Por la gloriosa Ascención al Cielo de Nuestro Señor Jesucristo, celebramos la Asunción de la Virgen María, premio de Dios por el deseo de ver a su Hijo.
Todo el siglo XIX es conocido como el tiempo de la ebullición mariana: apariciones, profundización de los misterios de fé, arte y obras de caridad. La Asunción de María Virgen no fue la excepción.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que «La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos» (#966). El Venerable Papa Pio XII nos enseña por este Dogma que proclamó, que nuestra Madre, por su singular gracia fue directamente al Cielo sin ninguna dilación o exámen previo.
Nos comprometemos hoy al comulgar de la Eucaristía Santa a no abandonar ni ceder terreno en la lucha contra la corrupción de las costumbres, del apego enfermizo a lo terrenal y a la búsqueda de tantos y tantos que nos esperan para que les llevemos el Pan material y espiritual, a Cristo mismo en la Comunión de los Santos.