciencia es reconocida la existencia de la herencia genética y en el plano intelectual de igual modo es reconocida la herencia literaria, también ha de ser reconocida, en el plano espiritual o quizá psicológico, la herencia afectiva, la cual tal vez nos ayude a explicar la estrecha amistad surgida —a pesar de la diferencia de edad: 22 años— entre Mercedes Laura Aguiar y Camila Henríquez Ureña. Sabemos ya el vínculo estrecho, de maestra-discípula, que existió entre la primera y la insigne madre de la segunda. Huellas de esa amistad las encontramos en el carteo de Camila con miembros de su honorable familia.

MERCEDES Y PEDRO HENRIQUEZ URENA

De gran importancia es decir aquí el modo en que el humanista Pedro Henríquez Ureña, desde su temprana juventud y hasta alcanzada su nombradía intelectual en el plano internacional, siempre reconoció y valoró el talento literario Mercedes  Aguiar. Más adelante, algunos ejemplos a este respecto.

El humanista Pedro Henríquez Ureña (1884-1946). Amigo de Mercedes Aguiar.

En sus memorias —que comenzó a escribir a los 25 años de edad por temor a que en su memoria comenzaran «a formarse lagunas»—, Pedro confiesa que realmente sus aficiones literarias surgen en 1896: «Pero lo que vino a decidirme francamente  por la literatura fue el asistir a una velada solemne que celebró la antigua Sociedad Amigos del País, en mayo de 1896, al cumplir veinticinco años de fundada»(15) Luego menciona a Mercedes Laura Aguiar entre los intelectuales que en ese momento lo estimularon: 

Estimularon estas aficiones  literarias  la presencia diaria de un grupo de intelectuales en mi casa: mi tío Federico [Henríquez y Carvajal], [Emilio] Prud’homme, Leonor Feltz, Luisa Ozema Pellerano, y con más o menos frecuencia, otras discípulas de mi madre, especialmente las que se ocupaban de literatura: Ana Josefa Puello, Mercedes Laura Aguiar, Mercedes [María Moscoso] y Anacaona Moscoso…(16)

En dichas memorias, que dejó inconclusas, el insigne humanista informa sobre los planes que tenía de editar una antología literaria en la que serían incluidos textos de la autoría de Mercedes Aguiar. Eso pensó hacer en 1897, luego de la muerte de su madre: «de cuando en cuando tenía accesos de nostalgias y de tristezas».(17) él cuenta: 

Comencé entonces una actividad literaria febril, cuyo centro era el recuerdo de mi madre; formé una antología de escritoras dominicanas, con biografías y juicios, en la cual figuraban las poetisas Encarnación Echavarría de Delmonte, Josefa Antonia Perdomo, Josefa Antonia Delmonte, Isabel Amechazurra de Pellerano, Virginia Ortea, la novelista Amelia Francasci, la joven puertoplateña Mercedes Mota, y las discípulas de mi madre: Leonor Feltz, Luisa Ozema Pellerano, Ana Josefa Puello, Mercedes Laura Aguiar y Mercedes y Anacaona Moscoso.(18)

Mercedes fue contertulia de Pedro, de Max, de Federico y Francisco Henríquez y Carvajal y de Leonor Feltz. En la casa de la familia Feltz funcionaba una tertulia literaria a la que Pedro se refiere en sus memorias: 

La casa de las Feltz (que después alguien llamó Salón Goncourt,y a sus dueñas hermanas Goncourt) se convirtió en centro diario de reunión intelectual: Max y yo concurríamos y formábamos cuarteto con Leonor y Clementina, pero la concurrencia solía aumentarse con Prud’homme, Enrique Deschamps, mi tío Federico, el Dr. Rodolfo Coiscou y su esposa, mi prima Altagracia Henríquez, maestra normal; otras maestras y amigas, como Eva y Luisa Ozema Pellerano, Ana J. Puello y Mercedes Laura Aguiar, aun mi padre, entonces ocupadísimo, solía ir allí.(19)

