Por Miguel Collado

Hermoso es todo aquello que, sin importar los escollos, decidimos hacer en la vida en procura de la felicidad o de la satisfacción sentida al poder decir: «Ha pasado casi medio siglo, pero lo he logrado». Y digo esto porque tan lejos está en el tiempo la publicación de mi primer poemario: Pesada atmósfera. Recién había yo cumplido los 22 años de edad en aquel diciembre de 1976. Es decir, ¡hace 43 años! ¡Cuánta nostalgia y cuántos sueños inconclusos quedaron atrás! Pero todavía sigo aquí: amando y cantándole al amor. Y si algún día he de volver a ese remoto pasado con la intención quizá de recuperar algún amor perdido entonces apelaré a este breve poema, «Vuelta al pasado», escrito en ese mismo año: 

Reviviré mi fuego en la rutina
y recogeré después las cenizas
de mi amor enardecido.
Perdonaré al tiempo,
pero jamás al silencio:
regresaré el reloj al pasado
y en silencio volverán los recuerdos.
¡Siempre en silencio! 

Al amor voy a referirme esta noche, ya que de amor y no de bibliografías ni de investigaciones literarias trata este nuevo libro mío, al que he bautizado con el título de Escapada de los dominios de Poseidón. ¿Quién escapó? ¿De cuáles dominios? ¿Y quién es ese tal Poseidón, amo de esos dominios? Leamos el cortito poético número 41 contenido en el libro:

Escapada de los dominios de Poseidón,
camina ella sobre la arena multicolor.
Llora el mitológico dios ante su imposible anhelo
de surgir de las oscuras aguas
y aprisionar a esa blanca sirena
que con tanto garbo se desplaza en la arena.

El mar, la sirena y el dios sobre las profundas aguas marinas se me aparecieron en sueño y me imploraron que escribiera la historia. Esa historia de amor imposible, a pesar de ser ese dios mitológico de tanto poder sobre los mares que en la mitología griega recibía el nombre de Poseidón. Y no podía él hacer realidad su anhelo aun siendo un dios: el deseo ardiente de poseer a esa hermosa sirena, blanca como la espuma y desplazándose en la arena. Y sufría como sufre un mortal cuando es víctima de las penas nacidas, como filosos cuchillos que laceran el alma, del amor imposible.
Similar al sufrimiento de Poseidón es el de aquel personaje que en silencio sufría por el amor distante, inalcanzable para él. Leamos esa historia, que es la historia de un amor desesperado, como un grito desatado: 
 
¡Ay!
 ¡Ay, cómo desatar esta voz
que me trunca el grito!
El grito de no poder seguir callando,
el llanto de no poderte ver,
palpar,
asir.

Pero cada bostezo de tu piel,
a distancia, a kilómetros de mí,
me reduce la muerte,
me estira la vida.
¡Ay, cómo quebrar los abismos inexistentes
para llegar a donde cada noche estoy y vivo!
Romperé el cristal del sueño
y armaré de metal o mármol mi esperanza breve.
Pero cada mirada leve,
clandestina,
se me vuelve palabra de luz, de desvelo.
¡Ay, cómo desatar esta voz
que me trunca el grito,
que me envuelve el llanto!

Pero, ¿quién no ha sufrido alguna vez las angustias de un amor distante? ¿Alguien aquí no ha sentido un nudo en la garganta al saber que el ser amado se marcha, que la distancia se habrá de interponer entre los dos? Y luego habrá de llegar ese momento doloroso de desear abrazar en las mañanas, con los rayos del sol entrando por la ventana, a quien amamos y no podemos hacerlo. Hay un poema en el libro, «El abrazo distante», que describe ese triste drama del amor a distancia:

