Santo Domingo, Distrito Nacional.- La desigualdad de género es un problema moral y social urgente, de muy alta envergadura, y que afecta todas las áreas de la vida en sociedad. En otras ocasiones nos hemos referido a los beneficios de la equidad de género, especialmente su impacto en la mejora de los indicadores de salud, educación, acceso a los servicios públicos, disminución de la violencia y desarrollo comunitario.

Sin embargo, en un mundo dominado por el capital y por lo que este genera, un argumento importante para convencer a los más escépticos, es el alto beneficio económico que generaría la igualdad entre hombres y mujeres.

La empresa consultora McKinsey, a través de su instituto de investigación, ha publicado hace unas semanas un reporte sobre la rentabilidad de la paridad, y sobre todo, la importancia de que tanto el sector público como el sector privado, inviertan en las medidas necesarias para hacer realidad la igualdad de género, por el alto beneficio económico para la población mundial.

Las prospectivas económicas hacia el 2025 desarrolladas por los expertos de McKinsey, demuestran que el PIB mundial aumentaría en un 26%, el equivalente a 28 trillones de dólares, en el escenario más ambicioso, y un aumento de 12 trillones de dólares en el escenario más conservador.

El informe resulta aleccionador sobre las áreas que deben priorizar los Gobiernos y el sector privado, para alcanzar este objetivo. Las áreas específicas que requieren mayor atención son: finanzas, tecnología e infraestructura, oportunidades de inserción a la economía, capacitación, reglamentaciones y empoderamiento de sus derechos.

El principal inconveniente que se presenta en los 95 países analizados por el informe, entre los cuales está la República Dominicana, es el hecho de que la mujer no participa de la economía en iguales condiciones que el hombre. Las mujeres generamos hoy en día el 37% del PIB global, a pesar de que conformamos el 50% de la fuerza de trabajo disponible.

Las razones que generan esta realidad son conocidas. Existen barreras culturales y normativas, que impiden que la mujer participe de la fuerza laboral en las mismas condiciones del hombre, sin dejar de mencionar la importante brecha salarial que persiste. Por otro lado, la data existente apunta a que la mayor parte de las mujeres empleadas, disponen de trabajos de medio tiempo, ya sea por la dificultad de obtener trabajos fijos o por la imposibilidad de compatibilizar el trabajo con la vida familiar.

Finalmente, es importante resaltar la tímida participación de la mujer en los sectores de baja productividad que generan muchos empleos, como es el caso de la agricultura, y por otro lado la escasa presencia de la mujer en sectores de alta productividad, como la tecnología y los servicios financieros.

La buena noticia es que tenemos plena conciencia de hacia dónde debe dirigirse la inversión para la equidad de género: agricultura familiar, programas de apoyo a la mujer rural, incentivo para la formación de mujeres en TIC, facilidades para la bancarización y el acceso a los servicios financieros, impulso a la participación política de la mujer y continuar facilitando la economía familiar.

De acuerdo al informe de McKinsey, aunque tanto los países desarrollados como los que están en vías de desarrollo tienen mucho que ganar al invertir en equidad de género, luego de la India, Latinoamérica es la región que tiene el mayor potencial de beneficio económico.

Esto requiere de inversiones importantes por parte del sector privado, y de medidas de políticas públicas eficientes, por parte del Gobierno. Pero más que nada, requiere de un cambio en la cultura y en cómo vemos la equidad de género.

Referencia: Margarita Cedeño de Fernández