Foto ilustrativa externa.

César David Santana

 

Santo Domingo, D. N.
20 de junio de 2020


Índice

I. Introducción
II. Contexto Sociológico: la evolución socio-económica dominicana a partir de la década de los noventa. La globalización

2.1. El cambio en el modelo económico de R.D.
2.2.  Las transformaciones en el panorama mundial, a tono con la “globalización”

III. Los cambios en el panorama político dominicano
3.1. La izquierda
3.2. El resto de las organizaciones “contestatarias”.
3.3. Las organizaciones (abiertamente) “sistémicas”

IV. El punto de inflexión: el relevo generacional
4.1. 1994: el “empate técnico” Balaguer-Peña Gómez: Crisis y Reforma    Constitucional

4.2. 1996: El 50%, la doble vuelta y el triunfo del PLD
4.3. 1998: Las elecciones de medio término y la lucha por el control del árbitro
4.4. El Gobierno de Hipólito Mejía y la sucesión al interior del PRD

V. Siglo XXI y el (verdadero) inicio de la “hegemonía” morada
5.1. La reelección en el PLD
5.2. Las elecciones de 2012 y los escarceos por la sucesión
5.3. La llegada de Medina al poder y la redefinición de los estilos de liderazgo
5.3.1. Los cambios de forma
5.3.2. Los cambios de fondo

VI. (A modo de) Epílogo

Referencias bibliográficas:

I. Introducción 

Las líneas que siguen pretenden constituir un ensayo (o la génesis de tal) en torno a los cambios en la participación político-partidaria que se verifica en la República Dominicana en las últimas tres décadas.

Originalmente, el mismo constituyó uno de los requerimientos de una de las asignaturas que se imparten en el marco del programa de Maestría llevado a cabo por la Unidad de Post-grado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, UASD.

A tales fines, procediendo de conformidad con los lineamientos de la corriente histórica de las Ciencias Sociales, procuraremos colocar el fenómeno de la militancia político partidaria en el contexto más amplio de la lucha por el poder, en el marco de la transición generacional que tiene lugar en la década de los noventa, a propósito de lo que podríamos denominar como el fin de los  liderazgos “históricos” de la vida institucional dominicana, luego de finalizada la Dictadura de Trujillo.

Dichos fenómenos, a su vez, también trataremos de insertarlos dentro de la dinámica de cambios que tiene lugar en el mundo, una vez concluida la llamada Guerra Fría, con el desmantelamiento de los regímenes del llamado “socialismo real”, y el consecuente abandono de las utopías “liberadoras”, de parte de gran parte de sus adherentes, en las diferentes latitudes del globo.

De igual manera, haremos referencia a las transformaciones en el modelo económico vigente en la nación hasta el inicio de dicha década, concurrente con las mutaciones experimentadas por el sistema capitalista, a nivel mundial, a tono con lo que hoy ya se conoce como “globalización”.

Dicha línea de análisis nos ha de conducir a dilucidar, con argumentos verdaderamente sociológicos, las metamorfosis ideológicas y los consecuentes realineamientos experimentados por las organizaciones políticas dominicanas, ubicadas a todo lo largo del espectro partidario de la nación.

Con ello, aspiramos a colocar en su justa dimensión social fenómenos que, de otra manera, sólo serían explicables a partir de causas muy en línea con la subjetividad de los actores, como podría ser la degeneración personal y/o tendencias oportunistas entendibles en virtud de la extracción clasista de la mayor parte de los partidos locales, como sugieren algunos.

II. Contexto Sociológico: la evolución socio-económica dominicana a partir de la década de los noventa. La globalización

Como indicáramos en los lineamientos metodológicos precedentes, una de las premisas explicativas que hemos de reivindicar como posibles “causales” de las “adecuaciones” –ideológicas y políticas- en el panorama partidario dominicano, lo es el cambio en el modelo económico, ocurrido –esencialmente- a partir del inicio de los noventa, con la derogación de las anteriores leyes de incentivo fiscal, y la aprobación del nuevo Código Tributario.

De modo análogo, el otro gran cambio “epocal”, ahora de carácter universal, lo es el inicio –o el reconocimiento- de una nueva etapa en el desarrollo del capitalismo mundial: la famosa “globalización”.  Aun cuando son fenómenos “medularmente” vinculados, para fines “analíticos”, vale la pena abordarlos por separado.

2.1. El cambio en el modelo económico de R.D.

En términos generales, a partir de 1990; una vez concluida la llamada “década perdida de Latinoamérica”, se produjo en República Dominicana una ola de pensamiento favorable al abandono del modelo económico anterior, de crecimiento “hacia dentro”, expresado en la política de industrialización sustitutiva, que se instaura, oficialmente, en 1968, merced a la aprobación de la Ley 299, de Incentivo y Desarrollo Industrial, así como de las demás normativas jurídicas sectoriales correspondientes (1).

