Nunca el Señor Jesús nos anula. Siempre plenifica y amplía quienes somos, nuestras capacidades, y nuestro pasado en especial. Nuestros esfuerzos y trabajos no han sido ni serán en vano.
Así acontecerá con el pescador, con la señora dedicada a su familia, a su hogar, a su trabajo por más humilde que sea. Por igual, el obrero de la construcción, los jornaleros y los que hacen la labor agricola y en la fábricas, los técnicos y los pensadores de buena voluntad.
La Gracia y las dádivas divinas ni suprimen, menos destruyen la naturaleza humana querida y amada por Dios. Pedro, hombre de oficio, hombre probado y diestro por la experiencia de largas y continuas madrugadas, curtido en lanzar las redes y en los peligros del alta mar. Fogeado San Pedro por volver a tierra sin nada en las manos, y otras tantas con las redes reventadas de tanto conseguido, con la lección aprendida de que aquel exceso era para compartirse, de lo contrario tanto alimento se pudre y se pierde ante tanta hambre. Y llega el Señor, inesperada y tempestuosa me, con pocas palabras, la mayoría de aliento y de remar nueva vez, mar adentro.
El Hijo Adoptivo del Carpintero de clase media , e Hijo Único de la Virgen Orante y Ama de Casa requiere de un rústico y fervoroso pescador y de sus ayudantes de su región pueblerina para que lleven a todos su misión salvadora. ¿Quién puede sólo en esta vida y en la futura seguir adelante? Imposible…
A sabiendas de que somos y tenemos que bregar con pecadores, personas limitadas, condicionadas y sometidas a las debilidades, temores y egoísmos. Padres de familia, educadores, trabajadores, pastores, líderes y personas de bajo perfíl, llamados todo a HACER EL BIEN.
La Eucaristía nos lo recuerda permanentemente. Acudamos a ella.