Entre los demonios que albergamos se encuentran los resentimientos.
Cuando uno está muy ocupado y se siente realizado en el servicio del Espíritu Santo, es decir, en socorrer a los más pobres y desamparados, no se deja permear por el pecado y a la maldad. Mucho menos vive pensando en acciones desatinadas de otros. Solo piensa: ¿Cómo puedo ayudar a salir de su oscuridad y opresión a los que están ciegos y aprisionados por las injusticias sociales que comete y establece un mundo sin Dios?
En esta evangelización a la que todos los bautizados estamos llamados, nuestra motivación y renovación será sentir y hacer todo como la Virgen María: todo y por Jesús, por Su Iglesia, por todos los que no pueden esperar y le urge nuestra ayuda.
Comulgar del Cuerpo y Sangre de Cristo en el Espíritu Santo es tarea ardua, todo lo contrario a la pasividad.
Demanda cultivar la humildad, la sencillez, abandonar la altivez y los gritos propios de las contiendas, buscar alcanzar la meta de la mansedumbra, la dulzura, la comprensión, la paz, la serenidad, la misericordia, verdad, y fomentar la luz y justicia…
Contra esto no hay odio, afán de venganza, ni demonio que pueda contra ello.
¡Vamos a entregarnos por entero al servicio de los demás!