El procesamiento de una ballena en julio. Las embarcaciones de Loftsson cazan con arpones que tienen explosivos en la punta. Credit Bara Kristinsdottir para The New York Times

Por Tryggvi Adalbjornsson

REIKIAVIK, Islandia.- Fue un avistamiento de ballenas, pero no del tipo del que esperan los visitantes. Un día de verano frente a la costa islandesa, en un mar calmo, una tripulación de balleneros que remolcaba ballenas de aleta recién cazadas pasó frente a una embarcación turística.

Los cruceros de ballenas son populares en Islandia, justamente porque hay mucho que ver: los rorcuales tienden a estar lejos de la costa, pero por lo general los rorcuales minke, las ballenas jorobadas, los delfines, las marsopas y los frailecillos son más fáciles de encontrar.

Aunque la caza comercial de ballenas no tiene tanta popularidad entre los avistadores de ballenas. Algunos no se quejan de ver ballenas muertas en sus vacaciones (como hicieron aquellos turistas en 2015 y han hecho otros más desde entonces), “la mayoría de las personas desprecia esta actividad”, comentó Sigurlaug Sigurdardottir, guía de avistamientos de ballenas.

Con este dato en mente, Kristjan Loftsson, el hombre que dirige la operación de la caza de ballenas, tiene una sugerencia para los avistadores de ballenas que se crucen con sus embarcaciones: “Simplemente díganles que miren hacia otro lado. Pueden sencillamente darse la vuelta”.

Loftsson, de 75 años, es el último cazador comercial de rorcuales. Grupos ecologistas lo han denunciado y algunos activistas radicales han hundido sus embarcaciones, pero su negocio es legal en este lugar, pues Islandia

no reconoce la suspensión internacional de la caza comercial de ballenas.

Kristjan Loftsson asumió la dirigencia de la empresa de caza de ballenas Hvalur cuando falleció su padre, en 1974.CreditBara Kristinsdottir para The New York Times.

Aunque en esencia es un marginado a nivel internacional, en su país hay quienes lo admiran. Incluso sus críticos más acérrimos lo respetan hasta cierto punto.

Robert Read, jefe de operaciones de la sucursal inglesa del Sea Shepherd, un grupo ambientalista que ha bloqueado y ha acosado a los buques balleneros en el mar, describió a Loftsson como “un hombre bastante inteligente”.

“Si le formulas una pregunta, por lo general te responderá, pero hará una pausa antes de hablar”, dijo Read. “Eso es algo que no se ve a menudo”.

A Loftsson le gusta decir que hay sangre de ballena corriendo por sus venas. Él y su hermana son los accionistas mayoritarios de la empresa Hvalur, el negocio ballenero que alguna vez dirigió su padre (hvalur, que se pronuncia [kava-lur] es la palabra que designa a las ballenas en islandés).

Ambos pasaron gran parte de los veranos de su niñez en la estación de la empresa ballenera. Loftsson veía cómo remolcaban a las ballenas hacia la costa y las fileteaban a mano. A los 13 años consiguió trabajo como ayudante en una embarcación, lavando trastes y fregando los pisos.

Más tarde, trabajó como mozo de cubierta. En 1974, cuando Loftsson tenía 31 años, su padre murió y él se convirtió en el jefe de la empresa.

“¿Por qué dejar de dedicarme a esto? No tiene nada de malo”.

KRISTJAN LOFTSSON

Actualmente, Islandia y Noruega son los únicos países que permiten la caza comercial de ballenas. Los cazadores japoneses operan conforme a un permiso de investigación emitido por su propio gobierno, y hay caza de subsistencia aborigen en muchos países, incluidos Estados Unidos, Canadá, Rusia y Groenlandia. En el mundo, los rorcuales se encuentran en la lista de especies en peligro de extinción de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por su sigla en inglés).

La caza comercial de esa especie incluso fue interrumpida en Islandia durante veinte años, aunque algunas fueron cazadas gracias a permisos científicos. En 2006, el gobierno permitió retomar la caza; al año siguiente, una evaluación de IUCN descubrió que la población en el Atlántico norte no estaba amenazada. Según una encuesta de 2015, había 40.000 ejemplares de rorcuales en la parte central del Atlántico norte.

Hasta el momento, el gobierno se ha mantenido firme y la caza cuenta con el apoyo de Islandia. Solo un tercio de los islandeses encuestados este año expresaron algún nivel de desaprobación de esta actividad.

Un rorcual fue fileteado en la única estación ballenera de Islandia, ubicada en un fiordo al norte de Reikiavik. Credit Bara Kristinsdottir para The New York Times.