Efectivamente, a tono con lo que fue la corriente dominante en el pensamiento económico de la región, en 1968, el gobierno de Balaguer de los 12 años, promulgó un conjunto de leyes orientadas a promover el desarrollo industrial del país, haciendo reserva del mercado interno para la producción local.  A tales fines, al tiempo que fue prohibida la importación de innumerables productos terminados, les fueron concedidas exoneraciones de los derechos aduanales a los emprendedores establecidos en el país que pudieren acreditar proyectos mínimamente viables de manufacturación de los mismos.  Acaso el caso más “emblemático” lo constituyó el surgimiento de la marca “NEDOCA”, Neveras Dominicanas, CxA”.(2).

De modo similar, en los demás sectores; dígase el agro, la agro-industria, la pequeña empresa, el turismo y las zonas francas, tanto regulares como especiales, fueron dictadas las leyes de incentivo respectivas.  Todo lo anterior, por efecto añadido, generó todo un modelo que, sumariamente, fue bautizado como de sustitución de importaciones, y/o de crecimiento “hacia dentro”.

El mismo, al tiempo que facilitó el surgimiento de una nueva camada de burguesía industrial” –en parte, los famosos nuevos 300 millonarios de Balaguer-, andando el tiempo, generó una serie de tensiones macro-económicas.  Básicamente, produjo 1) un sacrificio fiscal significativo, al “drenar” la hasta entonces principal fuente tributaria del país: los impuestos de importación; 2) supuso barreras a la ampliación de la oferta, vía el estímulo del monopolio -como en el caso antes indicado-, con la consecuente reducción del ahorro y la inversión; 3) estimuló el déficit en la balanza de pagos, al requerir dicha “industria” un montón de importaciones de “insumos intermedios”, originalmente sufragados con divisas oficiales, hasta que dicha demanda fue “traspasada” al mercado “libre”, con la consecuente validación del mercado “paralelo”, y el consiguiente reconocimiento virtual de la devaluación del signo monetario dominicano.(3)

Todo lo anterior, en algún momento, se tradujo en presiones inflacionarias y crisis de deuda –como en casi todo el resto de la región-, con la consiguiente ralentización del crecimiento económico, incluso, por debajo del ritmo de crecimiento demográfico.  Al generalizarse para varios países de latino-América, y prolongarse a través de los años 80s, la ciencia económica –y social- en su momento dio en llamar al fenómeno como la “década perdida” del desarrollo económico y social latinoamericano.

En el caso de República Dominicana, el término de ese ciclo tuvo lugar con la derogación de las precitadas leyes de incentivo, la apertura del mercado y la adopción cuasi formal de un nuevo modelo de economía abierta.  La paradoja, en términos políticos, es que ello tuvo lugar durante la segunda etapa de regímenes reformistas; dígase, el llamado Gobierno de los 10 años, de Joaquín Balaguer, el mismo que propició el modelo anterior, durante el Gobierno de los 12 años.

Como es posible observar, los cambios “de mentalidad” –contrario al prejuicio común- no solo tiene lugar en “las nuevas generaciones”, sino también en las anteriores.

2.2. Las transformaciones en el panorama mundial, a tono con la “globalización”.

Como también señaláramos antes, el segundo elemento importante a destacar, que puede contribuir a comprender los cambios de mentalidad de la clase política dominicana, a partir de la última década del siglo anterior, es lo que se conoce, usualmente, como “globalización”.  La misma consiste en un proceso mundial de generalización de los intercambios comerciales, -e informacionales- entre las regiones y naciones del planeta, a tono con la internacionalización de la producción, y la circulación universal del capital financiero.  Algunos autores, prefieren denominarla “mundialización” (4).

Desde el punto de vista “simbólico”, el punto de partida del proceso parece coincidir con un hecho político-ideológico: la caída del muro de Berlín.

Efectivamente.  Fruto del estancamiento –y las contradicciones consecuentes- que experimentaba el llamado mundo socialista, desde años antes, en 1989, bajo el gobierno de Mijail Gorbachov, la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se disolvió para dar paso a la denominada Federación de Estados Independientes, que la mayoría de las personas suele identificar con Rusia, el Estado más grande de ese conglomerado. El hecho “desencadenador” de dicho proceso lo fue la abolición de la prohibición del tránsito de personas hacia Occidente, simbolizado por el “agrietamiento” del conocido “Muro de Berlín”; una pared, vigilada, de concreto armado, coronada con alambre de púas, que separaba las dos partes en que quedó dividida Alemania, luego de la Segunda Guerra Mundial.

Desde el punto de vista político, la importancia de este hecho es que constituye el inicio formal de todo un proceso de reconfiguración del denominado socialismo real.  Como parte de ello, en casi todos los países hasta entonces agrupados en el llamado Pacto de Varsovia, tiene lugar un proceso de transición hacia economías de mercado.

El impacto de lo anterior en el “espectro ideológico” de los partidos “de izquierda”, en todo el mundo, fue significativo.  Implicó la admisión de los beneficios de generar espacios para la iniciativa privada y el fin de la aceptación del igualitarismo a ultranza, como la panacea para el desarrollo de los pueblos.  República Dominicana no fue la excepción.

