El Papa Francisco en la Audiencia General Foto: Pablo Esparza.

El Papa Francisco continúa con su serie de catequesis sobre la oración y este miércoles 26 de mayo reflexionó sobre “la certeza de ser escuchados” en la oración.

En la Audiencia General realizada en el patio de San Dámaso del Vaticano el Santo Padre describió que el Catecismo de la Iglesia Católica “nos advierte del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de transformar la relación con Dios en algo mágico. La oración no es una varita mágica, es un diálogo con el Señor”.

“Cuando rezamos debemos ser humildes, esta es la primera actitud para ir a rezar. Al igual que existe la costumbre en muchos lugares de que para ir a la iglesia a rezar, las mujeres se ponen el velo o toman agua bendita para empezar a rezar, así debemos decirnos antes de la oración, que sea lo más conveniente, que Dios me de lo que más conviene, Él sabe”, destacó el Papa.

A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hay una contestación radical a la oración, que deriva de una observación que todos hacemos: nosotros rezamos, preguntamos, sin embargo, a veces parece que nuestras oraciones no son escuchadas: lo que hemos pedido – para nosotros o para otros – no sucede. Nosotros hemos tenido esta experiencia muchas veces ¿no?

Si además el motivo por el que hemos rezado era noble (como puede ser la intercesión por la salud de un enfermo, o para que cese una guerra, por ejemplo), el incumplimiento nos parece escandaloso. Por ejemplo, con las guerras, estamos rezando para que terminen las guerras, en tantas partes del mundo, pensemos en Yemen, pensemos en Siria, países que están en guerra hace años y años, martirizados por la guerra, rezamos y no terminan, ¿cómo puede ser esto?

«Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada» (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2734) Si Dios es Padre, ¿por qué no nos escucha? Él que ha asegurado que da cosas buenas a los hijos que se lo piden (cfr Mt 7,10), ¿por qué no responde a nuestras peticiones? Todos nosotros hemos tenido experiencia de esto. Hemos rezado, rezado, por la enfermedad de este amigo, de este padre, de esta madre, y después, se marchó. ¿Dios no nos lo concedió? Es una experiencia de todos nosotros.

El Catecismo nos ofrece una buena síntesis sobre la cuestión. Nos advierte del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de transformar la relación con Dios en algo mágico. La oración no es una varita mágica, es un diálogo con el Señor.

De hecho, cuando rezamos podemos caer en el riesgo de no ser nosotros quien sirve a Dios, sino pretender que sea Él quien nos sirva a nosotros (cfr n. 2735). He aquí, pues, una oración que siempre reclama, que quiere dirigir los sucesos según nuestro diseño, que no admite otros proyectos si no nuestros deseos.

Jesús sin embargo tuvo una gran sabiduría poniendo en nuestros labios el “Padre nuestro”. Es una oración solo de peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos están todas del lado de Dios. Piden que se cumpla no nuestro proyecto, sino su voluntad en relación con el mundo. Mejor dejar hacer a Él: «Sea santificado tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad» (Mt 6,9-10).

El apóstol Pablo nos recuerda que nosotros no sabemos ni siquiera qué sea conveniente pedir (cfr Rm 8,26). Nosotros pedimos por nuestras necesidades, nuestras necesidades, las cosas que queremos, pero esto es conveniente o no, pero Pablo dice, nosotros no sabemos ni siquiera qué sea conveniente pedir.

Cuando rezamos debemos ser humildes, esta es la primera actitud para ir a rezar. Al igual que existe la costumbre en muchos lugares de que para ir a la iglesia a rezar, las mujeres se ponen el velo o toman agua bendita para empezar a rezar, así debemos decirnos antes de la oración, que sea lo más conveniente, que Dios me de lo que más conviene, Él sabe.

Cuando rezamos debemos ser humildes, para que nuestras palabras sean efectivamente oraciones y no un vaniloquio que Dios rechaza. Se puede también rezar por motivos equivocados: por ejemplo, derrotar el enemigo en guerra, sin preguntarnos qué piensa Dios de esa guerra. Es fácil escribir en un estandarte “Dios está con nosotros”; muchos están ansiosos por asegurar que Dios está con ellos, pero pocos se preocupan por verificar si ellos están efectivamente con Dios. En la oración, es Dios quien nos debe convertir, no somos nosotros los que debemos convertir a Dios.

