Miguel Collado autor de la obra.

Por Miguel Collado

El concepto promoción, como el de decenio, es un referente temporal: nos indica el tiempo, el momento en que un autor entra al ruedo literario, dando a conocer sus primeros textos, ya sea en volumen (libro o folleto) o a través de publicaciones periódicas: revistas, suplementos o periódicos. Aunque se inicie en un género literario —poesía, por ejemplo— y años después lo abandone e incursione en otro género o en ambos a la vez — poesía y cuento, por ejemplo—, siempre, al estudiar a ese autor, habrá que considerar que su aparición en el mundo literario tuvo lugar en esa promoción inicial. Incluso no importa la edad —como se da en las generaciones literarias— para ubicar en una promoción a un determinado autor: solo cuenta su aparición en el mundo literario con la publicación de sus creaciones, ya sea en volumen o en publicaciones periódicas. Es por eso que estamos plenamente de acuerdo con el planteamiento que en tal sentido hace el crítico literario y académico dominicano Bruno Rosario Candelier:

Se pertenece a una promoción para siempre, y solo a una. Un escritor puede pertenecer a más de un grupo y a más de una tendencia literaria, pero nunca a dos promociones literarias. No es el género el que establece la condición para afiliar a un escritor a una promoción. Si un poeta se dio a conocer como tal en una promoción determinada, sigue siendo de esa promoción, aunque posteriormente escriba en otro género o según las pautas estéticas de otra tendencia.(1) 

01 Melba Marrero de Munné, 02 Carlos Federico Pérez, 03 Virgilio Díaz Grullón, 04 Juan Sánchez Lamouth, 05 Ramón Francisco, 06 Franklin Domínguez, 07 Manuel Mora Serrano y 08 Marcio Veloz Maggiolo.

Lo anterior es a propósito del título que encabeza esta parte de nuestro estudio en torno a la primera promoción literaria de la segunda mitad del siglo XX —de 1950 a 1959—, denominada Los Independientes del 50 en la historia literaria dominicana. Eran independientes porque, contrario a lo que acontece entre los integrantes de un movimiento literario, cada uno desarrollaba aisladamente su quehacer, aisladamente con respecto a los otros, aunque pudiera existir una suerte de amistad literaria o quizá personal entre algunos de ellos.

Durante ese decenio todavía se respira la atmosfera tiránica del régimen trujillista, lo cual no impide que en la literatura dominicana se perciban señales claras de que viene surgiendo un espíritu renovador reflejado en los trabajos iniciales de emergentes y talentosos creadores: Melba Marrero de Munné (1911-1962), Carlos Federico Pérez (1912-1984), Virgilio Díaz Grullón (1924-2001), Juan Sánchez Lamouth (1929-1968), Ramón Francisco (1929-2004), Franklin Domínguez (1931-), Manuel Mora Serrano (1933-) y Marcio Veloz Maggiolo (1936-2021) son los literatos más representativos de esa corriente renovadora que asoma. Eran jóvenes al inicio del decenio de los 50: entre 14 y 26 años de edad, excepto en los casos de Marrero de Munné (39) y Pérez (38).

Marrero de Munné,(2) alejada del ruido generado por el quehacer literario en Ciudad Trujillo —nombre dado en 1936 por el congreso nacional complaciente a la ciudad de Santo Domingo—, produce en su natal San Francisco de Macorís, en silencio, una obra de indudable calidad literaria: los poemarios Alas abiertas (1950), Faena de Adán (1952), Eva en extremaunción (1953), Cáfila amarga: romance cafetalero (1955) y Tiempo para la muerte (1957); las novelas El voto (1952) y Caña dulce: novela criolla (1954) y su colección de cuentos El banquete de las hadas (1952). Su producción literaria espera ser justipreciada por la crítica literaria.