III. Los cambios en el panorama político dominicano

El impacto de los procesos antes descritos en el psiquismo político colectivo  del país, no sólo se reflejó en las organizaciones de izquierda, sino en el resto del estamento partidario dominicano. En lo que sigue, procuraremos hacer una cierta “disección” de dichos efectos al interior de las mismas.

3.1  La izquierda 

A partir del “cisma” ocurrido en el Movimiento Comunista Internacional, a partir de los años sesentas, con la aparición de dos “líneas”; una encabezada por China Continental, y otra por la antigua Unión Soviética, el fenómeno se reflejó en el resto del mundo, incluyendo Latino-América y República Dominicana.  Podría decirse que el “nudo gordiano” fundamental estuvo en dos tipos de estrategias revolucionarias.

Por una parte, una (pro-china) “etapista”, que concebía el proceso pasando por una etapa de Revolución Democrática Nacional, dirigida por un gobierno producto de una alianza de clases, en torno a un programa de transición, orientado a eliminar las barreras pre-capitalistas al desarrollo burgués-democrático.  La segunda, más en la línea de la URSS –y Cuba- a tono con la tesis de socialismo en un solo país, proclamaba la posibilidad del “salto” revolucionario (de caracter socialista), sobre la base de algún tipo la alianza de corte “popular”, con participación de la intelectualidad organizada en los partidos comunistas.

En el caso concreto de República Dominicana, al margen de estas diferencias,  a partir del primer ascenso al poder del Partido Revolucionario Dominicano, PRD, en 1978, comenzó una especie de “migración” de elementos de izquierda hacia organizaciones del “sistema”.  Fundamentalmente, hacia el partido de gobierno, pero también hacia expresiones relativamente “moderadas” de la oposición filo-izquierdista, como lo fue, en ese momento, el Partido de la Liberación Dominicana.

Años después, un  pequeño “reducto” de la misma, como en el caso del Partido Comunista Dominicano, PCD,  intentó –con diverso éxito- reciclarse políticamente, mediante su conversión y/o incorporación a movimientos reivindicativos de base amplia, como lo sería la llamada Fuerza de la Revolución o el Frente Amplio de Lucha Popular, mejor conocido por las siglas FALPO.   Cabe mencionar que, en ambos casos, también han decidido acudir al escenario electoral en busca de posiciones legislativas.

3.2. El resto de las organizaciones “contestatarias”.

Bajo esta denominación, básicamente, cabe mencionar al PLD, habida cuenta que la otra organización de vocación izquierdista y que se autodefinía como de “Liberación Nacional”, los camilistas, desde mediados de los setentas, experimentaban un proceso de radicalización que los identificaba con el resto de la izquierda dominicana.  Ejemplo de ello, es que, a propósito de las elecciones de 1978, al llamar a votar por el Partido de Peña Gómez, titularon su proclama como “voto crítico por el PRD”.

Más adelante, la mayor parte de sus adherentes pasó a incorporarse a algunos de las propuestas de corte marxistas; tanto en el caso del denominado Proyecto (de partido) Socialista, (Max Puig y otros), como en el sector que preconizaba por un Movimiento de masas (R. Cassá, Luis Gómez, entre otros).  Cabe destacar que, andando el tiempo, dos de los dirigentes máximos de esos proyectos –Puig y Cassá- obtemperaron por aceptar una que otra posición de relevancia en los futuros gobiernos encabezados por el Partido de la Liberación Dominicana.

A partir del lapso en estudio –los noventa- en el caso del hoy Partido Oficial, (el mío) se produjo un proceso de “decantación”, como opción del sistema; dígase, pro-capitalista, moderando con ello –en la práctica- su otrora tónica anti-imperialista y pro-cubana.

3.3. Las organizaciones (abiertamente) “sistémicas”

Para redondear esta visión del panorama político-ideológico cabe hacer mención de lo que podríamos denominar organizaciones (abiertamente) del sistema.  Para el 1990, las dos principales eran, por una parte, la que estaba en el poder, el Partido Reformista Social Cristiano, comandado por Balaguer; y el Partido Revolucionario Dominicano, por la otra.  Este último, no obstante, en ese momento, pasaba por una severa crisis interna, que llevó a un desprendimiento del mismo, agrupado en torno al otrora vie-presidente, Jacobo Majluta, quien fundó el llamado Partido Revolucionario Institucional, emulando en el nombre a su homólogo mexicano.

En términos de cambios e impactos, éstos también podrían señalarse, de forma desagregada.

En lo relativo al Reformismo, su principal cambio ideológico, oficialmente asumido, ocurrió durante su estancia en la oposición, entre 1978 y 1986, cuando produjo una fusión con el antiguo Partido Revolucionario Social Cristiano, para formar el Partido Reformista Social Cristiano.  Como parte de ello, la organización se vinculó a la Democracia Cristiana internacional.  En términos ideológicos podría decirse que dicha organización “avanzó”.

Por su parte, el Partido Revolucionario Dominicano, como señaláramos, fruto de la lucha “intestina” por el poder, luego de dos períodos de gobierno, experimentó un desprendimiento de un sector, encabezado por el ex vicepresidente Jacobo Majluta, todas luces, más conservador que el estamento mayoritario, representado  por José Francisco Peña Gómez,  el líder de masas que reorientó dicho partido hacia la socialdemocracia –la Internacional Socialista-, luego de la salida de Bosch.

