El Domingo de Jesús, el Buen Samaritano nos recuerda que tú y yo somos ese peregrino que vuelve de Jerusalén buscando la Gloria del Señor en su Monte Santo.
¿Quién no ha sido asaltado, atropellado, herido y tirado casi sin vida en el suelo después de comulgar, de hacer el bien a tantos y buscar únicamente la paz y la realización de su familia y su projimo?
Las heridas y lastimaduras solo las cura el amor. La ley, los rituales, la diplomacia, los cargos, las agrupaciones religiosas deben romper las barreras, los límites, las privaciones y los cerrojos que a los seres humanos de toda raza, credo y nación nos separan.
Abandonar las dependencias y conveniencias egoístas nos liberará para poder hacer lo que hizo el Samaritano Bueno.
¡Queremos vivir en la verdad! Nadie nos ha enseñado a actuar con la generosidad de esta parábola.
Jesús es el Buen Prójimo. Hacer lo mismo que Él hizo es nuestro motor y meta en esta existencia.
Lo Samaritanos eran odiados y repudiados por los judíos. En cambio, el Samaritano de la Parábola hace la voluntad de Dios. Demos del paso del Buen Samaritano o de la Eucaristía: de lo mío es mío, a lo mío es tuyo. Esto es practicar la Misericordia, poner la fe por obra.
En tú familia, en tu trabajo, en tu comunidad e Iglesia, en tus ambientes, ¿alguno ha sido asaltado, tirado en el suelo tras ser vilipendiado por maleantes que lo han asaltado en el camino?
Con esa persona, ve tú y haz lo mismo que haría Jesús con ellos.
¡Virgen Santísima del Carmen, Ruega por nosotros!