Pedro, en su ensayo «Vida intelectual en Santo Domingo», escrito en 1905 y publicado en 1910, menciona a Mercedes Laura Aguiar «entre las discípulas de Salomé Ureña [que] se distinguen». Otras: Leonor Feltz, Eva Pellerano, Luisa Ozema Pellerano de Henríquez y Ana Josefa Puello.(20) Muchos años después, en 1945, en su ensayo «Reseña de la historia cultural de la República Dominicana», el ilustre humanista sitúa en la historia de la literatura dominicana a Mercedes, ubicándola en la que él considera 

La cuarta generación de la república, nacida después de 1860, [y que] recibe el influjo de Hostos, de modo directo o indirecto. Su actividad coincide, en literatura, con el movimiento que en América se llamó modernista,  el de Martí, Gutiérrez Nájera y Rubén Darío, si bien la manera novísima no se adopta de lleno hasta alrededor de 1896, con Fabio Fialo. Al frente de esta generación aparece Gastón Fernando Deligne (1861-1913), el más original de los poeta dominicanos, espíritu lleno de preocupaciones filosóficas y psicológicas, dueño de formas nuevas y propias, con expresión muchas veces aguda y eficaz.(21)

Además de Mercedes Laura Aguiar, entre los escritores que Pedro cita como pertenecientes a esa cuarta generación literaria del siglo XIX están: Rafael Alfredo Deligne, Américo Lugo, Tulio Manuel Cestero, Virginia Elena Ortea, José Ramón López, Pedro María Archambault, Miguel Ángel Garrido, Luisa Ozema Pellerano de Henríquez, Leonor María Feltz, Ana Josefa Puello, Manuel de Js. Troncoso de la Concha, Enrique Deschamps, Manuel Florentino Cestero y Ulises Heureaux Ogando.

Salvando la diferencia de edad —ella era 12 años mayor que Pedro—, existió una amistad literaria entre el humanista y Mercedes. Y se escribían incluso. Desde México, en febrero de 1911, él le escribió una carta, la cual fue recibida, para su entrega, por Ramona (Mon) Ureña, pero en ese momento la destinataria se encontraba en Santiago de Cuba, visitando a Camila, quien residía en esa ciudad cubana con su padre. El día 28 de agosto del año indicado, Ramona le escribió una a su sobrino en la que le informó: «Recibí los libros que me mandaste de Cuba; los trajo Mercedes Laura».(22)

FINALMENTE

No considero desacertada la idea de considerar a Mercedes Aguiar en el grupo de los primeros escritores dominicanos en recibir el influjo de la corriente literaria modernista, tan en boga en la América hispánica en el último decenio del siglo XIX. Tampoco ha de ser considerada desacertada la idea de incluirla entre las primeras escritoras dominicanas que, a finales del citado siglo, asumieron el discurso crítico. En este sentido, cabe destacar el siguiente hecho: ella fue profesora de la asignatura «Lectura Razonada», desaparecida de los planes de estudio de la secundaria dentro del sistema educativo nacional.  Cabe mencionar en ese grupo de mujeres prominentes a Leonor Feltz, condiscípula, contertulia y amiga entrañable de Aguiar.

Mercedes Laura Aguiar Mendoza —mujer extraordinaria que, con su vida ejemplar y con su obra de bien en múltiples direcciones, enalteció la dominicanidad— nació el 16 de febrero de 1872 en la casa número 10 de la calle Arzobispo Meriño (llamada para ese entonces Calle de Plateros) de la ciudad de Santo Domingo, donde falleció el 1 de enero de 1958 a causa de problemas de insuficiencia cardíaca que apresuraron su muerte faltándole poco para cumplir los 86 años de edad. Gran parte de la producción literaria de esa precoz intelectual permanece dispersa, esperando por la mano rescatadora que la salve del olvido, revalorizándola en su justa dimensión.