Ambos partidos escenificaron importantes jornadas de lucha electoral, a partir de 1994.  En las mismas, ambos encabezaron bloques, en que se hicieron acompañar de organizaciones minoritarias, incluyendo –en el caso del PRD- a elementos de la antigua izquierda dominicana.

En términos generales -planteamos como hipótesis- la orientación ideológica-política de los partidos dominicanos, a partir de los 90’s, se caracteriza por las tendencias siguientes:

-morigeración  de sus propuestas programáticas hacia posiciones centristas-liberales, como del anti-imperialismo rayano en el antinorteamericanismo.

-electoralismo, más o menos sistemático, con la consiguiente adaptación de sus estructuras y métodos a dicha orientación. (cuarteles electorales).

– corolario de lo anterior, clientelismo; en ocasiones, disimulado como lucha de tendencias y vocación continuista.

– “aburguesamiento”; con claras tendencias hacia el enriquecimiento ilícito.

– reivindicación de la autonomía del Estado, como contrapeso a los poderes privados, y fuente legítima de provisión de fondos para sus actividades, a través de las Ley de Partidos.

-nepotismo; dígase, la tendencia, cada vez más ostensible, a “compartir” con los parientes el desempeño de cargos y puestos electivos, otorgándoles el carácter de posiciones “hereditarias”.

En fin, lo propio del cambio en el estamento político-partidario dominicano, en las últimas tres décadas, podría resumirse en un “viaje, sin regreso, hacia el pragmatismo».

IV. El punto de inflexión: el relevo generacional

Sobre la base de esta apretada “radiografía” del cuerpo político nacional, y su estado de situación, más o menos para la época señalada, pasamos a abordar los principales momentos –y acontecimientos- que “jalonan” el devenir histórico de la política vernácula, en las tres últimas décadas.  Dicho período comienza con un hecho vital fundamental: la sucesión de los principales líderes políticos que hicieron “época”, luego de finalizada la dictadura trujillista.

En principio, estaríamos hablando de Joaquín Balaguer y Juan Bosch, líderes respectivos del PRSC y el PLD, respectivamente.  Dado que el tercero de esa camada de líderes “carismáticos”, el Secretario General del PRD, José Francisco Peña Gómez, apenas sobrepasaba los cincuenta años al inicio de los noventa, no deberíamos pensar en incluirlo en esa “saga sucesoral”.  Paradójicamente, al ser el primero en fallecer, nos vemos precisados a  hacerlo.

Para hacer más digerible el recuento de cómo se ha operado dicho relevo, en lo que sigue, vamos a dirigir la atención del lector hacia las que consideramos como las coyunturas más significativas, en cuyo marco ha tenido lugar el ascenso de nuevos actores, a la par del eclipse y/o desaparición de otros.  A tales fines, nuestro punto de partida cronológico ha de serlo la crisis post-electoral de 1994, a propósito del “match” de los dos principales candidatos presidenciales.

4. 1. 1994: el “empate técnico” Balaguer-Peña Gómez: Crisis y Reforma Constitucional.

Como es de la mayoría conocido, luego de cinco períodos gubernamentales, a “título propio”, Joaquín Balaguer, el más longevo –y sin dudas más gravitante- líder político nacional de la segunda mitad del siglo pasado,  ya a punto de cumplir 88 años, se lanzó como candidato a la Presidencia, para un sexto mandato (casi séptimo, si incluimos el de 196-62).

Tuvo de frente a José Francisco Peña Gómez, líder histórico del PRD Post-Bosch, quien, habiendo vencido a Jacobo Majluta en la lucha por el reconocimiento legal de la Junta Central Electoral, poco antes de las elecciones de 1990, había logrado –por fin- la hegemonía partidaria y la postulación “indisputada”, para 1994, como cabeza de un bloque opositor que incluía a una importante figura “procedente” del reformismo, Fernando Álvarez Bogaert, antiguo hombre de confianza del Balaguerismo.

Como también es sabido, fruto de un balotaje electoral muy reñido, en que la JCE fue “sobrepasada” en su papel de árbitro del proceso, el país entró en una peligrosa crisis, con amplias posibilidades de culminar en un desborde popular.  Como resultado de la misma, recordamos todos, se produjo un acuerdo entre los principales actores, en virtud del cual, le fue recortado en dos años el período presidencial a Balaguer, y se convocó a nuevas elecciones, en 1996, ahora sobre la base de una reforma que consignaba la doble vuelta, en caso que ninguno de los candidatos sobrepasase el 50% más uno de la votación, en primera vuelta.  Como dato “especial”, dicho acuerdo, convertido en Reforma Constitucional, excluía a Balaguer como eventual candidato presidencial para dichas elecciones.

Uno de los resultados, acaso no inicialmente “calibrado” en todas sus posibles consecuencias, lo fue el retiro “forzoso” del Balaguer candidato, y el surgimiento del Balaguer “árbitro” de la política nacional.