La ballena de aleta es el segundo animal más grande sobre la Tierra, superada solo por la ballena azul, que es más larga y más pesada. Científicos del Instituto de Investigación Marina y de Agua Dulce de Islandia aseguran que mientras se continúen respetando las cuotas, las ballenas de aleta seguirán siendo numerosas en las aguas islandesas.

Para Loftsson y quienes lo apoyan, la caza de ballenas no difiere mucho de la agricultura o la pesca. “Si es sustentable, cazas”, dijo.

Sus embarcaciones cazan con arpones que tienen explosivos en la punta; la carga está diseñada para explotar dentro del cuerpo del animal. A veces, se requiere de un segundo disparo. Después, la ballena muerta es asegurada al barco y llevada a la estación ballenera, en un fiordo al norte de Reikiavik, donde la filetean para obtener la carne. La mayor parte de la carne es enviada a Japón.

Este verano, el Ministerio de Pesca de Islandia le dio a la empresa de Loftsson permiso para cazar 238 ballenas de aleta. Y eso hace.

Un día de finales de julio, casi a medianoche, los empleados remolcaron las ballenas número 50 y 51 de la temporada hasta la estación ballenera bajo la luz del ocaso veraniego.

Las montañas escarpadas y grises se erigían imponentes a medida que el barco se acercaba  a la estación. Había un equipo de trabajadores esperando, alistándose para destripar los cadáveres.

Mientras los trabajadores preparaban el proceso, que tendría lugar afuera, uno de ellos marcaba el ritmo con su herramienta de corte mientras el tema de la banda sonora de Vaselina sonaba en los altavoces de la estación.

Cuando sacaron a la primera ballena a la playa y el equipo comenzó a trabajar, el vapor se elevó desde la estación y un olor a comida de gato colmó el aire fresco.

Cuatro miembros de Sea Shepherd se habían presentado para asegurarse de que el mundo supiera lo que estaba ocurriendo. Armados con teléfonos inteligentes y cámaras, transmitieron el evento desde una colina cubierta de hierba.

El grupo tiene una larga historia con Loftsson.

Una noche en noviembre de 1986, dos activistas abordaron dos de sus embarcaciones en el puerto de Reikiavik y abrieron las válvulas de Kingston para dejar entrar el agua. Los barcos se hundieron hasta la cabina del timonel.

Los activistas huyeron en avión y nunca llegaron a los tribunales de Islandia. Sea Shepherd se adjudicó la responsabilidad del ataque.

Los barcos volvieron a ponerse a flote, pero no se han utilizado desde entonces. Dejarlos en buen estado para volver a navegar requeriría un trabajo arduo, dijo Loftsson. “No creo que vaya a realizarse jamás”.

No está claro si la caza de ballenas es redituable. Loftsson afirmó que por lo general le iba bien, aunque volver a comenzar con la actividad ballenera luego de la larga pausa había sido oneroso. También describió los procedimientos de higiene de los alimentos de Japón como un gran obstáculo. Se rehusó a mencionar cifras.

Dos ballenas de aleta, aseguradas al costado de una embarcación, fueron remolcadas a la costa en julio. La empresa de Loftsson tiene permiso para cazar 238 ballenas este año. Credit Bara Kristinsdottir para The New York Times.

Loftsson comentó que también ha tenido complicaciones para comercializar su producto, pues las empresas transportistas se muestran reticentes a transportar carne de ballena.

Uno de sus proyectos consiste en desarrollar un polvo de ballena secado por congelamiento que pueda espolvorearse sobre el cereal como suplemento de hierro. Describió su idea como “superemocionante”, pero reconoció que el polvo podría ser difícil de comercializar.

Ya sea que la caza de ballenas sea redituable o no (la empresa ha conservado inversiones en otros negocios como la pesca comercial tradicional), es evidente que Loftsson es un hombre de negocios exitoso. Los registros públicos demuestran que le estimaron, a grandes rasgos, unos 2,8 millones de dólares en impuestos en 2017, los cual es un indicador de un alto nivel de ingresos en ese año.

También es evidente que disfruta la vida.

Cuando va a la estación ballenera, se instala en el refugio de la época de la Segunda Guerra Mundial que dejaron las fuerzas aliadas. Es muy agradable cuando llueve a cántaros, ya que pueden escucharse las gotas golpeando el techo de lámina corrugada.

“Paso mucho tiempo ahí”, dijo, refiriéndose a la estación, a pesar de que no hace más que “ver cómo va todo, respirar aire fresco y cosas similares”.

Sin embargo, al considerar los dolores de cabeza que le provoca su negocio, ¿será que el aire fresco y el sonido de la lluvia valen la pena el desgaste? ¿No sería más sencillo dedicarse a otra cosa?

“Claro, puedes hacer lo que sea, pero ¿por qué dejar de dedicarme a esto?”, respondió. “No tiene nada de malo”.

Fuente: NY Times