Dignidad humana y religión católica verdadera se implican mutuamente. ¡Son tantos los siglos y vidas que han costado para entender esto, y todavía no es efectivo en la práctica!
El Verdadero servicio a Dios es el auxiliar a los enfermos, a los discriminados y a los abandonados como esta mujer encorvada, sin marido ni familia y en pobreza extrema.
La participación en la Eucaristía y en los Sacramentos ha de llevarnos a abandonar la hipocresía mayor que es la indiferencia ante la carencia, la desventura y el sufrimiento de todo ser humano.
Hay que dar pasos adelante. Hemos de madurar en la vida de fe.
Rogamos para que la personas que una vez nos conocieron, al reencontrarnos con ellas, se motiven al percatarse de que hemos traducido tanto conocimiento religioso, tantas actividades para cultivar la espiritualidad, después de tantas dificultades personales vividas por mantenernos en esta vida de Iglesia, que vean que hemos convertido, como debe de ser en acciones de auxilio a los pobres y que se involucren también ellos en las obras de caridad que tanto urgen en una sociedad como la nuestra tan injusta y de incontables marginados.