4.2. 1996: El 50%, la doble vuelta y el triunfo del PLD

En efecto, fruto de dicha prohibición y, estando ya a la vista el final de su carrera política, a propósito del posible fin de su existencia, el caudillo reformista puso todo su esfuerzo en “inclinar” la balanza política en contra de quienes –entonces- consideraba sus adversarios principales y responsables directos del acortamiento de su último mandato y su “jubilación” electoral; dígase, la fórmula electoral contraria: Peña Gómez-Álvarez Bogaert.

Dicha “orientación” estuvo favorecida por un hecho esencial ocurrido al interior de la –entonces- tercera fuerza política nacional: el Partido de la Liberación Dominicana.

Ciertamente, fruto de su declive físico –y electoral-, Juan Bosch decide declinar su acostumbrada postulación, dando paso así al inicio del relevo político al interior de su partido, el cual se encontraba inmerso en un proceso de “morigeración”, que lo llevaría a transformarse desde una entidad, más bien “testimonial”, en el sistema político dominicano, a un beligerante electoral con clara vocación de poder.  Luego de un balotaje interno, sin mayores alternativas, Leonel Fernández, compañero de boleta de Bosch en las elecciones de 1994, obtuvo la candidatura presidencial del PLD, por una mayoría aplastante.

Es en ese escenario que tienen lugar las elecciones de 1996, organizadas bajo el sistema de doble vuelta, fruto de la Reforma Constitucional que puso fin a la crisis post-electoral, dos años antes.

Como un resultado -ahora prácticamente- natural, con miras a la segunda vuelta, se produjo la alianza de ambos adversarios del PRD; dígase, el Reformista y el PLD, bajo la sombrilla del denominado Frente Patriótico, pacto rubricado en acto solemne en el Centro Olímpico, en presencia de Bosch, Balaguer, Leonel y las cúpulas partidarias respectivas.

El resultado no se hizo esperar.  Fernández ganó, en segunda vuelta, con algo más del 51% de la votación y el PLD, ahora aliado al Partido Reformista, llegó, por primera vez al poder, “frustrándose”, de momento, el retorno al poder del PRD y, de paso, convirtiéndose el “líder de masas” en el “Moisés” de la política dominicana.  En ausencia de una “venturosa” alianza del sector liberal (PLD-PRD), -como una vez se planteó, a mediados de los noventa- se impuso un intento de relevo político sobre la base de una participación decisiva del sector “conservador”, representado, no solo por Balaguer, sino –y sobre todo- por el famoso “anillo palaciego”.

4.3. 1998: Las elecciones de medio término y la lucha por el control del árbitro. 

Otra de las innovaciones que incorporó la Reforma Constitucional de 1994 a la legalidad electoral dominicana lo fue la separación de las elecciones presidenciales de las legislativas y municipales, cuya primera edición –en la nueva fase- se produjo dos años antes de terminar la centuria.  En la mismo triunfó, arrolladoramente, el Partido Revolucionario Dominicano, el cual, merced a su hegemonía congresual, lo primero que hizo fue ocuparse de lo que entendía como el paso decisivo para llegar al palacio: obtener el control del árbitro; dígase, la Junta Central Electoral.

En efecto, habida cuenta que uno de los factores determinantes de sus fracasos electorales anteriores, acorde a su “relato”, lo fue el tener al “árbitro en contra”, supuestamente dominado por los adversarios, lo primero que hizo el nuevo Congreso controlado por el PRD fue nombrar una junta integrada por individuos de su estricta confianza.

 De hecho, tal y como se denunció entonces, casi todos, en algún momento, habían militado en algún nivel organizativo del partido blanco, comenzando con su Presidente, el Magistrado Ramón Morel Cerda, Procurador Fiscal, en el Gobierno Provisional de Héctor García Godoy, tras la Revuelta de Abril, y siguiendo con el –hoy- Embajador Luis Arias, antiguo Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UASD.

Dicha designación originó un enfrentamiento importante con el Gobierno peledeista, el cual la objetó durante meses, al tiempo que le restringió los fondos establecidos en el presupuesto; aun cuando –al final- hubo de inclinarse ante la legalidad del hecho.  Probablemente, fue uno de esos “incidentes” que, más adelante, estableció como un dogma no escrito en la política dominicana, escoger los miembros de los órganos colegiados, en base a algún tipo de “consenso” que, si bien reconoce el balance real de fuerzas, no implica el “aplastar” a la minoría, al dejarla sin representación alguna.  De hecho, -tenemos entendido- que así ya se había hecho con el Consejo Nacional de la Magistratura.

Mientras tanto, la decisión del Senado, controlado por el PRD, rindió sus dividendos, sobre todo, a propósito de las elecciones presidenciales del año 2000, cuando triunfó, en primera vuelta, Hipólito Mejía, pese a que –efectivamente- no llegó al 50% más uno, de que hablaba la Constitución de entonces.  En ese momento, el tener el “árbitro a su favor”, sin dudas, ayudó, independientemente de que dicho resultado fuese el más conveniente para la democracia dominicana.  Como vemos, el viraje “pragmático”, si bien podría decirse que comenzó en otro litoral del mapa político, rápidamente, se extendió al Partido del “jacho prendío”.