Pérez hace su entrada al mundo de las letras como lúcido y culto historiador literario: su Evolución poética dominicana (1956) es fuente de consulta obligatoria y en 1960 publicó su novela de tema urbano Juan, mientras la ciudad crecía. Díaz Grullón publica en 1958 su primera obra narrativa: Un día cualquiera (cuentos), con la que obtuvo el Premio Nacional de Cuento 1958; es considerado uno de los más importantes cuentistas dominicanos de todos los tiempos.

Lamouth, poseedor de una elevada sensibilidad social, es uno de los más genuinos representantes de la lírica dominicana: Brumas (1954), Elegía de las hojas caídas (1955), 200 versos para una sola rosa (1956), Memorial del bosque (1956), Cuaderno para una muerte en primavera (1956), El pueblo y la sangre (1958) y Otoño y poesía (1959). Francisco se dio a conocer publicando sus textos en revistas y suplementos, editando su primera obra poética en 1960: Las superficies sórdidas. Domínguez surge como el más brillante de los dramaturgos dominicanos: El último instante / La broma del Senador (1958), La espera: pieza en tres actos (1959) y Un amigo desconocido nos aguarda (1958).

Mora Serrano, al igual que Francisco, dio a conocer sus textos poéticos en publicaciones periódicas: específicamente a partir de 1956. Su texto narrativo «Naciendo en el mar: narración» apareció en el número correspondiente al mes de enero de 1965 de la revista Testimonio (Santo Domingo). Pero comenzó tarde a publicar su obra narrativa en volumen: Juego de dominó (1973), Goeíza (1980) y Decir Samán (1983). Con la segunda de sus novelas obtuvo el Premio Siboney en 1979. Justo es destacar que el posicionamiento alcanzado por Manuel Mora Serrano en la literatura dominicana no se debe tan solo a su obra literaria, sino, además, a su encomiable labor de orientación literaria dirigida a los jóvenes autores dispersos en pueblos y provincias de la República Dominicana, por cuya geografía se desplazaba en su auto —desde los años 60 hasta los 80 del siglo XX con la pasión del maestro— cazando nuevos talentos en el campo de las letras. A él se refiere el crítico literario y narrador José Alcántara Almánzar en estos términos:

Además de ejercer su profesión de abogado en el interior del país,  ha realizado una amplia labor de animación y difusión cultural. En sus artículos periodísticos analiza los problemas de los escritores dominicanos en el contexto de una sociedad como la nuestra y rescata del olvido a figuras y obras importantes de nuestras letras.(3)

Veloz Maggiolo, a los 21 años de edad,  publicó en 1957 su poemario El sol y las cosas y en 1960 iniciará la que habrá de ser la más brillante trayectoria de un novelista dominicano: publica en ese año El buen ladrón, ganadora del Premio William Faulkner en los Estados Unidos de América. Como Francisco, descollará en la crítica literaria y alcanzará un nivel de formación humanística tal que llegará a ser considerado como opción para ser propuesto como candidato para el Premio Nobel de Literatura. Cabe señalar que en términos ideológicos y de tendencia estética existe entre Veloz Maggiolo y Francisco una indudable empatía literaria, lo que justifica que, luego de la Guerra de Abril de 1965, ambos integraran el llamado grupo literario El Puño.

Pertenecen a esta promoción —aunque en una dimensión literaria distinta— los siguientes escritores: José Ramón Robiou (Fuerzas de la pasión, 1958, novela); Bolívar E. Rodríguez (Páginas dispersas, 1958, poesía); Enriquillo Rojas Abreu (Parábola del viaje, 1959, poesía); Carlos Curiel(4) (De música y músicos, 1951; Semblanzas a media tinta, 1959); Grey Coiscou Guzmán (Raíces, 1959) y Eurídice Canaán (Poesías, 1959), quien luego incursionará en la narrativa.

