La luz no debe ocultarse. De lo contrario se apaga. No sentir vergüenza de nuestra historia, limitaciones y necesidades.

La luz encendida en el Altar, cada vez que celebramos la Eucaristía, es capaz de expulsar las tinieblas.

Cuando estás son tan densas, hay que escapar de esos lugares de oscuridad. De lo contrario, nos envolvieran y nos despojaran de todas las bondades por las que nos hemos esforzado durante toda nuestra existencia.

Tenemos tanto que dar por el bien de quien necesita nuestra ayuda. ¡Queremos transitar caminos de verdad! ¡Queremos habitar espacios de libertad!

Más fuerte nos hará lo que nos desafía, cuestiona y tenemos de nuevo que recomenzar.

Oración, servicio y aprendizaje… Es la bandera de la Fé Católica.