Cuando hacemos oración en la Iglesia, nos encontramos ante el juicio Divino. Misericordia para el que reconoce su culpa y mantiene su cabeza baja, ocupando los últimos asientos, con humildad y en penitencia.
La religión es para comprometernos aún más en el cambio social de mejoría de vida para los desfavorecidos y sin perspectiva de promoción alguna. Nunca puede ser usada para suprimir el tedio, para hacer turismo religioso o embarcarse en actividades que provoquen satisfacción o gula espiritual que busca prestigio y posicionamiento.
Los ayunos, las ofrendas y las prácticas repetitivas rituales del fariseo no eran realizadas por él para gloria de Dios. Eran anunciadas por él mismo para engolar su ego y justificar sus malos sentimientos.
Venimos a la Santa Misa para clamar al inicio de ella que el Señor tenga Misericordia de nosotros porque pecamos conté Él y contra los demás por nuestra falta de humildad y misericordia.
Queremos abandonar cualquier práctica religiosa y social superficial, y embarcarnos en la purificacion de nuestros corazones mediante las obras de caridad que realiza la Iglesia Católica en todas sus instancias educativas, asistenciales para los enfermos, ancianos, huérfanos, privados de libertad, hambrientos, minusválidos y de rehabilitación.
A partir de ahora cambiará mi manera de tratar con Dios, de hacer la oración litúrgica e individual.
Dejemos de creernos mejor que los demás y sentirnos justos religiosos ante Dios.
El amor a Dios es gratuito.
Erradicar nuestras actitudes «farisaicas» en nuestro actuar en el mundo laboral, en la Iglesia y sus diversas actividades, especialmente si hemos decidido estar al frente de los servicios culturales, en nuestro país y los compromisos que asumimos en la política, lo comercial e institucional, en nuestro ambiente y vecindario.
Abandonemos todo «fariseísmo» que es todo lo contrario al Evangelio del Reino de Dios.
Si, todos tenemos algo o mucho también de fariseos y tenemos que evitarlo.
Hagamos el compromiso de superarl o mediante el conocimiento de tantas nuestras limitaciones y tantos pecados, de forma. Evitemos despreciar a los demás, es decir, ser humildes en la la verdad, sin enorgullecernos por aquello que recibimos por pura gracia, sin mérito propio ni infravalorarnos o dejarnos humillar por otros.
El fariseismo es búsqueda de poder, es arribismo. Todo lo contrario es
el servicio desinteresado y humilde a los más pobres sin ser vistos ni notificarlo.
Demos este paso al Reino de Dios por intercesión de la humilde esclava del Señor: María, nuestra Madre, siempre Virgen.