La Virgen María ya había sufrido la perdida de San José. La viudez que solo comprende quien la ha sufrido.

Dicha situación preparó a la Madre del Salvador para presenciar y enfrentar el calvario de Cristo.

Previo a esto, la Hija de Sion tuvo que soportar el rechazo, la persecución y el proceso condenatorio del Hijo de Dios. El amor a su Hijo, bandera de contradicción, será espada que traspasará su alma, asumiendo el dolor que toda verdadera madre sufre por sus hijos.

La Virgen María se ha vestido de sol, la luna está bajo sus pies, ha recibido una corona de doce estrellas delante de la Cruz de su hijo. Ella ha querido estar allí para sostener su cuerpo fallecido, tal como ella hizo al traerlo a este mundo en su nacimiento Virginal.

Ella si sabe de dolores y de lágrimas del alma. Nadie más que ella sabe lo que es ser mujer dolor, mujer coraje y mujer luchadora que impulsará a los Apóstoles a seguir adelante la obra del Señor en la fuerza del Espíritu Santo, su Iglesia.

Y estos son los dolores de parto que darán a luz la resurrección del Señor y la manifestación de su Iglesia.

Presentemos ahora los dolores de todas las madres, las que están en la tierra y aquellos de las que ya partieron al cielo. Tanto sufrimiento no ha sido en vano. El Dios de la vida hará maravillas, levantará a los humillados y derribará de su trono a los que han causado tanto dolor.