Constante en la vida y en la enseñanza de Jesús: no apegarse al dinero. De su padre adoptivo, San José, aprendió que hay que trabajar mucho, y para beneficio del Cielo.

Nuestra vocación y oficio diario debe ser para llevar a la vida eterna a tantos que necesitan toda la ayuda del mundo bondadoso.

Se nos llama hoy a erradicar las miradas que matan. Mirar con desprecio, desafiantes, revela que mucha oscuridad anida en nuestro interior y que debemos reeducarnos en tantas y tantas áreas de la interacción con los demás.

Encender luz, dejarnos guiar por ella, entender que es la única manera en que nuestra vida tendrá sentido, que podremos dar la espalda al príncipe de las tinieblas de este mundo, de abandonar criterios que segregan, humillan y oprimen.

El Reino de Dios está presente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y nos toca a nosotros, una y otra vez convertirnos a Él para poder esparcir su verdad, libertad y solidaridad.