A pesar de que habían publicado su primera obra de ficción un año antes, en 1949, consideramos importante, desde la perspectiva histórico-bibliográfica, mencionar a dos sobresalientes narradores que dieron a conocer trabajos literarios de gran valor durante el decenio de 1950-1959. Son ellos Ramón Lacay Polanco (1924-1985), autor de las novelas En su niebla (1950) y El hombre de piedra (1959) y de la colección de cuentos Punto sur (1958); y el cuentista Néstor Caro (1917-1985): Sándalo (1957). La primera novela de Lacay Polanco es La mujer de agua y la primera colección de cuentos de Caro es Cielo negro.

Luego de la caída del régimen trujillista en mayo de 1961 habrá un clima político y social distinto que se reflejará en todos los ámbitos de la vida de la nación dominicana, especialmente en el quehacer cultural y literario, surgiendo un movimiento cultural-literario-artístico renovador: el de la Generación del 60. A esta generación literaria le dedicamos un capítulo en nuestra obra Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana.(5)

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*Este trabajo es un resumen de uno de los capítulos de nuestra obra, en preparación, Estudio histórico-bibliográfico de la literatura dominicana (Siglos XV-XXI).

(1) En: Bruno Rosario Candelier. «Miguel Collado y el acervo bibliográfico». En su: El sentido de la cultura. Santo Domingo, Rep. Dom.: Ediciones Ferilibro, 1997. Págs. 351-353.

(2) Melba Marrero de Munné es una de las 39 escritoras estudiadas en nuestra obra Ensayos críticos sobre escritoras dominicanas del siglo XX (Santo Domingo, Rep. Dom.: Ediciones CEDIBIL, 2002. Págs. 199-217. En colaboración con Rafael García Romero). Del poeta Domingo Moreno Jimenes recogemos allí la siguiente opinión sobre ella: Desde su letra hasta su pensamiento; desde su vida hasta su obra, Melba fue un ser singular, casi único, que vino a la tierra a iluminar mentes y a cuadruplicar senderos. Hay que jerarquizar unas nuevas metas para encontrar para ella un puesto definitivo donde pudiera ser colocada (pág. 199). El excelente ensayo en torno a su obra poética Eva en extremaunción (1953) compilado en el libro es de la autoría del escritor Pedro Antonio Valdez: «La poética perdida de Melba Marrero». Valdez dice: Se trata de un alma exquisita. Llama la atención por viajera. Por desconocida. Por la profundidad de sus poemas. Por la refinada cultura que muestra en sus cuadernos de viaje. El escaso conocimiento sobre ella hace que se nos presente como un tejido de interrogantes. No deja de ser extraño que unos textos de calidad singular hayan pasado por nuestra literatura inadvertidamente (pág.204).

(3) En: Dos siglos de literatura dominicana (S. XIX-XX). Prosa (II). Selección, prólogo y notas: José Alcántara Almánzar; edición al cuidado de Arístides Incháustegui y Blanca Delgado Malagón. Santo Domingo, Rep. Dom.: Editora Corripio, 1996. Pág. 230. (Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional; vol. X).

(4) Lupo Hernández Rueda —en su libro Sobre poesía y poetas dominicanos (Santo Domingo, Rep. Dom.: Secretaría de Estado de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, 2007. Pág. 252)— reconoce los aportes de este maestro del periodismo literario y ejemplar educador a la literatura dominicana de esos años: El Dr. Carlos Curiel […] jugó un rol significativo en la formación de los poetas del 48. Supo atraerles con la magia de su enseñanza. Los puso en contacto con la poesía contemporánea de habla inglesa y francesa, con Lorca, Cernuda, Aleixandre y otros poetas españoles. Carlos Curiel les enseñó a amar a los clásicos y les condujo por el mundo de las innovaciones de la poesía de vanguardia, sin descuidar la reevaluación de la poesía dominicana contemporánea. 

(5) Miguel Collado. «La Generación del 60: un enfoque bibliográfico». En su: Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana. Santo Domingo, Rep. Dom.: Biblioteca Nacional, 1993. Págs. 57-63. (Colección Orfeo-2.a Etapa; vol. 1. Serie Bibliográfica; 2). [Esta obra le mereció a su autor el Premio Casa del Escritor Dominicano como el mejor libro del año en su género].