Al ser deportada con su hermana por los nazis al campo de concentración donde recibiría la corona del martirio, esta patrona de Europa, catedratica de filosofía, de complejo y exacto pensamiento, nacida judia y cristiana carmelita, renacida a la vida eterna, nos legó su testamento para que hagamos de su vida, nuestro modo de sentir, orar y actuar:
“¿Quién eres tú, dulce luz, que me llename ilumina la oscuridad de mi corazón? Me conduces como una mano maternal y si te consintieras irte de mí, no sabría cómo dar un paso más. Tú eres el espacio que abraza mi existencia y la sepulta en ti, lejos de Ti se hunde en el abismo de la nada, desde donde la elevaste a la luz. Tú, más cerca de mí que yo a mí mismo y más íntimo que mi más profundo interior, todavía implacable e intangible y más allá de todo nombre: ¡Espíritu Santo amor eterno!”
» Desde ahora acepto con alegría, y con absoluta sumisión a su santa voluntad, la muerte que Dios ha preparado para mí. Pido al Señor que acepte mi vida y también mi muerte en honor y gloria suyas; por todas las intenciones del Sagrado Corazón de Jesús y de María; por la Santa Iglesia y, especialmente, por el mantenimiento, santificación y perfección de nuestra Santa Orden, en particular los conventos Carmelitas de Colonia y Echt; en expiación por la falta de fe del pueblo judío y para que el Señor sea acogido por los suyos; para que venga a nosotros su Reino de Gloria, por la salvación de Alemania y la paz en el mundo. Finalmente, por todos mis seres queridos, vivos y muertos, y todos aquellos que Dios me dio. Que ninguno de ellos tome el camino de la perdición.»