4.4. El Gobierno de Hipólito Mejía y la sucesión al interior del PRD

Justamente, acabamos de referir el difícil proceso electoral del año 2000, que determinó la vuelta al poder del partido blanco, ahora bajo la dirección efectiva de Hipólito Mejía, habiendo perecido su líder histórico, Peña Gómez.

Difícil, no porque fuese reñido, sino porque el nuevo mecanismo de formación de la mayoría necesaria para ganar –el 50% más uno- no siempre fue fácil de lograr, si bien el PRD constituía, sin lugar a dudas, la primera mayoría electoral, desde hacía tiempo.  El hecho, sin embargo, de no haber tenido que recurrir a una segunda vuelta, pese a no haber llegado a ese 50%, se explica, en buena medida en función de los cambios en las relaciones de ese partido con el sector conservador, representado por Balaguer, con el cual Mejía, en su condición de heredero “moderado” de Peña Gómez, pudo promover.

Ciertamente, bajo la inspiración de Mejía, a partir de la coyuntura electoral de 1998, el PRD, “arropado” ya por el pragmatismo político, aprovechando la visible “ruptura” de Balaguer con el Gobierno del PLD, procuró –y logró- una notable “distensión” con el Reformismo, que le había adversado duramente en vida de Peña Gómez.  Las razones para dicha ruptura y el realineamiento consecuente de los reformistas no han sido investigadas del todo, pero existen pistas que permiten especular que las objeciones que existían sobre Peña Gómez, en virtud de su origen nacional (para no mencionar el color de su piel), en el seno de una organización heredera de lo que Cassá denominó como el “nacionalismo fraudulento”, ´propio del trujillato, operarían en favor de este cambio de orientación de una organización –todavía- dirigida por alguien que se auto confesaba como un “cortesano” de dicha Era.

Lo cierto es que, una vez llegada la hora de optar por una segunda vuelta en las elecciones del 2000, el partido morado -aun cuando lo intentó- no pudo contar con la disposición favorable del caudillo reformista quien, por demás, no tenía razones para comprometer su apoyo a una tentativa, no sólo poco viable, sino –incluso- peligrosa.

Dicha actitud del seis veces Presidente constitucional allanó el camino para una especie de “entente” con el PRD que le facilitó a Balaguer, no sólo morir tranquilo en su cama, dos años después, sino en un ambiente de relativa “distensión” con los que hasta hace poco habían sido sus principales adversarios en la arena política nacional.  La gravitación del sector conservador en la suerte electoral de los partidos –y en los gobiernos- de raigambre liberal –aunque ahora “morigerados”- siguió siendo determinante, incluso en la alborada del nuevo siglo.

V. Siglo XXI y el (verdadero) inicio de la “hegemonía” morada

A propósito de las elecciones de 2004, tiene lugar el retorno del PLD al poder, ahora como máxima organización de un frente electoral -esta vez re-bautizado como «progresista”- que incluyó actores procedentes tanto del litoral conservador –originalmente integrantes del denominado Frente Patriótico- como del litoral liberal y hasta figuras de izquierda.

Efectivamente, merced al agudo desgaste sufrido por el Gobierno del PRD, entre otras razones, debido a la aguda crisis económica detonada por las quiebras bancarias, el partido morado, que en el ínterin había experimentado una “exitosa” metamorfosis, desde un partido de militancia selectiva (para no decir de “cuadros”) hacia una organización “de masas”, en base al estilo de liderazgo “consensual” de Leonel Fernández, logró hacerse –fácilmente- con la victoria en los comicios de ese año.  Es dable afirmar que ahí –verdaderamente- comenzó lo que bien podríamos denominar como la Era del partido morado.

5.1. La reelección en el PLD

Como también es sabido, merced a la Reforma Constitucional aprobada por el último Gobierno del PRD, encaminada a viabilizar la reelección del entonces Presidente Mejía, se instituyó que todo gobernante pudiese aspirar a un segundo mandato y “nunca jamás”.  Si bien Hipólito no tuvo la anuencia del electorado, a tales fines, dicha providencia – en cambio- si pudo ser aprovechada por Leonel Fernández, quien fue reelecto, en primera vuelta, con el 53% del voto popular, en las elecciones del 2008.

Dicho éxito, no obstante, produjo el primer asomo –serio- de división al interior del partido gobernante, en tanto su contrincante en las primarias internas –y actual Presidente- Danilo Medina, cuestionó la legitimidad del triunfo de su adversario, bajo la “sibilina” frase de “me venció el Estado”, dando por descontado que el mismo fue materializado en base al empleo de  expedientes “non santos”.

Finalmente, Medina asimiló el fracaso, entonces, votando públicamente por su contrincante interno al momento de las elecciones presidenciales, y procurando, no solo aceptar el hecho consumado, sino –igualmente- posponiendo sus aspiraciones al solio, asegurando así la readaptación de sus principales cuadros y la supervivencia de su “tendencia” al interior del partido.  El pragmatismo, pues, siguió siendo moneda de curso en la praxis de la clase política dominicana.