La humildad. Yo voy a rezar, pero tú Señor convierte mi corazón para que yo pida lo que es más conveniente, pida lo que será mejor para mi salud espiritual.

Sin embargo, un escándalo permanece: cuando los hombres rezan con corazón sincero, cuando piden bienes que corresponden al Reino de Dios, cuando una madre reza por el hijo enfermo, ¿por qué a veces parece que Dios no escucha? Para responder a esta pregunta, es necesario meditar con calma los Evangelios. Los pasajes de la vida de Jesús están llenos de oraciones: muchas personas heridas en el cuerpo y en el espíritu le piden ser sanadas; está quien le pide por un amigo que ya no camina; hay padres y madres que le llevan hijos e hijas enfermos… Todas son oraciones impregnadas de sufrimiento. Es un coro inmenso que invoca: “¡Ten piedad de nosotros!”.

Vemos que a veces la respuesta de Jesús es inmediata, sin embargo, en otros casos esta se difiere en el tiempo, parece que Dios no responde. Pensemos en la mujer cananea que suplica a Jesús por la hija: esta mujer debe insistir mucho tiempo para ser escuchada (cfr Mt 15,21-28). También tiene la humildad de escuchar una palabra de Jesús que parece un poco ofensiva de Jesús: ‘no hay que echar el pan a los perros, a los perritos’. Pero a esta mujer no le importa la humillación: la salud de su hija importa. Y continúa: ‘Sí, hasta los perritos comen lo que se cae de la mesa’, y esto le gustó a Jesús. Valentía en la oración.

O pensemos también en el paralítico llevado por sus cuatro amigos: inicialmente Jesús perdona sus pecados y tan solo en un segundo momento lo sana en el cuerpo (cfr Mc 2,1-12). Por tanto, en alguna ocasión la solución del drama no es inmediata.

También en nuestra vida, cada uno de nosotros tenemos experiencia de esto. Hagamos un poco de memoria: cuántas veces hemos pedido una gracia, un milagro, llamémoslo así, y no sucedió nada, después, con el tiempo las cosas se arreglaron, pero según el modo de Dios, el modo divino, no según lo que queríamos en ese momento. El tiempo es de Dios no es nuestro tiempo.

Desde este punto de vista, merece atención sobre todo la sanación de la hija de Jairo (cfr Mc 5,21- 33). Hay un padre que corre sin aliento: su hija está mal y por este motivo pide la ayuda de Jesús. El Maestro acepta enseguida, pero mientras van hacia la casa tiene lugar otra sanación, y después llega la noticia de que la niña está muerta. Parece el final, pero Jesús dice al padre: «No temas; solamente ten fe» (Mc 5,36). “Sigue teniendo fe”: la fe sostiene la oración. Y, de hecho, Jesús despertará a esa niña del sueño de la muerte. Pero por un cierto tiempo, Jairo ha tenido que caminar a oscuras, con la única llama de la fe.

Señor danos la fe, que mi fe crezca. Pedir esta gracia, tener fe, Jesús dice en el Evangelio dice que la fe mueve montañas. Tener fe en serio, Jesús ante la fe de sus pobres, de sus humildes, cae vencido, siente una ternura especial delante a esa fe y escucha.

También la oración que Jesús dirige al Padre en el Getsemaní parece permanecer sin ser escuchada. “Padre, si es posible aleja de mí esto que me espera”. Parece que el Padre no lo escuchó. El Hijo tendrá que beber hasta el fondo el cáliz de la Pasión. Pero el Sábado Santo no es el capítulo final, porque al tercer día, el Domingo, está la Resurrección: el mal es señor del penúltimo día.

Recuerden bien esto, el mal nunca es un señor del último día, no, del penúltimo. El momento en que es más obscura la noche es antes del amanecer. Allí en el penúltimo día, está la tentación que el mal nos hace creer que el mal ha vencido: “¿has visto? Vencí yo”. El mal es señor del penúltimo día, el último día está la Resurrección. Pero el mal nunca es un señor del último día, Dios es el señor del último día.  Porque ese pertenece solo a Dios, y es el día en el que se cumplirán todos los anhelos humanos de salvación.

Aprendamos de esta paciencia, humilde, de esperar la gracia del Señor, esperar el último día, y muchas veces el penúltimo es muy feo, porque los sufrimientos humanos son feos, pero el Señor está, el último, Él resuelve todo. Gracias.

Fuente: aciprensa.com