Concluyo citando una novedosa y valiosísima recomendación literaria hecha a las autoridades de educación por Mercedes Aguiar, contenida en su brillante ponencia presentada en el Primer Congreso Femenino Dominicano celebrado en la ciudad de Santo Domingo el 1 de diciembre de 1942: 

Llamar a concurso a los escritores nacionales de ambos sexos para que escriban leyendas dominicanas; constituir un Jurado para que seleccione las que —por su forma, por su estilo, por la comprensión de su lectura, por la precisión de sus ejemplos moralizadores— puedan formar el libro Leyendas dominicanas; crear un fondo especial para la edición de ese libro; que esta obra nacional circule profusamente en las escuelas de la República en la forma que juzguen conveniente las autoridades escolares.(23)

Notas:

(1)En: revista Letras y Ciencias (Santo Domingo), V (106): 942, octubre 3, 1896. Leída por la autora en la cuarta reunión familiar. Está datado el 16 de septiembre de 1896. [Esa revista fue fundada y dirigida por los ilustres hermanos Federico y Francisco Henríquez y Carvajal. Entre sus colaboradores: José Martí, Rubén Darío, Manuel Gutiérrez Nájera, José Joaquín Pérez, César Nicolás Penson, Salomé Ureña de Henríquez, Juan Isidro Ortea, Rafael Abreu Licairac, Emilio Prud’Homme, Manuel de Jesús de Peña y Reinoso, Gastón F. Deligne y Leonor María Feltz, entre otras figuras de prestigio intelectual].

(2)En: revista citada, VI (129): 135, septiembre 6, 1897.

(3)En: revista citada, VI (121): mayo 15, 1897. Reproducido en: Mercedes Laura Aguiar (1872-1958). Discursos y páginas literarias: recuerdo amoroso de sus discípulas en el día de su centenario. Prólogo: Argentina Montás. Santo Domingo: Editora del Caribe, 1972. Pp. 30-33).

(4)En: Mercedes Laura Aguiar. Presentación: Urania Montás. Labor educadora de Salomé Ureña de Henríquez. Ciudad Trujillo: Editora del Caribe, 1951. Pp. 5-6.

(5)Op. cit., pp. 26-28.

(6)Ibidem, p. 42.

(7)Max Henríquez Ureña. Panorama histórico de la literatura dominicana. Edición especial de la Colección Pensamiento Dominicano. Santo Domingo: BANRESERVAS, 2009. Vol. IV, p. 437).

(8) En: revista Letras y Ciencias (Santo Domingo), I (10): 75, julio 31 de 1892. Recogido en su obra citada, pp. 16-20.

(9)Loc. cit.

(10)Publicada en el periódico El Teléfono (Santo Domingo), número 386, agosto 31 de 1890.

(11)En: Eugenio M. Hostos. Biografía y bibliografía. Santo Domingo: Imp. Oiga, 1905.

(12)En su: Op. cit., pp. 23-24.

(13)Ibidem, p. 60.

(14)Ibidem, p. 59.

(15)Memorias / Diario / Notas de viaje, p. 39.

(16)Op. cit., p. 41.

(17)Ibidem, p. 46.

(18)Loc. cit. 

(19)Memorias, pp. 62-63.

(20)Ver: Horas de estudio (1910), en Obras completas. Santo Domingo: Ministerio de Cultura, 2013. Vol. 2, t. 1: 1899-1910, p. 171.

(21)En la introducción a: Manuel de Jesús Galván. Enriquillo: leyenda histórica dominicana. Buenos Aires: Editorial Jackson, 1945. Reproducido en: Obras completas. Editor: Miguel D. Mena. Santo Domingo: Ministerio de Cultura, 2015. Vol. 14, t. II: 1941-1945, pp. 81-82.

(22)En: Treinta intelectuales escriben a Pedro Henríquez Ureña. Editor: Bernardo Vega. Santo Domingo: Academia Dominicana de Historia / Archivo General de la Historia, 2015. Pp. 284 y 295.

(23)En su op. cit.,  p. 78.