5.2. Las elecciones de 2012 y los escarceos por la sucesión

Probablemente, uno de los momentos más “cruciales” para los partidos dominicanos, una vez en el poder, llega cuando un Presidente Constitucional tiene que dar paso a otro, de su mismo partido.

Sería difícil saber a qué atribuirlo, si a una vocación continuista atávica, si a un atractivo “fatal” que genera la “silla de alfileres”, o al temor a verse desplazado en su propia parcela.  Lo cierto, es que las sucesiones internas, en plenitud de facultades, suelen ser traumáticas en la República Dominicana.  El “partido de Bosch” no ha sido la excepción”.

En efecto, a propósito de las elecciones presidenciales de ese año, y sin la posibilidad de presentarse como candidato, el entonces Presidente Fernández, en virtud de la prohibición la reelección consecutiva, consignada en la Reforma Constitucional, promovida por él, en 2010, tuvo que ceder la ostentación de la candidatura a quien había sido su contrincante interno y ex armador de campaña, Danilo Medina.

Dicha “proeza”, no obstante, no careció de dificultades, en la medida que no faltaron propuestas “alternativas”, incluyendo la de presentar a su esposa, entonces primera Dama, y hoy vice-presidenta de la República, la Doctora Margarita Cedeño.  Los escarceos fueron reales, los cuales incluyeron una emotiva alocución televisiva, por parte de ella, así como una llamativa recolección de firmas de adhesión al entonces Presidente, por parte de sus colaboradores más estrechos.  De hecho, todavía hay quien recuerde los dos millones de firmas-votos que el Dr. Fernández le “endosó”, en acto público, al nuevo candidato presidencial del partido.  El culto a la personalidad y la alimentación del ego “presidencialista” suelen ser manifestaciones recurrentes de un cierto tufo “caudillista” en el psiquismo de los dominicanos.

5.3. La llegada de Medina al poder y la redefinición de los estilos de liderazgo.

Con la llegada al solio presidencial de un segundo mandatario del partido morado, se verifican algunos cambios importantes, tanto en la simbología, como en las reglas del ejercicio del poder en República Dominicana.  Más importante, sin embargo, lo fue la “redefinición” del esquema de alianzas que sostiene al PLD en el poder, al “restar” a un sector del Bloque Progresista, que nunca le asimiló de un todo, al tiempo que sumó al sector del PRD que ostenta –aún hoy- el reconocimiento de la Junta Central Electoral.

Dado el hecho de que ese gobernante aún ocupa el Palacio Nacional, es posible que se requiera el paso del tiempo, para que pueda generarse un juicio histórico, digamos equilibrado, en torno a su figura. Mientras tanto, podríamos intentar avanzar algunas ideas.

5.3.1. Los cambios de forma

Básicamente, desde el principio, Medina se ocupa de enviar el mensaje de un Presidente, no sólo más cercano, sino más “igual”; más “terrenal”.  En esa línea, se ocupó de hacer más “laxos” los símbolos del poder.  Dejó de ser un rito la colgadura del retrato del Primer Mandatario en las oficinas públicas; se abstuvo de andar con la famosa “silla de alfileres” a rastro, con motivo de sus desplazamientos al interior del país; dejó de producir discursos, constantemente, dejando que el grueso de la información emanara del Palacio Nacional, por los medios oficialmente establecidos, y adoptó la puntualidad como una norma estricta de conducta.  En fin, desde principio, se ocupó de re-establecer la imagen del Presidente como de alguien no necesariamente colocado por encima del resto de la ciudadanía, como se estila en una democracia.

5.3.2. Los cambios de fondo

Más importante, sin embargo, fueron los cambios de fondo.  En esa línea, estableció un canal de comunicación directa con los sectores rurales que, por su situación material, difícilmente podrían tener acceso al Palacio Nacional.  Es lo que se conoce como las (denominadas) “visitas sorpresas”.  Esencialmente, un esfuerzo de “empoderamiento productivo-laboral” de pequeños –y medianos- propietarios agrarios, pero que no son “sujeto de crédito” ante la banca privada, para generarles fuentes de financiamiento “ad-hoc”, a cargo del Estado, tanto a través del Banco Agrícola, como de la ya conocida Banca Solidaria.

Dicha iniciativa, cabe señalarlo, es cónsona con la visión divulgada por el hoy mandatario, cuando fue candidato (perdedor) a esa misma posición en el año 2000.  Entonces, hizo suyo el discurso de que “los pobres no eran mala paga”, a tono con la idea –originalmente- promovida por el hoy Premio Nobel, de Bangladesh, Muhammad Yunus, Presidente del Banco de los Pobres. (5).

Efectivamente, los reportes del movimiento de la cartera de crédito de esa entidad revelan que el índice de morosidad de los préstamos concedidos a pequeños productores, tanto individuales, como asociados, es mínimo.

De modo similar, cumpliendo con la palabra empeñada en la campaña electoral, le otorgó, como asignación presupuestal a la educación pre-universitaria, un monto equivalente al 4% del Producto Bruto Interno, PIB.  La significación de esta medida, para los sectores más carenciados, escapa a toda posibilidad de entendimiento de parte de los sectores que la impulsaron; muchos de los cuales, ahora, cuestionan su impacto en materia de calidad de la educación pública.

