Venimos a pedir el Pan de los hijos de Dios. El Padre celestial bien conoce nuestra necesidad.
Bien sabemos a quien estamos buscando. Nuestras ansias de estar con él Señor brotan desde lo más profundo de nuestra alma y no nos conformamos con lo que hemos experimentado de su bondad y amor. Nuestro ser demanda más y más del beber de su fuente.
El modo de hacerlo es tocar a ña puerta de la Casa de Dios, a Cristo, la puerta del Rebaño y a si Madre María, la Puerta del Cielo.
A Dios invocamos como nuestro Padre para que participemos de los valores y obras de su Reino, para que hagamos su voluntad en favor en bien para los más tristes y desposeídos, que nos de las fuerzas, animo y motivación pata trabajar por el Pan de cada día, para que perdone nuestros pecados y podamos perdonar a los que nos han dañado, y nos libre de tentaciones y del maligno enemigo.
Clamamos al Padre por el Hijo que nos dé su Espíritu Santo… aquello que no sabemos pedir, que no podemos alcanzar, que no imaginamos porque supera todas las apetencias y realidades temporales a las que estamos sometidos.
Nos urge el Pan del Cielo y los peces que se multiplican para darnos y compartir como verdaderos Padres y Madres de la familia de Dios.
En toda hora, momento y en cada Eucaristía recordamos a nuestro Padre y Madre.
Y pedimos por todas aquellas personas, en esta Santa Misa de Domingo, que se portaron en vida con nosotros como si fuesen nuestros padres con su cariño, consejo, generosidad, ejemplo y su presencia incondicional.