Jerusalén es la ciudad elegida. Se cumple en ella: el rechazo a Dios y a sus hijos o se da Gloria a su nombre y prosperidad a los que habitan en ella.

Depende de nosotros que haya paz dentro de sus muros y mantener afuera a los enemigos de la fe.

Es una opción, y no solo individual. En la vida cristiana las decisiones tomadas siempre implican a toda una comunidad. En ella se descarta la masificación interesada, así como las posturas individualistas.

Nuestra vida la dedicamos al servicio de la Iglesia, maestra en humanidad. Pero siempre de acuerdo a los valores del Reino de Dios y conforme a la dignidad humana de cada persona.

El Evangelio designa a Herodes como zorro, lo opuesto en hebreo a la expresión del León o el elegido, el ungido del Señor. Los fariseos tenían el llamado a restaurar el profetismo en Israel, ese espíritu de los libertadores macabeos, pero se quedaron solo en ritos, doctrinas y encerrados en los beneficios que su agrupación les confería.

Solo la entrega hasta la muerte y la resurrección de Jesucristo dará purificación y sentido a la entrega verdadera en la que toda persona y sociedad se realiza plenamente.

En eso consiste la Eucaristía, el Sacerdocio y las Obras de Caridad que nos dan verdadera salvación.