Con Elieen Ford y John Casablancas empezó todo. La guerra abierta que mantuvieron durante décadas por gestionar la carrera de las supermodelos y convertirlas en estrellas puso el foco de atención, por primera vez, en el trabajo de las agencias.

Hubo un glorioso tiempo en el que las trifulcas de moda las protagonizaron las agencias de (super)modelos. Allá por los ochenta, la guerra desatada entre el polémico y díscolo fundador de la celebérrima agencia Elite Models, John Casablancas, y la veterana Eileen Ford, alma mater de Ford Models, acaparó todas las portadas de la prensa de sociedad con sus historias.

Casablancas, hijo de emigrantes catalanes huidos de España durante la Guerra Civil y nacido en Nueva York, dio vida al controvertido concurso de modelos del que salieron Cindy Crawford, Claudia Schiffer o Gisele Bündchen además de Inés Sastre, Tatjana Patitz o Karen Mulder, entre muchísimas otras. Su visión de negocio pasaba por explotar la personalidad y sexualidad de las modelos (comentadísimo fue su affaire con una desconocida Stéphanie Seymour cuando él tenía 42 años y ella solo 15, al igual que su tercer y último matrimonio con una jovencísima brasileña) para convertirlas en famosas y así sacarle partido a su lado más comercial, haciendo de ellas las estrellas del momento por encima de actrices y cantantes.

Por su parte, Ford era una judía de mentalidad conservadora, descubridora y responsable de las carreras -más allá de portadas y pasarelas- de Brooke Shields, Kim Basinger, Jane Fonda, Lauren Hutton o Carmen dell’Oreffice -si bien dejó escapar el talento de Grace Kelly-. Famosa (además de por su ojo clínico y unos estrictos métodos que pasaban por supervisar todo movimiento de sus chicas) por introducir en los contratos de sus modelos cláusulas como el pago por fitting o las penalizaciones si se cancelaban sus trabajos. Hasta la llegada de Casablancas a la Gran Manzana a finales de los años setenta con su jubilosa filosofía basada en mezclar los negocios con el placer desaforado, Ford controlaba el mercado local con permiso de la tercera agencia en discordia, Wilhelmina. Jerry Hall, Christie Brinkley y Janice Dickinson son solo algunos de los nombres que los enemistaron de por vida y por los que se vieron la cara en los tribunales -sonado es el odio que le tenía Dickinson a Ford, motivo por el cual la dejó plantada para apuntarse al mucho más permisivo y seductor carro del hombre del momento. Naomi Campbell, Elle McPherson o Christy Turlington son otras de las maniquíes por las que se pelearon. Imperdible es en este sentido el documental estrenado por Netflix el pasado mes de enero sobre John Casablancas  y a todas las mujeres a las que amó. A la espera estamos, además, de que la cadena ABC le de luz verde al piloto que ficciona el conflicto entre estos dos popes de la industria, basado en la biografía de Eileen Ford, Model Woman.

Hoy en día este mundo está mucho menos monopolizado y polarizado. Las cosas funcionan de otra manera y la mayoría de modelos -o, por lo menos, las y los más solicitados- pertenecen a distintas agencias que se ocupan de sus proyectos en función del mercado en el que trabajan.

Fuente: Harper´s Bazaar