Llamados a la Mesa del Señor y su familia Santa, la Iglesia. Aprender que cada comida es un recordar y renovar el banquete de bodas del Esposo y su Señora. Cristo y su Iglesia. No se trata de una comida más o rutinaria. Es acción de gracias, reencuentro familiar, motivación para seguir adelante con nuestros trabajos y luchas por el bien de aquellos con quienes estamos vinculados.

Cristo está con nosotros, nunca ausente, nos ha dejado su Cuerpo y su Sangre.

Para acudir a esta invitación diaria no podemos ir de harapos.

Debemos portar nuestros vestidos bautismales con los que descubrimos la novedad de cada día en las buenas y en las malas.

Ropas limpias y bien arregladas.

No nos entreguemos al descuido ni al conformismo que puede traernos el paso de los años, el cansancio, las experiencias negativos y los momentos que no podemos entender ni asimilar.

El vino del Reino de Dios produce alegría, tan diferente a la del mundo, sino aquella que nace del servicio a la Mesa de los hijos de Dios que carecen de lo más mínimo.