SANTIAGO SEQUEIROS

El Premio Sajarov no es un homenaje. No se otorga para que el premiado se sienta reconfortado y sus esfuerzos queden reconocidos. No es un evento social ni un acto puramente simbólico. El Premio Sajarov es un acto político que pretende impulsar una causa relacionada con los Derechos Humanos. Es activismo político hecho desde las instituciones. Rara vez se ha otorgado a referentes históricos, por honorables que puedan ser, sino que suele recaer en personas y colectivos que están luchando hoy, ahora mismo, arriesgando siempre sus propias vidas. Pienso en José Luis López de Lacalle, asesinado por ETA en el año 2000, el mismo en que ¡Basta ya!, plataforma a la que pertenecía, recibió el reconocimiento. O en Oswaldo Payá, galardonado en 2002, y muerto en un supuesto accidente hace cinco años: la dictadura cubana ha rechazado una investigación internacional que pudiera aclarar lo sucedido. El Premio Sajarov suele levantar ampollas, dentro o fuera de Europa, porque se concede a personas comprometidas. Así tiene que ser.

Por eso he propuesto oficialmente que el próximo Premio Sajarov del Parlamento Europeo sea para Leopoldo López y los presos políticos en Venezuela. Me parece una candidatura ineludible y urgente: cada día crece el número de asesinados por el régimen chavista de Nicolás Maduro. No es el único lugar del mundo donde se vulneran los derechos humanos, por desgracia. Pero en Venezuela estamos presenciando en directo la muerte de una democracia, la culminación de un proceso degenerativo (al que ya dio comienzo Hugo Chávez) por el cual van desapareciendo paulatinamente los ámbitos de libertad y se va avanzando progresivamente hacia la dictadura total. Este proceso no se ha completado todavía: la agenda de Maduro pasa por un proceso constituyente abusivo e ilegal. La sociedad venezolana no se resigna y, a pesar de la represión, sigue saliendo a la calle a diario. Si los venezolanos no creen que esté todo perdido, me parece que es nuestra obligación apoyarlos con los medios de los que disponemos. Entre ellos, el Premio Sajarov.

Es probable que me encuentre con más obstáculos que el año pasado, cuando impulsé la candidatura de la activista yazidí Nadia Murad (galardonada finalmente junto a su compatriota Lamiya Aji Bashar). Hablar de Venezuela molesta a muchos. Nos acusan de hacerlo para eludir temas como la corrupción o la pobreza. Esta acusación retrata a quien la hace: si cierta izquierda española y europea se siente incómoda es porque han apoyado, moral o materialmente, al régimen bolivariano que ha llevado a su país al colapso político, social y económico. Podrían retractarse y decir: «nos equivocamos, esto no es lo que queremos», pero prefieren atacar a quienes defienden la libertad. Incluso llaman fascistas a personas que se están jugando la vida.

Leopoldo López es una de estas personas. El régimen chavista ha hecho de todo por neutralizarlo: lo ha inhabilitado, lo ha difamado y, cuando vieron que no podían con él, inventaron una causa y lo encarcelaron en Ramo Verde. De eso hace ya más de tres años, en los que Leopoldo ha estado separado de su mujer, Lilian Tintori, de su familia, de sus amigos, de su país. Sufre el comportamiento arbitrario del régimen y hace poco se le oyó gritar desde su ventana que lo estaban torturando. Es difícil saber cuál es su estado porque tiene prohibidas las visitas. Dada la brutalidad del oficialismo venezolano, la seguridad de Leopoldo no puede darse por garantizada. La falta de escrúpulos de Nicolás Maduro ya ha quedado totalmente acreditada.

El tiempo corre contra Leopoldo y a favor de Maduro. Éste tiene las armas y el poder. Los presos políticos sólo tienen su ejemplo, el que ellos dan. La ciudadanía venezolana está demostrando un coraje extraordinario, pero hasta ahora sus manifestaciones no han logrado romper la rocosa unidad del narco-régimen venezolano. Maduro se siente todavía fuerte, capaz de aplastar a quien le plante cara. La situación humanitaria, en cambio, sigue empeorando: el desabastecimiento, la inflación y la pobreza actúan como aliados del régimen al debilitar a la población que se manifiesta. Maduro se vale también de desafortunadas mediaciones, como la del ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, para dividir a la oposición y generar vagas expectativas que después piensa incumplir. El diálogo no servirá de nada si el régimen no asume las reclamaciones básicas, previas a cualquier negociación: liberación de los presos políticos, apertura de un canal humanitario, convocatoria de elecciones generales libres y sin restricciones, y regreso al orden constitucional. La medida de la podredumbre del chavismo la da el hecho de que sea la oposición la que pide que se cumpla la ley bolivariana, y el régimen la que insiste en ignorarla.

La Unión Europea ha mostrado dos caras en relación con la crisis venezolana. En ocasiones, tanto el Parlamento como la Comisión han sido directos. Pero ha bastado un suceso extraño y sin aclarar (los disparos desde un helicóptero de un soldado-actor) para que vuelva a aparecer la triste equidistancia. Estamos ante la oportunidad histórica de recoger el testigo del liderazgo internacional que los Estados Unidos de Donald Trump, tendentes al aislacionismo, parecen despreciar. El liderazgo exige claridad, en especial cuando estamos ante situaciones tan obvias: en Venezuela hay opresores y oprimidos. La equidistancia es inaceptable.

Se puede argumentar que hay otras formas de ejercer influencia. Por ejemplo, la de China, que ignora cualquier consideración relativa a los Derechos Humanos o a los valores democráticos. No hace falta señalar que la Unión Europea no es China. Aunque décadas de tecnocracia y política gris nos hayan llevado casi a olvidarlo, Europa no es un supermercado -como ha dicho el presidente francés Emmanuel Macron-, Europa es una comunidad de valores. Paradójicamente, el Brexit, la victoria de Trump y el auge de los populismos nos han permitido recordarlo. Cuando peor parecía pintar el futuro, la Unión ha cobrado un nuevo impulso y el europeísmo ha renacido. El modelo europeo es, en materia de política exterior, muy distinto del modelo chino. Si somos una comunidad de valores, estos valores deben aplicarse también en nuestra relación con el resto del mundo. No podemos traicionar a los venezolanos sin traicionarnos a nosotros mismos, sin atentar contra nuestra propia naturaleza y, por tanto, sin hacernos más débiles.

El Parlamento Europeo es la institución que otorga el premio Sajarov. Al contrario que los miembros de la Asamblea Nacional de Venezuela, los eurodiputados podemos reunirnos y hacer nuestro trabajo sin que nos lo impidan y sin que nos saquen del hemiciclo a golpes, como hizo el oficialismo con los diputados venezolanos hace unos días. Como representante electa de los ciudadanos europeos, quiero que la Eurocámara comprometa su apoyo a la oposición democrática, en la confianza de que así forzaríamos a la Comisión y al Consejo a actuar con la responsabilidad que exige el momento histórico. Por eso pido el Premio Sajarov de 2017 para Leopoldo López y todos los presos políticos venezolanos.

Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE).

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