Durante varios domingos San Lucas nos ha llevado por los caminos de la Misericordia Divina. Hoy nos muestra la otra cara de esta misma moneda: la Justicia Divina.

Decir codicia es lo mismo que decir afán desmedido por las riquezas, acumular cada vez más y más… es una enfermedad psiquiátrica, una patología. Incluso se puede llegar a pensar que Dios es el autor y motor de este acaparamiento frenético.

Es el deseo inasible de poseer de manera excluyente y por tanto, exclusiva.

¡Cuántos son los casos de hermanos que por la herencia paterna, después que estos fallecen, van a tribunales, no se hablan, se odian, unos logran acaparar todo y privan al resto de cualquier beneficio!

No pocos son los casos que llegan hermanos de la misma sangre a matarse entre ellos por el dinero maldito. A esto llama el Evangelio la más triste pobreza.

Buenos administradores que reconocen que de este mundo nada nos llevaremos a la tumba. Preguntarnos: ¿Quienes pueden aprovechar bien lo que dejaremos?

Nadie está solo en está tierra para creerse dueño de todo lo material. En una situación de egoísmo extremo es imposible estar con Comunión con Dios.

En ese caso se trata de una proyección a través de las prácticas religiosas del propio egoísmo. Los graneros que se llenan por nuestro trabajo tienen la finalidad de bien alimentar a los estomagos vacíos.

Todo lo que se acumula se daña, se pierde, caduca. Las herencias, recaudaciones y patrimonios han de ser invertidos en beneficio de quienes por su trabajo no podrán nunca adquirir el confort, las facilidades y los medios a los que pocos tenemos acceso. Lo prometo es: matar el hambre.

Al Señor de la Cosecha, a Cristo, Pan de Vida, pedimos: Danos la sabiduría para invertir lo que hemos recibido y adquirido para que otros puedan también ser generosos con los demás, tal como aspiramos a hacerlo antes de que nos pida Dios cuentas por la labor que hemos hecho con nuestra corta vida.