Sabe de dolor el Sagrado Corazón de Jesús. Reclinarse en su Costado y decirle: ¡En ti confío! Aunque todo se derrumbe, tú vives en mi por la Santa Comunión. En tu herida está la promesa de tu consuelo. Tus latidos solo los puedo escuchar en el silencio que hacemos. El fuego de tu Espíritu de amor arde sobre tu corona de espinas.
Nuestra devoción no tiene sentido sino se traduce en austera vida nuestra y en dádiva constante para los pobres cuyo corazón solo sabe de sufrimientos.
Fue esto lo que escuchó y vió el Discípulo Amado sentado a la Mesa Santa del pecho de su Maestro.