Nuestra impaciencia se doblega al entender que Dios es el único quien da el crecimiento vital a todas las cosas con el paso lento del tiempo.

Siempre es simple y pequeño el punto de partida al que hay que volver una y otra vez.

Lo complicado y aparatoso se sale de los límites y deshumaniza.

La Eucaristía y los Sacramentos de la Fé Católica son tan parecidos al grano de mostaza. El requisito es celebrarlos con nuestra pequeña fe. Cada día echar agua a la planta sembrada.

De cuando en vez abonar la tierra. Esperar, esperar y esperar mientras tanto.

Luchar contra las plagas, los depredadores, nuestra propia ignorancia y garrafales equivocaciones.

Una vez que se tiene el fruto es cusndo todo realmente comienza. Así ocurre con el trigo. Hay que recogerlo, limpiarlo, procesarlo y echarle levadura para que al llevarlo al fuego en el horno sea comestible para todos.

Cuando cada persona esté satisfecha, hemos cumplido con nuestra misión por el momento. Y aún así, no basta.

Todo debe volver a empezar en el campo de la vida. ¿No lo crees? Pregúntale a San José y a la Virgen María como era su diario vivir en el taller y el Hogar de Nazaret, en la Iglesia Doméstica, lugar donde se manifiesta Jesús, el Árbol y el Pan de Vida.