Por Sabrina Duque

Para muchos comienza un tímido regreso a la oficina. Y, con el retorno, vemos algunas postales de la pandemia: sobre un escritorio, una mandarina casi petrificada de tan seca. Un calendario con la página de la última semana de marzo de 2020. Un cactus que resistió a la falta de agua. Los lugares de trabajo se convirtieron en cápsulas de tiempo.

Ahora que algunos regresaremos, para muchos llegan también la angustia, la incomodidad, la ansiedad. ¿Será que volveremos a sentirnos relajados frente a un extraño? ¿Perdimos la capacidad de entablar charlas superficiales a la hora del café? ¿Es nuestro trabajo un lugar seguro?

Después de tantos meses abandonados, los edificios vacíos presentan peligros más allá de la pandemia. Las tuberías que no se usan pueden ser colonizadas por una bacteria que causa un tipo de neumonía conocida como enfermedad del legionario. Altos niveles de plomo pueden acumularse en el agua estancada en tuberías fabricadas con ese metal. Y resulta que las protecciones de plástico para separar los cubículos no eran tan buenas como alguna vez creímos.

“Los aerosoles de todo el mundo van a quedar atrapados y atascados allí y se van a acumular, y acabarán extendiéndose más allá de tu propio escritorio”, dijo Lindsey Marr, profesora de ingeniería civil y ambiental en Virginia Tech y una de las principales especialistas del mundo en la transmisión viral.

Ante estas nuevas inquietudes sobre nuestros espacios de trabajo, quizás uno de los legados de esta pandemia sea una nueva forma de entender la oficina. No solo contamos con estaciones de gel antibacterial por doquier, una preocupación con la circulación y la filtración del aire y un número máximo de usuarios del ascensor; hablamos también de cambios más importantes, como trabajar desde casa algunos días por semana o usar materiales de construcción que no fomenten la propagación de microbios, puertas que se abran sin manijas y elevadores en los que no haya que apretar un botón.

Ahora que volveremos a estar bajo el mismo techo, una manera de amenizar las angustias es informarnos. Si te sientes intranquilo ante la idea de compartir un espacio cerrado con personas que no pertenezcan a tu burbuja, Tara Parker-Pope sugiere seis preguntas que puedes hacer a tu empleador sobre qué se ha hecho para mejorar la calidad del aire en tu lugar de trabajo.

¿Se te ocurre alguna más? Déjala en los comentarios. Y para los que ya han regresado a la oficina: si te sientes como cuando volvías —de mala gana— a clases, quizás este video de niños llevando a sus padres a su primer día de trabajo te saque una sonrisa.

‘No hay otro camino’

En 2016, el gobierno de Colombia firmó un acuerdo de paz con las Farc y finalizó un conflicto armado que duró medio siglo y tuvo un saldo de más de 220.000 muertes. Desde ese momento, los combatientes comenzaron a dejar las armas, se estableció un tribunal de justicia que investiga los crímenes de guerra y comenzaron los programas para ayudar a los campesinos a dejar los cultivos de coca.

Cinco años después, los beneficios de ese acuerdo no están claros para todos: las escuelas, clínicas y el servicio de energía eléctrica aún no llegan a los pueblos remotos, pero sí lo han hecho los combatientes disidentes de las antiguas Farc. Aún hay niños atrapados en el conflicto, asesinatos en masa y desplazamientos.

Para este revelador reportaje, nuestros colegas Julie Turkewitz, Federico Rios y Sofía Villamil visitaron pueblos donde aún cultivan coca, la base de cocaína se usa como moneda para comprar el pan, y la guerrilla manda.

Fuente: nytimes.com