Por TONY RAFUL (HIJO)

La celebración a niveles de deidad de Tokischa, ya sea porque revistas y artistas internacionales la aprueban, o porque dejará ingresos económicos, es lastimosa. Además de que no evade que el contenido producido continúe siendo basura.

Nunca, como en este siglo, el hombre vulgar ha tenido tantos defensores”. A.D.

Todo el mundo tiene derecho a consumir basura. Y tiene derecho a valorar más una cadena de comida rápida que el producto terminado de un buen chef. Ojo, esto escrito por un recurrente consumidor de basura, musical y gastronómica, no quisiera elevar mis preferencias sobre las de nadie. Lo que todo el mundo debe tener, es la capacidad de discernir cuando uno está ante una cosa meritoria y cuando está ante algo sencillo, envilecedor y fútil.

De ahí que lleguemos al tema de Tokischa, una cantante dominicana cuyo mérito es atribuido debido a su capacidad de confrontar y escandalizar a nuestra sociedad. Tokischa tiene una tremenda capacidad de desdoblarse, en la cual asume este personaje extravagante y colorido que crea impacto. Su vehículo principal hacia la fama ha sido trabajar con temas comunes de la “cultura urbana” como el sexo y la droga, acentuado en la imagen y lo explícito. Es el camino rápido a la popularidad y su ejemplo, queramos o no, fomenta la réplica y empobrece. Y es que para poco sirven los estudios u otra forma de esfuerzo en un país en los cuales estos son los triunfadores celebrados.

Tokischa es entretenimiento y comercio, no arte. Ha encontrado un nicho en el mercado musical y lo ha sabido explotar. En algún momento tendrá que recogerse, o bien porque llegó un punto de inflexión donde ya no será capaz de generar escándalo con los mismos temas, o bien porque los patrocinadores sugieren que es lo prudente comercialmente. Claro que, en ese trayecto al recogimiento, puede que le quede mucho de ridículo y un día la encontremos como a Madonna en el 1993, simulando masturbarse con la bandera de Puerto Rico. El camino es amplio si se es creativo.

No obstante, la iconografía a su alrededor mueve al rechazo. La necesidad de elevarla e idolatrarla molesta, inclusive si es solo para enfadar a algunos conservadores recalcitrantes, ya que ensalza un camino trillado y de poco esfuerzo. Tokischa es elemental, aunque pueda ser simpática en ocasiones. Musicalmente no tiene nada que ofrecer, sus letras o voz tampoco, por eso su vínculo con la controversia. Me recuerda a cierta gracia de nuestro animador favorito “El Pachá”. Me atrevería a decir que Tokischa es una especie de animadora, de un Pachá sexualizado y con mejor estética.

Sin embargo, ¿debe la querida Tokischa ser algo más que esto? ¿Debe ser un paradigma moral? No. Que sea como cree ser. Ella sabe que lo otro no vende. Por eso reza semidesnuda frente a una virgen en La Vega, lo fotografía y sube a redes. No le importa la religión ni la comunidad. Le importan ella y su posicionamiento. Es mercadeo sin base firme. Tokischa no libera a nadie, porque está encadenada en los instintos más básicos y los placeres evasivos. Aun así, no estamos para exigirle y a quien le gusta que la consuma.

Pero cuidado, no por eso debemos infravalorar su impacto. Su carrera a la mediocridad; a la glorificación de los instintos; a la promoción del “desacato escolar” o bailes sexuales con menores… es criticable, en horarios censurable. Es necesaria para recordar que quizás necesitamos más escuela, más metáforas y mayor complejidad. Aunque esto requiere esfuerzo de los artistas, requiere sobre todo esfuerzo de la demanda, de un público que no parece desarrollado para valorarlo.

La Toki y sus acólitos dicen que ella nada le debe a la sociedad y que no cría a nadie. Sin embargo, ante el auge y penetración de las redes, padres cada vez más ocupados, hogares monoparentales, barrios hacinados y música cada vez más alta en algunos sectores… es irresponsable no reconocer la capacidad de influencia, el deber que tenemos de cuidarnos entre todos y la necesidad de criticarle.

No se trata de lesbianismo. Un amigo recientemente me dijo que ese era mi problema de fondo a raíz de la colaboración con la Rosalía. Le respondí con una pregunta “¿Acaso hay una canción más hermosa que ‘Mujer contra Mujer’ de Mecano o ‘Mar y Luna’ de Chico Buarque?” ambas de matices lésbicos. Me da trabajo encontrar una mejor, pero quizás sucede que en esas hay uso de recursos metafóricos, melodías y una producción vocal de calidad.

No se trata de marxismo. A pesar de un comentario en las redes que atribuía al “cuco” del “marxismo cultural” el éxito de Tokischa, el filósofo Theodor Adorno venía criticando la industria musical desde 1930. Este decía que fomentaba la basura artística. Esto porque en el camino a vender muchos discos, la industria establece una fórmula de éxito dirigida al común denominador, al menos exigente del gusto popular y todos se van adaptando a ese pensamiento. Así, según Adorno, se genera un cemento social que hasta evade a las clases populares de sus problemas. Es esta necesidad de vender, de comerciar y de posicionarse que mueve a los artistas. En ese juego, Tokischa es solo una emprendedora amoral más, parte del engranaje.

No se trata tampoco de ser mujer. La vulgaridad, la cercanía y lo vistoso es lo que mueve a la repulsión de algunos con el tema de Tokischa. Si Bad Bunny se fotografiara semidesnudo ante una virgen en La Vega con el título “los putos también rezamos” provocaría el mismo escándalo. Si Don Miguelo cantase “los amigos que se besan son la mejor compañía”, mientras pasa a besar a Maluma, la controversia estaría servida e incluso puede que con mayor indignación. No obstante, aún si el propósito fuera que no escandalizaran algunos actos de una mujer (como en teoría no hacen los hombres), esto parecería un ideal muy pobre al cual aspirar. El ideal debe estar en otro lado, en alguna cima que se alcance a través del desarrollo de la inteligencia, del espíritu o del esfuerzo.

La celebración a niveles de deidad de Tokischa, ya sea porque revistas y artistas internacionales la aprueban, o porque dejará ingresos económicos, es lastimosa. Además de que no evade que el contenido producido continúe siendo basura. Por suerte nada de esto está consagrado de manera irremediable, siempre que la consumamos a sabiendas o que el tiempo se encargue de apagar su estrella.