Sobre los casos de Venezuela y Nicaragua, espinosos hasta para el progresismo regional, Lula es esquivo y se limita a desear «más democracia» para esos dos países, pero sin «intervención».

RÍO DE JANEIRO (BRASIL).- Fotografía aérea que muestra a simpatizantes del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva mietnras celebran hoy, en Río de Janeiro (Brasil). El exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva ganó este domingo la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil con un 50,83 % frente al 49,17 % que obtuvo el actual gobernante, Jair Bolsonaro, con el 98,81 % de las urnas escrutadas. EFE/ Antonio Lacerda.

La izquierda latinoamericana, en plena resurrección en los últimos años, recupera con la victoria de Luiz Inácio Lula da Silva a su pieza más preciada: Un Brasil que ahora pretenderá restaurar un abandonado proceso de integración regional.

Lula ganó las elecciones de este domingo con un 50,8 % de los votos, frente al 49,1 % que obtuvo el presidente y aspirante a la reelección Jair Bolsonaro, líder de una ultraderecha cuya política exterior relegó a un segundo plano las relaciones con América Latina.

Se impuso como candidato de un vasto frente político, formado por todas las gamas de la izquierda, junto con fuerzas de centro y centroderecha que también tendrán un enorme peso en su Gobierno.

Pero eso en lo interno, pues como hace dos décadas, cuando Lula inició un período de ocho años en el poder, las relaciones con el mundo estarán más guiadas por su propia visión, que plantea un Brasil que «converse con todos» y apueste sobre todo en América Latina.

En su momento, como ahora, Lula, hoy de 77 años, coincidió en el poder con otros líderes de izquierda más radicales, como el cubano Fidel Castro y el venezolano Hugo Chávez, ambos ya fallecidos.

Ahora tendrá nuevos compañeros de viaje. Algunos ya conocidos y más cercanos a su generación, como el mexicano Andrés Manuel López Obrador, el boliviano Luis Arce o el argentino Alberto Fernández.

También conocidos y muy cercanos a Lula son el venezolano Nicolás Maduro y el nicaragüense Daniel Ortega, tildados de dictadores por la derecha regional y criticados sin tapujos por el chileno Gabriel Boric, que a sus 36 años ha surgido como una voz renovadora en la izquierda latinoamericana.

Sobre los casos de Venezuela y Nicaragua, espinosos hasta para el progresismo regional, Lula es esquivo y se limita a desear «más democracia» para esos dos países, pero sin «intervención».

RECONSTRUIR SOBRE LAS RUINAS DE LA INTEGRACIÓN

El principal objetivo de la política exterior de Lula, según él mismo ha anticipado, será la integración regional, que en su opinión tiene como pilar el Mercado Común del Sur (Mercosur), pasa luego por el resto de Suramérica y se amplía a toda América Latina, para tender puentes con África.

Un visión del eje sur-sur centrada en los países en desarrollo, que ya aplicó entre 2003 y 2010, cuando estuvo en el Gobierno y tuvo como canciller al diplomático Celso Amorim, que hoy, a sus 80 años, no repetirá en el cargo pero seguirá como «consejero» de Lula para asuntos externos.

En aquel período, además de fortalecer el comercio interno en el Mercosur, el Brasil de Lula también encabezó los procesos para la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac).

En ambos casos, tuvo dos aliados de peso regional: el venezolano Chávez y el argentino Néstor Kirchner, también ya fallecido.

Fueron ambiciosos proyectos de integración, que perdieron espacio en los últimos años y fueron abandonados por líderes conservadores que tomaron el relevo en la segunda década del Siglo XXI, bajo el argumento de que habían sido concebidos como mecanismos «al servicio de la izquierda».

En 2019, cuando varios países ya habían abandonado la Unasur, el chileno Sebastián Piñera impulsó lo que fue bautizado como Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), que naufragó en solo cuatro años, con la irrupción de la nueva ola de la «izquierda rosa».

Aún con los nuevos socios ideológicos que han surgido en la región, erguir de nuevo la Unasur será una tarea titánica.

Deberá comenzar desde unas verdaderas ruinas, representadas por el edificio sede de la entidad, construido en la Ciudad Mitad del Mundo a un costo de casi 40 millones de dólares pagados por Ecuador y hoy virtualmente abandonado en esa localidad cercana a Quito. (Eduardo Davis).