Sencillamente, para una jefa de hogar soltera, como abundan en nuestros barrios, la posibilidad de enviar sus hijos a un lugar donde, además de instrucción y alimentación básicas, podrán permanecer, mínimamente seguros, hasta las 4:00 p.m., implica, para esos sectores, la solución de un problema, verdaderamente, esencial.

Cabe decir que dicha iniciativa, aún hoy, es duramente cuestionada, incluso por sectores del Partido Oficial, que la ven como un “dispendio”.  En el fondo, de lo que reniegan es del esfuerzo “redistribuidor” del ingreso nacional, que la misma supone, con lo cual evidencian la matriz conservadora de dicho discurso, a veces, de manera inconsciente.

Algo parecido podría afirmarse de otras medidas, de corte similar, como la eliminación del “co-pago” en los hospitales públicos, en el contexto de una inversión importante en su “adecentamiento” físico y en el servicio, concomitante, con una importante ampliación de la cobertura del seguro básico de salud, el conocido SENASA, así como la puesta en funcionamiento del servicio de socorro ciudadano ante emergencias, mejor conocido como el “911”.

De igual manera, en materia derechos fundamentales, la administración Medina, en su primer período, tomó una decisión fundamental, la cual –definitivamente- lo distanció de sus antiguos aliados “nacionalistas”, provocando su salida del Gobierno.  Hablamos del Plan de Regularización de Extranjeros; dirigido –básicamente- a “clarificar”, de una vez por todas, el estatus de la población haitiana y dominico-haitiana residente en el país.

Como se recordará, dicha iniciativa tiene lugar en medio de presiones cruzadas que enfrentaba el Poder Ejecutivo.  Por una parte, la Comunidad Internacional, representada –esencialmente- por la Organización de Estados Americanos, la OEA, que reclamaba al Estado Dominicano la violación de acuerdos en materia de Derechos humanos, de los cuales el país es signatario.

Por la otra, un amplio espectro de la llamada “opinión pública”, parapetada tras la sentencia 68-13 del Tribunal Constitucional, que –en esencia- pretendía  “referir” el estatus de dicha población a los marcos jurídicos establecidos en el año 1929; dígase 85 años antes.  En una respuesta desafiante, el Gobierno Medina utilizó su mayoría congresual para “cambiar la legislación”, aprobando la Ley 169-14, que, dejando de lado las pretensiones “irreales” de la sentencia aludida, reconoció las situaciones “de hecho” que se habían creado a la fecha, y que justificaban el reconocimiento legal de los derechos fundamentales de ese segmento poblacional; como se corresponde con el espíritu de una (verdadera) democracia; para la cual, la protección de las minorías es un deber irrenunciable.

Todas las medidas anteriores, dirigidas a elevar la calidad de vida, sobre todo de los más carenciados, incluyendo las prestaciones monetarias para contra-restar la pobreza, tanto general como la crítica, las cuales han descendido apreciablemente (6), y que van en la dirección de hacer del Estado Social de Derecho algo más que “letra muerta”, son parte de las premisas socio-económicas que han servido de cimento a una nueva relación del partido “oficial” con su base de apoyo y que explica –más allá de los argumentos en contra- el 61% de votación que lograra Medina, a propósito de las elecciones de 2016, pese a que se reelegía en el contexto de una Reforma Constitucional, expresamente dirigida a hacerla viable.

VI. (A  modo de) Epílogo

De hecho, sólo ahora, tras la división, las encuestas más acreditadas muestran una reducción de dicho caudal electoral que pudiese podría complicar las aspiraciones presidenciales del “ungido” del Presidente.   Aun así, si se sumasen las intenciones de voto manifiestas de éste, a las del candidato del sector “en rebeldía”, se vería que el nivel de simpatía “agregado” de dicho litoral político no ha variado significativamente.  Pero, como hemos dicho, son eventos en desarrollo, que no hacen aconsejable el aventurar ningún juicio definitivo.

 En cambio, sí podemos concluir que –si como han dicho cientistas sociales de diferentes épocas- el consenso es una peculiar combinación del decir y el obrar, cabe afirmar que el pensamiento y la acción político-partidaria, en República Dominicana, luego de la muerte de Trujillo, pese a sus “inconsistencias”, se mueven en la dirección de fortalecer las bases del Contrato Social.-

Referencias bibliográficas:

  • Ley 299 de Incentivo y Protección Industrial de R. D. – https://www.eldinero.com.do.
  • Santana, César David. La Reforma Financiera Gubernamental y la Administración Pública en la República Dominicana. Colección Publicaciones CAPGEFI.  Segunda edición.  Santo Domingo, R. D., 2016. P.43.
  • https://www.significados.com.
  • Yunus, Muhammad. El Banco Grameen/ El Banco de los Pobres. En https://www.letraslibres.com.
  • MEPYD-ONE. Boletín de Estadísticas Oficiales de Pobreza Monetaria. Año 4, no.6. mayo 2019.