Pienso ahora en el abrazo lejano,
en ese que, siendo el más sincero,
lo separa la distancia del objeto de su ansia,
quedando ahogado en el deseo de darse.
Hay abrazos que te ansían,
hay abrazos que ansías dar
y, sin embargo, no puedes.
Sólo los das con la imaginación vestida
con aladas palabras que vuelan,
vibrando en un poema.
Hay, a veces, más amor
en el abrazo lejano que no se da
que en aquel que recibimos
cuando el sol despierta en la mañana.
Ansío el abrazo distante que me espera.
Pero no todo es tristeza y dolor en el amor. ¡Es tan maravilloso amar y ser correspondido, ser amado con igual o mayor pasión que la que sentimos, con la misma fuerza en la entrega! Desbordante y tierno es el amor que el autor del libro (es decir, quien esto escribe) recoge en el poema «El río del amor»:

Como el agua de la tierra brota
―serena, lenta—,
pero humedeciendo todo,
así de mi pecho
un río inmenso de sentimientos brota
―apacible, denso―,
pero anegando todo:
las palabras,
la garganta,
los silencios,
las soledades…
¡absolutamente todo!
Ese río de amor
me circunda la sangre
y se me cuelga en el alma,
humedeciendo de sueños
la vida que me habita.
Tú eres el cauce,
yo ese río de amor
que ansía recorrerte
hasta que de ti el agua brote
y te conviertas también en río
y yo en tu cauce.

El mar siempre ha sido un duende travieso que aparece en mi poesía como centinela azul de mis sueños y atardeceres. Muchos son los poemas que he escrito en los que el mar, con su presencia, humedece cada verso sin que nada pueda hacer yo para evitarlo. Y lo convierto en mi aliado, como ocurre en el poema «Ella, el mar y lo azul»:

Blanca su piel,
blanca la espuma del mar que la mira;
azul es el color que su blusa exhibe,
azul es el agua que el mar atesora:
ella, el mar, el azul, la blancura.
Y yo, desde la lejanía,
sólo la miro a ella,
sólo tengo ojos para ella…
y el mar lo sabe. 

Algunos quizá se habrán preguntado: ¿poesía amorosa en estos tiempos en los que la tecnología ha alcanzado niveles de desarrollo como de ciencia-ficción, propiciando el surgimiento de una aplicación de mensajería para teléfonos inteligentes que hace parecer ridículas a aquellas antiguas cartas de amor que los amantes esperaban por días, semanas y hasta meses? Tiene un nombre muy conocido: WhatsApp.

Y yo digo que sí, que ¿por qué no? Los poemas de amor no han perdido vigencia como tampoco lo ha perdido el amor. El amor viaja más rápido ahora y se deshace más rápido también: al ritmo de los nuevos tiempos, pero no ha perecido. Apuesto a la utopía de que jamás perecerá.

Debo decir que en gran medida Escapada de los dominios de Poseidón nació en las redes sociales, pues con frecuencia publicaba en mis espacios de Facebook los cortitos poéticos que mis contactos leían y me solicitaban con frecuencia. Nada detiene al amor: ni la tecnología ni los odios absurdos de los hombres sin espíritu. Él supera todas iniquidades de los seres humanos y se mantiene firme en el interior de cada uno de nosotros. Y es por todo eso que he decidido dedicar este libro a todas aquellas personas que, como yo, piensan que donde la inteligencia artificial no puede, el amor sí. Y es también por eso que cada día me convenzo más de lo que dice el célebre poeta nicaragüense Rubén Darío en su poema «La canción de los pinos», escrito en 1907:

Románticos somos… ¿Quién que Es, no es romántico?
Aquel que no sienta ni amor ni dolor,
aquel que no sepa de beso y de cántico,
que se ahorque de un pino: será lo mejor…
 
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*Palabras pronunciadas por Miguel Collado en el acto de puesta en circulación de su poemario Escapada de los dominios de Poseidón (Poemas de amor) el jueves 31 de octubre de 2019, a las 7 de la noche, en la Biblioteca Nacional de RD «Pedro Henríquez Ureña».

De derecha a izquierda: Los poetas Luis Carvajal, Nitín Troncoso, Miguel Collado, Pedro Pablo Fernández y Diómedes Núñez Polanco.